Ceuta, 18 de agosto de 2018.
Hoy el viento ha cambiado bruscamente de sentido. De los anteriores días de poniente hemos pasado al moderado levante. Esto no impide que el sol pegue con fuerza en esta mañana sabatina. La radiación ultravioleta es máxima, así que no he olvidado echarme la crema protectora y ponerme mi gorra con visera.
El otro día caí en la cuenta de que hacía mucho tiempo que no visitaba la playa Hermosa, y eso que la tengo a dos pasos de mi casa. Como esta mañana más que bañarme me apetecía escribir, he preparado mis cosas y he bajado por la empinada escaleras hasta este bello rincón del litoral ceutí. Las escaleras están perfumadas con aroma de higuera y chumbera.
Son ahora las 11:55 h. En cinco minutos seré testigo del tradicional cañonazo de las doce explosionado desde los altos muros de la fortaleza del Monte Hacho. Su humo se confunde con el de las nubes que son empujadas a gran velocidad por el viento. Diviso este momento sentado en el llamado islote de los Americanos. Desconozco la razón de este apelativo. Esta ignorancia deja margen a la imaginación y ella me sugiere que algunos desdichados presos hispanoamericanos del penal ceutí venían aquí para recordar a su hogar y llorar por la lejanía que les separaba de su querida tierra natal. Puedo imaginar el dolor que sentían por este duro castigo. El ostracismo ha sido, a lo largo de la historia, una de las más terribles condenas. Yo, por fortuna, disfruto de la vida en mi ciudad natal, Ceuta. La etapa en la que más alejado he estado de ella fue la de mis años de estudios universitarios en la Universidad de Granada. Fui allí con el propósito de cumplir mi vocación de arqueólogo. Y aquí volví para desarrollar mi carrera profesional y formar una familia junto a Silvia. Mi trayectoria, hasta ahora, puede dividirse en tres etapas. La primera duró aproximadamente cuatro años y fueron los de más intensa actividad profesional en el campo de la arqueología. Luego vino un periodo de distanciamiento de la arqueología y un decidido empeño en la protección y conservación del patrimonio natural y cultural de Ceuta. En el plano profesional me dediqué a la gestión de programas de empleo relacionados con mi profesional. Esta fase terminó de manera abrupta y entre el proceloso mar de la incertidumbre laboral. Desde entonces no he tenido un empleo estable, pero sí que me ha surgido la oportunidad de realizar los más importantes hallazgos arqueológicos de mi carrera.
En este tiempo de mayor tiempo libre se despertó en mí el gusto por escribir y el afán por descubrir el espíritu de Ceuta. Los mencionados hallazgos fueron jalones puestos en el camino por los dioses para que avanzara en la tarea que me propuse. Paso a paso se fue dibujando sobre el camino la senda de mi vida y su propósito. La naturaleza, en todo este proceso., ha jugado un papel clave. Ella me ha ayudado para que mi alma se manifestara y para que desvelara el genius loci de Ceuta. Ambas revelaciones son indisociables. La una conduce a la otra, y viceversa. Como hijo que soy de la naturaleza de este lugar nací de su oscuro útero en un atardecer de luna llena de septiembre de 1969. Mi carácter es equilibrado, como el del instante en el que la noche y el día se dan la mano en el alba y el ocaso. No obstante, mi estado de ánimo es cambiante como el viento que siempre sopla en esta tierra. Lo que casi nunca cambia es la intensa luz que ilumina los paisajes y realza sus tonalidades. Debe ser éste el motivo por el que siempre he buscado la luz de la sabiduría que contienen los libros. Esta luz alegra los corazones y hace más bello a este mágico, sagrado y mítico lugar.
Otro elemento caracterizador de Ceuta y de lo que soy es el mar. Admiro su personalidad, su inmensidad, la profundidad de su ser y toda la vida que contiene al margen de la mirada de los hombres. Me identifico con el mar en este sentido. A simple vista nadie sospecha de la profundidad de las personas con las que nos cruzamos en la calle o incluso con las que convivimos. Pocos han sondeado la profundidad de mi ser. Y me gusta que sea así. No escondo nada, pero quien desee conocerme deberá bucear en mi interior a través de mis escritos. Yo lo hago todos los días, y todavía no he superado el umbral de las aguas someras…En ellas me acabo de introducir para refrescarme. Ha sido un baño breve, pero suficiente para sentir su frescura, pureza y salinidad. Esta sal, símbolo impertérrito de la sabiduría, evidencia que mar y tierra están unidas, sobre todo en sitios bañados por el mar, como es Ceuta.
Del mar ya he hablado y de la tierra ceutí digo que su silueta es una obra de arte esculpida por la naturaleza y situada en un punto de encuentro de dos mares, de salinidad distinta, y de dos continentes con desigual trayectoria. Y aquí nací y vivo yo. En una tierra con una fuerza telúrica inmensa al ser un centro en el que convergen energías contrapuestas. El día y la noche, lo masculino y lo femenino, la vida y la muerte se juntan en Ceuta a lo largo de un interminable ciclo cósmico. No es extraño, por tanto, que Ceuta haya sido considerada un eje del mundo (Axis Mundi) simbolizado en diversas formas, entre ellas el árbol de la vida o la fuente de la eterna juventud. Siendo, como es, una puerta a la eternidad se siente con mayor intensidad el Ánima Mundi o espíritu universal. Curiosamente, este mismo lo sintió Thoreau en su tierra natal, Concord, a la que dedicó su vida. Un hilo dorado une la vida de ambos y por eso, cuando leo sus libros y su diario, me identificó plenamente con él. Los dos fuimos traídos a este mundo para llevar a cabo una misión similar, aunque distante en el tiempo y en el espacio.
Estas horas de escritura en contacto con la naturaleza y conmigo mismo me han servido para resituarme y seguir con ánimo mi camino.
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