Armilla, Granada, 4 de agosto de 2014
Esta mañana me he levantado temprano, como de costumbre, y, tal y como pensé ayer, he salido a recorrer la Vega granadina. Llevaba varios días preguntándole a mis sobrinos, cuñados y a mi propia mujer, si había algún camino interesante para visitar en la zona de Armilla. Y no lo sabían. Así que me he dejado guiar por mi intuición y me he puesto a andar. Me he dirigido hacia la zona agrícola y no he encontrado ningún camino claramente trazado. Pero al llegar a una rotonda he dado con una senda que se dirigía hacia algunos campos cultivados. Nada más entrar en el camino me he dado de bruces con un cartel de la Junta de Andalucía que anunciaba el inicio en ese punto de un carril bici y peatonal por la Vega.
He pensado: eureka. Sólo me quedaba poner a andar y eso he hecho. A mi lado he ido dejando parcelas con tabaco, cañas de azúcar, tomates. olivos y unas pocas vides. Al fondo de la senda divisé una hilera de árboles y pensé: donde hay árboles de ese tamaño tiene que haber agua». Y acerté. Según me acercaba iba escuchando el rumor del agua encauzada. Dije para mí: «éste es buen lugar para descansar y sentarme a escribir mi crónica caminera. Y aquí estoy, fresquito y sentado al pie de la acequia a la sombra de un frondoso olmo, escuchando el cantar de los pájaros y el incesante clamor de las aguas que nutren estas tierras granadinas: el relicto de una Vega amenazada por la especulación urbanística.
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