Ceuta, 26 de septiembre de 2016.
Hoy recibí un gran número de felicitaciones por mi cumpleaños que todas agradecí. De todas ellas una fue muy especial para mí. Cuando parecía que el día había terminado, y descansaba sentado en el sofá, tuve una visita inesperada y sorprendente. Silvia y yo escuchamos un ruido que venía del estudio y lo siguiente que vimos fuera un ruiseñor volando por el salón. Era un pájaro precioso, vestido con unas plumas marrones cálidas y una bella cola rojiza. Volaba golpeándose contra las paredes, por lo que temimos por su suerte. Al acercarme a él se posó en el suelo y dejó que lo cogiese. Su plumaje era delicado y su cuerpo desprendía un agradable calor. En mis manos no lo notaba inquieto y nos miramos a los ojos. Su mirada se ha quedado grabada en mi memoria. Acaricié su delicado cuerpo y besé su pequeña cabeza. Después lo acerqué a la ventana y emprendió el vuelo.
Como hace tiempo que no creo en las causalidades, supe enseguida que la visita del ruiseñor tenía un significado profundo. Si algo caracteriza a los ruiseñores es su carácter huidizo. Dejan que escuchemos su canto, pero raramente se dejan ver. Todavía es mucho más difícil que uno de ellos entre por la ventana de tu casa, situada en pleno casco urbano, para visitarte en el día de tu cumpleaños. Venía a traerme un regalo de la naturaleza: la fuerza para perseguir mis sueños y la inspiración necesaria para completar mi misión. Durante toda la mañana estuve escribiendo de una forma fluida y con un gran trasfondo espiritual. Los dedos corrían por encima de teclado dejando palabras a su paso. Podía haber estado escribiendo horas y horas sin parar, pero otras obligaciones me separaron del ordenador. El ruiseñor ha venido para reclamar un escrito que era suyo.
El canto del ruiseñor es la más bella de las melodías que podemos escuchar en la naturaleza. Su música transmite alegría, vitalidad y añoranza de la belleza trascendente, por lo que nos anima a emprender la aventura hacia los desconocidos caminos del alma. Ahora que he recibido la visita del ruiseñor, en el día de mi cuarenta y siete cumpleaños, tengo más claro que nunca que mi destino está unido a la escritura y a la naturaleza. El ruiseñor ha venido a recordarme el compromiso que tengo adquirido con la Gran Diosa Madre. Prometí luchar por ella y transmitir sus alabanzas. No puedo defraudarla. Me ha dejado como regalo su inspiración y pienso hacer un buen uso de este don.