Comentaba este fin de semana con un familiar que se había convertido en norma la publicación de un reportaje sobre la participación de musulmanes occidentales en el conflicto sirio en la edición dominical de “El País”. En estos artículos periodísticos se insiste en la idea de tratar a Ceuta y Melilla como un semillero de yihadistas. Las operaciones policiales que con cierta frecuencia se realizan en ambas ciudades norteafricanas sostienen tan dolorosa imagen de Ceuta y Melilla como tierras fértiles para las ideas más radicales y violentas. A esta imagen se superpone la de unas ciudades asediadas por la inmigración, de pensamiento conservador, mimadas por el Estado y con barrios conflictivos que inspiran series televisas de enorme éxito de audiencia. No es de extrañar que la edición de hoy de “El Faro” recoja la información de una propuesta para la puesta en marcha de una campaña dirigida a la mejora de la imagen de Ceuta. Esta propuesta va a ser defendida por el Sr. Márquez en el Congreso de los Diputados.
A mí, personalmente, me parecen bien este tipo de campañas que pretenden mostrar otras facetas más agradables de nuestra ciudad, como son nuestro mar, nuestros bellos paisajes, el carácter hospitalario de las gentes de Ceuta o su rico patrimonio cultural y natural. No obstante, haríamos mal si no asumiéramos con valentía y claridad la enorme cantidad de retos y problemas a los que nos enfrentamos. La imagen de Ceuta, aunque distorsionada y parcial, no deje de ser el reflejo de una realidad inquietante. Que no nos pase como al mítico Narciso, enamorado del reflejo de su imagen. Las aguas están turbias, contaminadas por ideas fanatizadas, y la superficie agitada por los fuertes vientos del malestar social. No es el momento de mirarse en este confuso espejo, sino de limpiar sus aguas y calmarlas.
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