Ceuta, 1 de noviembre de 2015.
Mi ritmo de escritura no para de aumentar. Los apuntes se acumulan en mi libreta. Ya escribo casi a diario. Es una pasión irrefrenable, una necesidad apremiante. Sin escribir no me siento bien. Quiero descubrir los secretos de mi alma que intuyo son los mismos que los del cosmos y los de la naturaleza.
Mi consideración sobre el valor de lo que escribo es fluctuante. A veces me emociono al releer algunos de mis escritos, y otros días pienso que no tienen demasiado interés. ¿A quién le puede interesar lo que siento y pienso más allá de mis familiares y amigos más íntimos?
El ego es como el Dios Jano. Tiene dos caras. Como decía Whitman, “el ego realiza su labor cuando observa su alma y su cuerpo a distancia y aprovecha la facultad de lenguaje para contener tanta verdad como sea posibles sobre ellas”. Vemos, pues, que el ego con una de sus caras mira al alma y con la otra muestra nuestra personalidad. Esta cara exterior no es más que el reflejo de la interior.
Escribo confiado en que mis descubrimientos sobre mi alma pueden ayudar a otras personas para conectar con el alma universal del que todos somos participes. Al escribir este pensamiento me he acordado de un pasaje escrito por Emerson a propósito de las ideas de Swedenborg. Decía el genial pensador sueco que “el hombre es una especie de cielo dominante que se corresponde con el mundo de los espíritus y con el propio cielo. Toda idea concreta del hombre, y toda emoción, en efecto, cada ínfima parte de su emoción, lo es a su imagen y semejanza. Un espíritu se puede conocer sólo gracias a un único pensamiento. Dios es el hombre enorme”.
Levanto mi mirada y la detengo en un cielo lleno de nubes. Me cuesta asumir que su inmensidad y belleza tenga algo que ver con esta alma y este cuerpo diminuto que soy yo. En cualquiera caso me gusta participar de esta idea. Estoy convencido, eso sí, de que somos dignos elementos de la divinidad omniabarcante cuando volvemos la mirada hacia nuestra alma y descubrimos en ella las formas más puras de bondad, de verdad y de belleza.
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