La germinación de una semilla nos aporta valiosas lecciones sobre la vida y la actividad creativa del ser humano. La primera es la paciencia. Las ideas necesitan tiempo para que maduren y se transformen en proyectos y planes concretos. Además exigen, como las semillas, unas óptimas condiciones internas y externas. Reclaman la Luz del conocimiento y requieren ser regadas con abundantes experiencias sensoriales y sentimentales. El abono que las hace crecer son nuestros ideales políticos, sociales y económicos. En estas condiciones florecen la ethopolítica, la cultura y el arte.
La vida está continuamente surgiendo a nuestro alrededor sin que le prestemos demasiada atención. Sin embargo, lo que nos resulta gratificante, estimulante y emocionante es participar como agente activo en la conservación y potenciación de la vida, aunque sea con un gesto tan sencillo y humilde como plantar una semilla y verla germinar. Desde que emerge se convierte en algo nuestro que amamos y nos sentimos comprometidos con su cuidado.
Estos primeros brotes en el semillero que hemos creado mi hijo y yo emergen al mismo tiempo que este ilusionante proyecto de la Escuela de la Vida «Vivendo Discimus».
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