Ceuta, 2 de noviembre de 2015.
Las palabras resultan insuficientes para expresar la sensación que uno experimenta ante un mar encrespado. El horizonte permanece inalterable a la espera del sol, mientras envía a la costa señales del nuevo día en forma de ondas que van tomando altura hasta romper contra las piedras del acantilado. Cuando lo hace forma una espesa espuma que tiñe de blanco el litoral.
El habitual cantar melodioso del mar sube de tono con el temporal. Es un rugido potente, pero no estridente. No es enfado lo que transmite, sino fuerza. Podría, si quisiera, engullir la porción de tierra en la que me encuentro sin que su ánimo se alterase lo más mínimo. Pero no lo hace. No existe en la naturaleza eso que los humanos llamamos maldad. Todo en la naturaleza es bondad, verdad y belleza. Nuestra incapacidad para entender que Dios y la naturaleza son la misma cosa nos ha llevado a atribuirle rasgos antropomórficos y cualidades humanas. Muchas religiones han imaginado y sigue imaginando a Dios como un padre capaz de amar, pero también de castigar a quienes no obedecían sus mandatos. Este esquema de pensamiento de carácter patriarcal se impuso a la fuerza sobre la concepción de la naturaleza como la Gran Diosa Madre, al mismo tiempo dadora y robadora de la vida. Fue una lucha desigual entre lo inconsciente y lo racional, en la que este último salió ganador y ha dominado el mundo desde entonces. Sin embargo, la Gran Diosa ha permanecido inspirando a muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia. Cuando las grandes religiones del Libro pensaban que habían acabado con ella volvió a renacer con fuerza en el siglo XIII. Por todos los lugares del mundo aparecieron imágenes de piedras y vírgenes negras. Los cultos y ritos relacionados con la Gran Diosa reaparición incluso en las ciudades con un pensamiento religioso más rigorista. Los hombres y, sobre todo, las mujeres que creían en la Gran Diosa fueron acusadas de brujería y asesinadas de forma despiadada. No obstante, la iglesia no tuvo más remedio que integrar a la Gran Diosa en su seno bajo la advocación de la Virgen María. Ella heredó los atributos de la Gran Diosa, aunque no recupero todos sus poderes.
Vivimos en un nuevo tiempo. El dominio absoluto de la razón nos ha llevado al mecanicismo y la vacuidad interior. Nos hemos convertido en muñecos y muñecas rotas de piel dura y fría, carentes de corazón y de alma. Hemos perdido el impulso vital que nos permite gozar de una vida digna, plena y rica. Pero el sol que nace cada día nos anima a despertar del largo letargo en el que llevamos sumidos varios siglos. Un nuevo sentimiento brota desde lo más profundo de nuestro ser. La semilla latente durante mucho tiempo empieza a crecer y su tallo emerge de una tierra devastada por la falta de amor a la Gran Diosa Madre.
En este nuevo tiempo nada será igual. Nuestros sentidos volverán a captar la belleza circundante. La verdad se impondrá sobre la mentira, la manipulación y la propaganda. El amor, y no el odio ni el resentimiento, dominará la relación entre los seres humanos.
Deja un comentario