España encabeza el ranking de países con las más altas tasas de desempleo. Además del drama personal y familiar que supone no contar con ingresos económicos, olvidamos que el trabajo tiene dos dimensiones antropológicas fundamentales. Su función, tal y como nos recuerda Lewis Mumford en «La condición del hombre», consiste en «proveer al hombre de un modo de vida, no con el fin de ampliar su capacidad de consumo, sino de liberar su capacidad de crear». Su significado social deriva de los activos de creación que hace posible el trabajo.
La eficiencia mecánica de la máquina y el mayor automatismo del proceso disminuye la demanda total del trabajo humano. Por ello Mumford ya proponía en 1948, la firme reducción de las horas de trabajo y «la necesidad de un prorrateo del ingreso anual en forma más pareja y equitativa para que haya una mayor demanda efectiva de los bienes que la granja y la fábrica producen». De manera concreta, Mumford fue uno de los pioneros que habló de la instauración de un «salario natural» que permita al hombre vivir sin inseguridad. Este concepto de salario natural era, para Mumford, «una extensión inevitable de los principios esenciales de democracia a la industria maquinista: igualdad y libertad formales deben ahora ser transformados en igualdad y libertad operantes. Ya no no es esto el fin de un partido, es el fin de la sociedad humana». El problema de instaurar un salario natural estriba en que para hacerlo viable debe ser abordado a escala internacional. A escala local, incluso nacional, una transformación tan radical de la concepción del trabajo es difícil que puede fructificar.
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