Quien hemos tenido la enorme fortuna de conocer la obra del pensador y crítico Lewis Mumford (1895-1990) no podemos dejar de sorprendernos con su clarividencia y lucidez a la hora de analizar la evolución de la condición humana y sus transformaciones históricas. En su afán por encontrar las claves de una teoría general de los cambios sociales, siguiendo el esfuerzo que emprendieron otros como Arnold Toynbee, Jacob Burckhardt, Henry Adams o su maestro Patrick Geddes, encontró en el campo de la física una fuente de inspiración que le siguió durante toda su vida. Nos referimos, concretamente, a la teoría de los puntos singulares del físico James Clerk Maxwell. Según cuenta Mumford en “The conduct of life” (1951), Maxwell observó que la ciencia está organizada para estudiar continuidades y estabilidades, por lo que se centra en aquellos campos de estudios donde estos atributos son dominantes. Pero, tal y como él había tenido la oportunidad de observar en el transcurso de sus investigaciones, se dan momentos y ocurren hechos impredecibles que lleva a que una pequeña fuerza pueda provocar no un resultado reducido y conmensurado como sería previsible, sino uno de una magnitud mucho mayor.
En el escrito donde encontró Mumford la descripción de la teoría de los puntos singulares, Maxwell comenta: “toda existencia por encima de un cierto rango contiene puntos singulares: a superior rango, más presencia. En estos puntos, las influencias, cuya magnitud física es demasiado pequeña como para ser tenida en cuenta por un ser finito, pueden producir resultados de la mayor importancia. Todos los grandes resultados producidos por la actividad humana dependen de tomar ventaja de estos estados singulares cuando se producen». A este pasaje, Mumford añade que en estos puntos singulares “lo que es imposible en cualquier cálculo del sentido común, no sólo puede llegar a ser imaginable, sino realizable. Paralelamente, las predicciones basadas en regularidades, continuidades, estabilidades, -también observables en la misma sociedad y, por lo general, suficiente para su descripción-, pueden pasar a ser engañosas como guía para la decisiva acción o como un indicio de futuras tendencias”. Como ejemplo, Mumford comenta que ningún agudo observador romano en el apogeo de su civilización pudo ni siquiera imaginar que su gran imperio sería absorbido, de arriba abajo, por los seguidores de un oscuro profeta de Galilea.
Sin negar la importancia y necesidad de atender las tareas diarias y rutinarias que hacen posible mantener la vida de una determinada comunidad, la teoría de los puntos singulares de Maxwell constituye una aportación fundamental a la descripción científica de los cambios sociales. Y es que esta teoría, en opinión de Mumford, pone de manifiesto que a ciertos intervalos, en momentos críticos o en situaciones de crisis, puede ser decisivo un método adicional de incitación al cambio, sobre todo si se reconoce y se interpreta correctamente la naturaleza del propio momento. En tal cambio, según Mumford, la personalidad humana puede producir un efecto fuera de toda proporción a sus facultades físicas. Un oportuna intervención de una “magnitud física demasiado pequeña para ser tenida en cuenta por un ser finito puede producir un efecto equivalente a un cambio acumulativo y generalizado logrado mediante un gasto mucho mayor gasto de esfuerzo a través de los canales normales de cambio social”.
Para Mumford, la teoría de los puntos singulares es clave para explicar el papel clave de la personalidad humana en algunos de los mayores cambios que se han dado a la largo de la historia, como también explicaría la rareza de estas ocasiones. Tal y como narra en el referido libro, “en momentos de crisis, donde los caminos de la desintegración o el desarrollo separa, como en una línea divisoria, a una única personalidad determinante o un pequeño grupo de hombres informados y comprometidos, estos pueden mediante un ligero empujón determinar la dirección y el movimiento de una de otro modo incontrolable masa de conflictivas fuerzas sociales. En esos momentos, no una única institución o un grupo, sino una sociedad entera, estarán involucrados en un cambio mucho más allá de su capacidad ordinaria para la adaptación. Sin embargo, el agente dinámico de esta transformación, la «chispa que enciende el gran bosque», será la personalidad humana individual; porque es ella la que precipita el cambio en el orden social, en primer lugar iniciando una profunda reagrupación de las fuerzas y objetivos ideales dentro de sí mismo. Entonces el ser humano integro representa el todo y a su vez tiene un efecto sobre el todo”.
Un aspecto muy importante del dictamen de Maxwell es que existe una relación directa entre el grado de complejidad de una sociedad y la mayor frecuencia en la aparición de puntos singulares. Llevado este principio a los tiempos actuales, es fácil concluir que atravesamos un periodo histórico que, por su complejidad y profunda crisis social, económica, ecológica y ética, constituye un verdadero caldo de cultivo para la aparición de puntos singulares y que estos están surgiendo a un velocidad de vértigo sin que lo hayamos identificados como tales. En todos ellos, como veremos, ha sido fundamental la acción de la personalidad humana, ya sea de un individuo concreto o de un pequeño grupo de personas:
- Islandia, octubre de 2008. El ciudadano islandés Hördur Torfason inicia una protesta individual para expresar su malestar por la quiebra económica del país. Se planta en Austurvöllur con un micrófono abierto e invita a la gente a tomar la palabra. A la semana siguiente se organiza una manifestación más numerosa y organizada que desencadena un movimiento ciudadano que consigue la dimisión del gobierno y la celebración de un referéndum sobre la deuda de la banca.
- Túnez, 10 de diciembre de 2010. Mohammed Bouazizi, una joven tunecino, dedicado a la venta ambulante, se suicida quemándose a lo bonzo como acto de protesta por sus problemas económicos y la brutalidad policial. Su desesperado gesto provoca la caída de régimen de dictador Ben Ali, a la que seguiría a los de otros gobernantes árabes en lo que se ha venido a llamar la “Primavera árabe”.
- España, 15 de mayo de 2011. Tras una nutrida manifestación organizada por varios colectivos ciudadanos (Democracia Real Ya, Juventud Sin Futuro, etc…), un grupo de veinte personas decide acampar en el céntrica Puerta del Sol. A lo largo de la noche otras personas deciden secundar la iniciativa, hasta que la policía actúa desalojándolos de la plaza. Cuando esto sucede la noticia corre por las redes sociales y se desencadena actos de protesta y concentraciones en buena parte de las ciudades españolas. En los días siguientes se organiza un campamento en la Puerta del Sol y los destellos del movimiento alcanza otras ciudades del mundo. Desde entonces el movimiento no ha dejado de creer y expandirse.
Como demuestran los hechos anteriormente comentados, la personalidad humana puede alterar el patrón de los acontecimientos históricos. Y de esto están tomando conciencia muchas personas por todo el planeta. La gente comienza a darse cuenta de que tiene en su mano la posibilidad de cambiar el rumbo de los acontecimientos y que las acciones individuales o la de pequeños grupos de personas comprometidas sí que pueden influir en el discurrir de la historia. Por primera vez en mucho tiempo algunos ciudadanos han decidido romper el aislamiento social impuesto por el capitalismo para recuperar en el espacio urbano y romper así el perverso hechizo que había sembrado la desconfianza mutua entre la mayoría de la ciudadanía. Gracias al movimiento 15M y a los otros puntos singulares que están brotando a una velocidad inusitada por todo el planeta se han desencadenado las fuerzas que va a hacer posible la rehumanización del ser humano, tal y como Lewis Mumford vislumbró en su obra “Las transformaciones del hombre” (1956). Una nueva sociedad está eclosionando sobre las bases del intelecto, la reflexión y la solidaridad. Y este cambio, como ha comentado Emilio López-Galiacho (rebelión, 16/01/2012), no hay quien lo pare, pues se trata de un nuevo estado mental.
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