Una densa niebla cubre la mañana. La calma es absoluta. Es muy temprano. Aún queda un rato para que el sol se eleve sobre el horizonte y con su calor disipe la niebla mañanera. Las nubes me rodean y siento la humedad en mi cuerpo. El color que predomina es el gris. Un gris plomizo como el de las imágenes pérdidas de la Diosa Madre.
Esta niebla es similar a la que, de manera metafísica, rodea a la humanidad en este tiempo. Es tan densa que no nos permite encontrar el camino de la vida. Deambulamos de un lado a otro con nuestros aparatos electrónicos que nos indican a cada momento dónde estamos, pero que no son capaces de decirnos a dónde tenemos que ir. La técnica y la ciencia han desposeído al ser humano de cualquier visión trascendental y nos ha divorciado completamente de la naturaleza. Nos hemos salido de la espiral vital para emprender una carrera absurda que nos conduce directamente a un profundo abismo. Reintegrarnos de nuevo en la espiral no va a resultar fácil. Necesitamos para ello una reactivación de nuestros aletargados sentidos, una ampliación de nuestras experiencias vitales y un sincero sentimiento de amor hacia la naturaleza. Es preciso que surja una renovada espiritualidad basada en el culto a la naturaleza, libre de las imágenes antropocéntricas y andrógenas que han dominado a la humanidad desde hace 4.000 años. La Diosa Madre ha vuelto para fertilizar la tierra y plantar la semilla de un Mundo Nuevo. Y lo ha hecho en Ceuta.
La Gran Diosa ha regresado para marcar un nuevo tiempo.
Un tiempo en el que las diferencias entre pasado, presente y futuro se diluyen.
Un tiempo en el que estamos llamados a recuperar la conexión con la naturaleza.
Un tiempo en el que la economía dejará de ser depredativa para ser colaborativa.
Un tiempo en el que los personas volverán a conocer la esencia de su ciudad y valorarán el lugar en el que viven.
Un tiempo en el que nuestros sentidos se despertarán para apreciar, experimentar y sentir la belleza de la naturaleza.
Un tiempo en el que nuestros sentimientos de afectos a la naturaleza y a las criaturas que la habitan transformarán nuestras emociones y pensamiento.
Un tiempo en el que volveremos al culto a la Madre Tierra.
Un tiempo en el que desaparecerán los dogmatismos y sectarismo, ya que la Madre Tierra es algo que nos une y acoge a todos.
Un tiempo en el que la síntesis sustituirá al especialismo excluyente y limitante.
Un tiempo en el que recuperamos el conocimiento de los símbolos y se desvelará el velo de Isis.
Un tiempo en el que la imaginación tomará el poder y libera nuestra mente de tanto miedo a lo establecido, lo objetivo y lo burocráticamente correcto.
Un tiempo en el que los diseños de nuestras ciudades se adaptarán a las necesidades superiores del ser humano.
Un tiempo en el que el misticismo, la filosofía y la poesía ocuparán un espacio central en nuestra vida.
Un tiempo en el que la bondad, la verdad y la belleza dominen nuestro corazón, nuestra mente y nuestra creatividad.
Un tiempo en la política y la ética se unirán definitivamente para constituir la ethopolítica.
Un tiempo en el que la sabiduría será el bien más preciado y el arte su expresión más genuina.
Un tiempo en el que los ciudadanos recuperarán su voz y tomarán la palabra en el espacio público.
Un tiempo en el que el motor de la historia será la iniciativa y la acción de la sociedad civil.
Un tiempo en el que alcanzaremos el éxito personal y social con alegría y esperanza.
Un tiempo en el que todo nuestro esfuerzo individual y colectivo estará dirigido a la renovación de nuestros corazones, la reeducación de nuestra mente y la restauración de nuestro patrimonio cultural, natural y paisajístico.
Un tiempo nuevo, en definitiva, que nos ofrece la posibilidad de lograr una vida digna, plena y rica.
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