Tengo que confesar que no experimenté ningún sentimiento especial cuando me enteré de la noticia que anunciaba la abdicación del rey Juan Carlos I. Igual me equivoco, pero creo que muchos españoles hace tiempo que se sienten defraudados respecto al monarca, su familia y el papel que actualmente desempeñan en el orden político español. Este cambio de actitud ha sido propiciado por una sucesión de escándalos, meteduras de pata y actitudes poco ejemplares de algunos miembros de la Casa Real, empezando por su propio titular. No se puede echar la culpa del declive de la imagen de la corona a los medios de comunicación, ya que éstos han sido siempre encubridores necesarios de las aventuras y desventuras del monarca. Unos medios que han colaborado de manera intensa en el intento de reflotar el prestigio de la institución monárquica, pero que no han conseguido. En este contexto, la abdicación del rey a favor de su hijo Felipe no es más que una maniobra desesperada para salvar a la monarquía de su progresiva desintegración.
La monarquía no es el único pilar de nuestro sistema político que tambalea. La crisis económica y la corrupción política han actuado como un intenso terremoto que ha dejado maltrecho al siempre inestable edificio democrático. Todos coinciden en que es necesaria una profunda reforma de las instituciones, los partidos políticos, la economía y los principios éticos si queremos evitar que todo se venga abajo. Los daños en el sistema político hay que calificarlos de estructurales, por lo que de nada vale una simple sustitución de la fachada con el mismo estilo anacrónico. La reforma de nuestro país tiene que ser integral, empezando por quienes lo integramos, es decir, nosotros mismos. Mientras que no nos reconstruyamos nosotros mismos, todo nuestro trabajo de reconstrucción de España puede venirse abajo. Cada uno, dentro de su campo de acción, debe llevar a su labor inmediata diaria una nueva actitud hacia sus funciones y obligaciones, entre las que destaca asumir las responsabilidades públicas y la acción cívica, así como trabajar sin descanso en su elevación intelectual y profundidad espiritual. Con este renovado material humano, caracterizado por la autodisciplina interna, la individuación y la autonomía podremos reconstruir España bajo una nueva formula, como la expresada por Castoriadis: “la de comunidades políticas que puedan ser autónomas, es decir, autogobernarse en los hechos”.
Blai dice
Más que una reforma integral, pienso que lo que necesitamos hoy en día es una revolución integral; y más que un edificio «democrático», lo que tenemos en la actualidad es pura oligarquía disfrazada, como bien dijo Castoriadis. La reconstrucción y mejora personal es muy necesaria, pero debe ir acompañada de un proceso revolucionario para acabar con las fuentes del mal…
«Si definimos la política como la actividad deliberativa y decisiva de los ciudadanos sobre los asuntos de la esfera pública, resulta evidente que, dado que las instituciones dominantes en la actualidad están diseñadas para usurpar y aplacar la actividad política, revivir la política en la actualidad pasa necesariamente por la creación de unas nuevas instituciones que permitan y fomenten esta actividad. Como hemos visto anteriormente, la crisis de lo que se hace pasar por «política» hoy en día se debe a que la vida pública que el sistema dominante ofrece está vaciada de sentido, ya que los ciudadanos están institucionalmente incapacitados para ejercer un poder político efectivo. La inmensa mayoría de la gente del mundo carece precisamente de lo que más necesita para dirigir sus asuntos y resolver sus problemas: el poder. Hay que emprender, pues, un proceso de empoderamiento colectivo, por lo que es evidente que debemos abordar conscientemente la cuestión del poder.»
http://blai-dalmau.blogspot.com.es/2012/06/reintegrar-la-societat-amb-la-politica.html
Saludos,
Blai