Uno de los rasgos más característicos de nuestro tiempo es el elevado grado de abstracción al que hemos llegado en casi todos los órdenes de la vida. Quizás, donde más se note sea en los campos de la economía, la educación y la política. Ceuta es un buen ejemplo de este fenómeno. Vista en perspectiva, la historia económica de Ceuta es un paulatino proceso de abstracción económica. La Ceuta romana surgió como una factoría de salazones y salsas de pescado allá por mediados del siglo I a.C. La actividad pesquera y salazonera perduró durante toda la antigüedad y adquirió todavía mayor relieve durante el periodo medieval. La economía medieval se abrió a otros campos como el comercio y la actividad portuaria. Según diversas crónicas de época portuguesa, la pesca y el marisqueo continuaron siendo una actividad clave para la subsistencia de los pobladores durante el periodo lusitano. No obstante, debido al permanente conflicto con las localidades norteafricanas más próximas, las almadrabas no pudieron calarse en las aguas ceutíes. No fue hasta el levantamiento del cerco de Muley Ismael cuando las redes volvieron a instalarse para pescar atunes, bonitos y otras especies habituales en el Estrecho de Gibraltar. Este negocio perduró durante los siglos XVIII, XIX y XX. Fueron muchas las industrias conserveras que existieron en la Ceuta del pasado siglo veinte. Todas fueron desapareciendo hasta la total extinción de este subsector agroalimentario. De este pasado marinero y pesquero tan sólo quedan cuatro o cinco barcos y un reducido grupo de maestros salazoneros que aún siguen elaborando sus productos del mar como ya lo hacían los romanos dos mil años antes. Han vuelto también las almadrabetas, pero tienen graves problemas para comercializar sus capturas desde Ceuta.
Mientras el sector primario se extinguía, la abstracción económica aumentaba. Dejamos de elaborar productos locales y empezamos a vender mercancías procedentes de los rincones más alejados del planeta. Durante los años dorados de Ceuta nuestras calles se llenaron de los conocidos “paraguayos”. Hasta en los portales de los edificios surgieron negocios que vendían relojes, cámaras de vídeo y botellas de whisky. Pero todo esto se derrumbó en pocos años. No fuimos capaces de diversificar la economía y aprovechar este flujo de visitantes para posicionarnos como un destino turístico con personalidad propia entre nuestros potenciales competidores.
Agotado el sector primario por la sobrepesca y con un comercio en rápido declive, nuestra economía se dirigió al comercio “atípico” con Marruecos y al crecimiento desorbitado del sector público. En pocas décadas pasamos de ser una ciudad de pescadores a una ciudad de funcionarios, con el interludio de una ciudad de bazares. De este modo, hemos llegado a un nivel de abstracción económica sin parangón. No producimos nada de lo que consumimos. Todo nos llega de la caótica frontera con Marruecos, -en especial los productos frescos-, y desde la Península en barco. Ni siquiera nos quedan canteras que explotar. Hasta las piedras tienen que traerlas de otros puntos de nuestro país.
Ceuta sólo es un caso extremo de un fenómeno de abstracción económica de índole mundial. Quienes realmente manejan los hilos de la economía en la actualidad son grandes centros financieros como Wall Street o la City de Londres. Allí se compran y se venden productos financieros abstractos que pocos entienden y deudas soberanas de países empobrecidos por el propio sistema financiero, como el caso de España. Pero este castillo de naipes construido sobre la nada se vino abajo hace unos años y, aunque lo han medio reconstruido de manera chapucera, todo el mundo sabe que no aguantará una nueva tempestad. El día que todo se venga abajo, ¿Qué nos quedará? Nada. Nada porque todo es pura abstracción. La economía volverá de nuevo a lo concreto ¿Y en qué se concreta la economía? En el lugar y en la gente. No hay nada más.
Lo inteligente, desde luego, sería iniciar un proceso de relocalización de la economía que pasa por la recuperación de la producción local de alimentos, agua y energía. Otras ciudades repartidas por todo el mundo han iniciado hace tiempo este movimiento de transición hacia el mundo post-petróleo. No es un camino fácil, ya que está colmado de renuncias a ideas, hábitos y costumbres muy arraigadas en una sociedad que rinde culto ciego al confort. Una de estas ideas es, de nuevo, una abstracción: la democracia representativa. Confiamos todas las soluciones en las instituciones públicas, al mismo tiempo que manifestamos una total repugnancia a todo lo que suene a política. Nuestro esquizofrénico comportamiento cívico no contribuye en nada a la superación de los grandes retos a los que nos enfrentamos en asuntos tan diversos, pero interconectados, como el medioambiente, la economía o la sociedad. Sin lugar a dudas, salvar los graves obstáculos que dificultan la prosperidad depende de nuestro grado de eficacia cívica. Todos debemos hacernos más competentes en el despertar y el desarrollo de nuestra ciudad natal, en vez de limitarnos a delegar nuestras responsabilidades mediante la maquinaría electoral. Por desgracia, el único acto concreto en nuestro vigente sistema político consiste en depositar un sobre en una urna cada cuatro años.
Es imperativo volver a lo concreto. No debemos cuidar de la humanidad, sino a los amados y no amados con los que convivimos a diario en nuestra ciudad; no la tierra, sino este lugar, Ceuta, sobre el que estamos. La economía no puede seguir separada de este lugar preciso y de los propios ceutíes. No puede reducirse a simples abstracciones. Debemos iniciar una nueva exploración de profundidad del territorio ceutí y de su mar para escudriñar todos los recursos geológicos, climáticos, vegetativos, faunísticos, históricos, culturales, psicológicos y estéticos para determinar sus posibilidades de uso humano y de mejoramiento de nuestra situación económica y social. Todavía hay mucho que sacar a la luz y valorar debidamente por primera vez mucho de lo que se ha pasado por alto. Hay mucho que reparar de lo que otro tiempo fue groseramente violado a causa de la ignorancia o la codicia. Hay muchos paisajes que recultivar solo para ser contemplados y admirados por los propios ceutíes y por quienes nos visiten. Hay muchas posibilidades latentes y vitales que se abren ante nosotros.
Nuestro habitual pensamiento abstracto adquirido en escuelas igualmente abstractas, tiene que equilibrarse con la acción cívica. Las escuelas tienen que abandonar tanta palabrería y acercarse al lugar concreto en el que vivimos. ¿Cómo es posible que a nuestros hijos les expliquen qué es un árbol utilizando una pizarra digital cuando tenemos montes con suficiente diversidad arbórea? La educación de los sentidos es fundamental para el correcto desarrollo intelectual y ético de nuestros hijos. La vida no es una sucesión de imágenes en una pantalla. Es algo más. Consiste en conocer de primera mano lo que la naturaleza tiene que enseñarnos. Consiste en vivir experiencias sensitivas y emotivas gratificantes como disfrutar de los amaneceres y los atardeceres, de los cielos nublados y del firmamento estrellado. Consiste en tener una vida interior plena cargada de ideales, ideas y planes que luego llevar a la práctica para contribuir al desarrollo de nuestra ciudad. Consiste en disfrutar de la vida y en tener identidad propia. Consiste, como dijo Walt Whitman, en contribuir, aunque sea con un verso, al poderoso drama del cosmos.