Ceuta, 21 de mayo de 2016.
Llevo varios días pensando en este momento. Deseaba repetir la experiencia de contemplar el alba de la luna llena. He pasado toda la mañana mirando por la ventana para ver si el día abría, ya que amaneció nublado y triste. Por fortuna, el cielo se ha ido despejando según pasaban las horas vespertinas. No obstante, una espesa neblina cubre todo el horizonte.
Me encuentro sentado en un murete del fortín de Punta Almina. Hasta aquí me llega el rumor del mar y el de los barcos que salen a faenar. Cientos de gaviotas siguen la dirección que toma el barco pesquero que, de forma lenta, toma la dirección meridional.
He cambiado de posición. En estos momentos me he sentado sobre una de las losas que cubren el suelo de este privilegiado mirador de Punta Almina. La piedra aún está caliente por el efecto de los rayos del sol. Me siento realmente bien y confortable. De vez en cuando giro la cabeza hacia occidente para ver morir el sol, mientras espero con impaciencia el nacimiento de la luna llena. Creo que no la veré hasta que consiga alzarse sobre el horizonte y supera la tupida cortina de nubes que cuelga sobre el horizonte.
A las 21:26 h empiezo a ver la tenue silueta de la luna que va resaltando según la noche logra vencer al decadente día. Su rostro va iluminándose con el paso de los minutos. No es blanco, sino algo anaranjado. Su luz es cada vez más intensa. El sol le ha transferido su poder y su cetro real para reine en la noche con toda solemnidad.
Me quedo absorto mirando con suma tranquilidad cómo la luz de la luna comienza a reflejarse sobre el ondulante mar. Me cuesta describir su color, aunque su tonalidad recuerda al cobrizo de aquellos viejos objetos metálicos que lucen con elegancia su antigüedad.
Después de estar un tiempo en el mirador de Punta Almina me he venido a la playa del Desnarigado. Aquí me he encontrado con un grupo de jóvenes marroquíes que estaban pescando. Hemos conversado un rato y acto seguido he tomado algunas fotos antes de poner a escribir. Para ello me he colocado la linterna sobre un saliente rocoso y así he dispuesto de la suficiente luz para escribir.
Todo el cielo nocturno está cubierto por una ligera nebulosa que difumina la luz de la luna. A pesar de su fuerza no puede apagar el brillo de su amante, el planeta marte. Algo hacia el oeste observo a la constelación de Virgo. Porta en una de las manos a la estrella Espiga que ofrece a la luna al igual que los niños han llevado esta semana a la virgen sus flores del mismo color que la misma luna. Pocos consiguen relacionar ambos hechos que tienen lugar a la par en el cielo y en la tierra. Por mucho que algunos se empeñen en hacernos olvidar, los seres humanos seguimos adorando a la luna, símbolo de la Gran Diosa.
Sobre mi cabeza, y mirando al norte, contemplo la Osa Mayor y la Menor, cuyas siluetas por momentos son apagadas por la incesante luz del faro de Ceuta. Bajo mi mirada hacia el mar que luce brillante por el reflejo de la luna. En la oscuridad de la noche destacan las “luciérnagas” verdes que portan en sus puntas las cañas de mis amigos pescadores.
El sonido de las olas del mar se complementa de manera armónica con el chirrido de los grillos. Todo lo demás es puro y delicioso silencio.
La brisa del mar trae frescor y un intenso olor a algas marinas. Es un olor que a mí me resulta dulce. La temperatura es ideal. Porto una rebeca que protege mi cuerpo de la intensa humedad en esta noche de levante.
Sentando aquí, a la luz de la luna, pienso que la noche es el mejor momento para reflexionar sobre el extraordinario regalo que es la vida. Nuestro diminuto planeta alberga una biodiversidad rica y variada que no tiene parangón en todo lo que el ser humano conoce del cosmos… Y entre toda la infinidad de especies de seres vivos que pueblan la tierra, los seres humanos tenemos la increíble capacidad de emocionarnos con su belleza y tomar conciencia de nuestra propia existencia, aunque esto nos cause al mismo tiempo la desazón por la finitud de la vida. Poseer un corazón sensible y una mente pensante e imaginativa son unos dones que no podemos desaprovechar. Si conseguimos despertar nuestra conciencia se nos revela una dimensión de la vida gozosa y plena. Descorrer el velo de Maya, -uno de los nombres con la que conocemos a la Gran Diosa-, y observar lo que oculta es de uno de los grandes privilegios que están al alcance de todos los seres humanos. Al hacerlo sentimos de lleno el poder de la naturaleza y las fuerzas que la rigen. Este poder, esta fuerza, se hace especialmente presente y apreciable en determinados lugares que llamamos sagrados. Puede adoptar la forma de un árbol o de una fuente, de una piedra o de un talismán, pero su poder es el mismo. Estos lugares y estos objetos tienen la capacidad de sanarnos por su capacidad de activar nuestra propia fuerza interior y sincronizarnos con el cosmos. Creo que este baño de luz lunar ha logrado hidratar mi alma y rejuvenecerla como si estuviera en la misma fuente de la eterna juventud.
Deja un comentario