El pasado lunes un virulento incendio arrasaba cerca de treinta y cinco hectáreas de uno de nuestros montes catalogados de Utilidad Pública. Las enormes llamas eran visibles desde el centro de la ciudad. Por desgracia hemos sufrido otros incendios forestales en Ceuta, pero no recordamos uno tan destructor y agresivo. Cuando el fuego estaba a punto de alcanzar algunas viviendas y edificios ubicados en la barriada de Postigo, entre ellos la sede de la Protectora de Animales y Plantas, una providencial lluvia aplacó la fuerza destructiva del fuego. De no llegar a ser por este suerte, dentro de la adversidad, es posible que hoy estuviéramos lamentando importantes pérdidas materiales y quien sabe también si de otro tipo imposibles de resarcir. Y es que para los medios locales de extinción este incendio superaba su capacidad de eficacia. La Unidad Militar de Emergencia (UME) fue enseguida avisada, pero tardaron en llegar varias horas a Ceuta. Mientras un helicóptero del Ministerio de Medio Ambiente arrojaba agua sobre el frente del incendio. No entendemos el motivo de la ausencia de los hidroaviones durante las dramáticas horas que vivimos el pasado lunes en Ceuta. Al día siguiente surcaron nuestro cielo, pero para poco ya.
A última hora de la tarde el fuego parecía controlado y los efectivos de la UME desplazados a nuestra ciudad comenzaron su trabajo. Menos mal que ya estaban aquí cuando esa misma noche se detectó un rebrote del incendio. Comenzó también a especularse sobre las causas del incendio. En las redes sociales y en uno de los medios digitales, la Verdad de Ceuta, señalaban como causa la detonación de un mortero durante unas maniobras militares en las proximidades del Monte de la Tortuga. La confirmación de esta hipótesis llegó a través de una concisa nota de prensa remitida a los medios por parte de la Delegación del Gobierno. No daban muchos detalles, pero reconocían los hechos y la responsabilidad del ejército en este incendio.
Al día siguiente los medios escritos llevaban a su portada la crónica del incendio. Este mismo rotativo, que acoge esta columna de opinión, publicaba una contundente editorial en la que reclamaba una ampliación de las aclaraciones sobre lo que había sucedido dada la magnitud del desastre medioambiental y la lógica inquietud que padecimos todos los ceutíes durante las dramáticas horas del incendio. La Comandancia General volvió a emitir otra nota de prensa, pero no aportó ningún detalle sobre las circunstancias que motivaron este devastador incendio forestal. Se limitaron a reconocer su responsabilidad en los hechos, recordarnos su mandato constitucional y reafirmar su compromiso en la conservación del medioambiente. Es evidente que el ejército no tenía ninguna intención de quemar nuestro monte, como tampoco la tienen quienes por un descuido o una negligencia provocan cientos de incendios por todo nuestro país, pero esto no les exime de sus responsabilidades administrativas y jurídicas. Se da además la circunstancia de que lo ocurrido en Ceuta no es un acontecimiento puntual.
En los últimos años ha sido frecuente que se produzcan incendios forestales en campos de tiro situados en zonas forestales, como los ocurridos en el campo de tiro de El Teleno (León), o en Cerro Muriano (Córdoba) que devastó en 2007 más de 4.000 hectáreas (unos 4.000 campos de fútbol) de bosque mediterráneo, o el ocurrido en 2009 en Chinchilla (Albacete). En tiempos y lugares más cercanos como Barbate se han contabilizado desde el año 2000 más de catorce incendios forestales provocados por la realización de maniobras militares en el campo de adiestramiento de la Sierra del Retín. Tal y como señalaban los compañeros de Ecologistas en Acción en una nota de prensa, “la mayoría de las comunidades autónomas tienen regulado mediante leyes y otras normativas la prevención de incendios en periodo de máximo riesgo en las que se prohíbe hacer barbacoas, la quema de rastrojos y otras actividades con riesgo de provocar incendios. Sin embargo, en estos campos de maniobras y en pleno verano, no cesan las prácticas de tiro o el tránsito de carros de combate de cadenas con el riesgo que eso supone por explosiones o generación de chispa”. Esta situación ha llevado a los principales grupos ecologistas españoles, como Ecologistas en Acción y Greenpeace, a solicitar la prohibición de utilizar fuego real en los campos de entrenamiento en los que existan riesgos de incendios forestales. Esta solicitud cobra todavía mayor sentido en una ciudad de las características de Ceuta. El limitado tamaño de nuestro territorio hace que las líneas de separación entre el campo y la ciudad sean muy tenues. Tal y como quedó constatado el pasado lunes, el fuego puede, en un instante, poner en peligro la integridad de edificios y de personas. Por si fuera poco, esta circunstancia tiene el agravante de nuestro aislamiento geográfico de la península, que hace que el tiempo de respuesta de los medios estatales de extinción de incendio, como la UME, sea demasiado elevado. Para contener un incendio en su etapa inicial solo contamos con unos medios humanos locales que los propios sindicatos profesionales han denunciado que son insuficientes y dotados de material obsoleto.
Tampoco disponemos de suficientes recursos humanos y económicos para la indispensable labor preventiva de limpieza, mantenimiento y vigilancia de los montes ceutíes. Como bien ha apuntado el secretario general de UGT-Ceuta, Antonio Gil, la Ciudad Autónoma tiene a su disposición un instrumento tan valioso como los planes de empleo para la contratación de peones forestales que, bajo la coordinación del personal especializado con el que cuenta el propio ente autonómico, podrían realizar, -como ya lo hicieron años atrás cuando el plan de empleo dependía de la Delegación del Gobierno-, estos trabajos de limpieza y mantenimiento de las zonas forestales y del resto de espacios naturales declarados en la ciudad. Así evitaríamos la deplorable imagen que ofrecen nuestros montes, llenos de todo tipo de residuos y con muchos troncos y ramas caídos que actúan como acelerantes en caso de incendio.
Por desgracia nuestros montes están llenos de basura que algunos tiran y nadie recoge. Vivimos en un mundo desencantado y desalmado. La naturaleza ya no es la Gran Diosa Madre que da la vida y nos abre la puerta a la dimensión poética y espiritual. Para el ser humano actual la naturaleza es una despensa gratuita de materia prima para el mantenimiento de nuestro despilfarrador modo de vida.
El suelo ya no es venerado como el suministrador de alimentos para el ser humano. Para unos pocos, los que realmente manejan los mandos del complejo del poder, el territorio es una infinita fuente de dinero que les permite vivir como individuos egocéntricos y vacuos. La codicia es una enfermedad del alma latente en casi los seres humanos. Sólo unos pocos «afortunados» desarrollan la enfermedad, pero el mal está en casi todos. El único antídoto eficaz es restablecer nuestra íntima conexión con la naturaleza y el cosmos. No es tarea fácil. La llave que abre las puertas que nos conectan con el reino de Urania ha sido arrojada a lo más profundo de nuestra alma por un ego inflamado y complaciente.
Parte de nuestro monte se ha convertido en cenizas. De ellas puede surgir de nuevo la vida si cumplimos con nuestro deber individual y colectivo: «cultivar nuestro jardín y mantenerlo». ¿Acaso los montes no son grandes jardines de árboles? Si somos capaces de reorientar nuestros ideales sociales, económicos y políticos estaremos en condiciones de restaurar de una manera sinérgica nuestra maltratada naturaleza. Una vez lograda esta reorientación hacia la bondad, la verdad y la belleza no dudaremos en dedicar todo nuestro tiempo y esfuerzo en el recultivo de nuestro paisaje y a la renovación de la vida.
Deja un comentario