Ceuta, domingo, 17 de mayo de 2020.
Hoy también ha tocado levantarse temprano. Si uno quiere aprovechar el día no queda más remedio que dejar la pereza a un lado. Anoche dejé todo preparado en la entrada de la casa, así que no he tardado mucho en estar en la calle. La noche, aún presente, me ha permitido observar el blanquecino reflejo de la luna menguante en un mar en perfecta calma. En la jornada de hoy la mañana ha amanecido despejada y algo más húmeda que ayer. Los coches estaban cubiertos por el rocío nocturno.
No me he cruzado con nadie en mi trayecto hacia el Camino de Ronda, con la única excepción de un vehículo de la Policía Nacional que patrullaba por la barriada del Sarchal. A las 6:50 h ya estaba en mi destino y sin prisas he instalado mi cámara fotográfica. Pronto he comprobado que detrás del castillo del Desnarigado, y sobre el horizonte, se formaba una aureola rojiza. La composición es inigualable. Todos los elementos del paisaje estaban armonizados para ofrecer una imagen sobrecogedora.
La belleza de este entorno no deja de emocionarme por muchas ocasiones que lo haya visitado y descrito en mis cuadernos. No soy el único que contemplo el amanecer. Un cuervo mira hacia donde sale el sol posado en lo alto de un poste. Dicen que es una de las aves más inteligentes.
Quería estar solo y oculto de la mirada de los otros. Por esta razón me he adentrado entre los frondosos escobones y sentado sobre los peldaños de unos escalones naturales. Desde aquí diviso la playa y el castillo del Desnarigado.
Realmente la soledad buscada es aparente, ya que a mi alrededor tengo varios ejemplares de curruca cabecinegra que no paran de emitir su persistente canto. Consigo fotografiar una de estas aves con una libélula en el pico. Su canto se combina con el sonido de las débiles olas que mueren en la coqueta bahía de la torrecilla.
En cuanto a los olores, disfruto de la limonosa y dulce fragancia de los escobones, que no solo me atraen a mí, sino también a los mosquitos y las abejas. Mi mano y mi frente dan buena cuenta de la presencia de los molestos mosquitos.
En mi camino de regreso he hecho una nueva parada con el propósito de plasmar lo que siento. Apoyado en la barandilla de madera que delimita el Camino de Ronda me he puesto a escribir. Me siento abrumado por toda la belleza que contemplo en esta mañana dominical. Frente a mí atisbo el curvo horizonte que amplia mi perspectiva interna y externa. El mar está tan calmado que se distinguen a simple vista los cardúmenes de peces a los que se acercan las gaviotas para desayunar. La claridad del día y la transparencia del mar se han unido para que pueda deleitarme con el verde esmeralda del fondo marino, resaltado por el ocre de los gneis del Monte Hacho. A instantes percibo el espíritu de Ceuta y lo absorbo hasta llenar mi alma. Se hace un silencio que permite que escuche la voz de Sophia Aeterna. Me hace entender lo afortunado que soy por ser acogido en su templo, como ayer lo hizo cuando entramos Silvia y yo, y los niños, en la Ermita del Valle. El blanco de su imagen sólo es comparable a la sombra de la luna y al reflejo del sol sobre el mar en esta mañana. El sol vespertino entró en el altar para iluminar su imagen y el pecho de Cristo.
Escribo liberado del deseo de ser leído y del miedo a ser incomprendido. La destinataria de mis escritos es Sophia Aeterna: la encarnación del espíritu de Ceuta. Escribo con el mismo desprendimiento que lo hacen la mayoría de los artistas. Lo único que hacemos es dejarnos llevar por el instinto creativo que todos llevamos dentro. Hay quien la naturaleza le ha entregado el don de la pintura, de la escultura, de la música, la danza o la escritura, por citar algunos ejemplos de las artes. Nos equivocamos, como escribió C.G.Jung, si pensamos que estos dones nos pertenecen, pues se tratan de unas capacidades sobrenaturales que nos ha sido prestada para que las desarrollemos y compartamos sus frutos ¿Cuál es la utilidad de estos frutos? Alimentar y hacer crecer el alma. Ella se expande y vibra con las melodiosas notas que pueden ser sonoras, visuales, olfativas, táctiles o en forma de palabras. En la naturaleza todas estas notas se armonizan bajo la partitura y la batuta de Sophia, ofreciendo un concierto de música celestial.
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