Nuestra vida, con su primavera, verano, otoño e invierno, no es otra cosa que un año ampliado a varias décadas. En orden inverso, lo mismo sucede con nuestros días: son con un año reducido a varias horas. Por la mañana, cuando sale el sol, nosotros volvemos de nuevo a la vida consciente, a la primavera. Es el momento creativo del día, cuando nuestras ideas brotan con más fuerza. A mediodía el sol calienta, llega el verano. Ponemos en marcha nuestros planes y proyectos en el trabajo. Por la tarde, en el momento en el que el sol comienza su declive, llega el otoño del día, su periodo de madurez. Es tiempo para reencontrarnos con la naturaleza, disfrutar de la compañía de nuestros familiares y amigos; y dedicarnos a la realización y formulación de nuestros ideales sociales, económicos y políticos con nuestra implicación en los asuntos cívicos. Por fin llega la noche. Volvemos a nuestros hogares, a nuestro claustro particular, para meditar, reflexionar y escuchar nuestra voz interior. Justo antes de quedarnos dormidos, vivimos nuestra segunda vida, rememorando todo lo que lo hemos hecho a los largos de la jornada. Dejamos sembradas aquellas ideas que al día siguiente germinarán gracias a la luz de un nuevo día.
No he sido el único que ha percibido esta curiosa relación entre los días y el ciclo anual de las estaciones. Antes que yo, poetas como William Blake, en sus famosos “Proverbios del Infierno”, nos decía: “piensa por la mañana, Actúa al mediodía, Come al atardecer, Duerme de noche”. Sabio consejo que no deberíamos olvidar.
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