Ceuta, 6 de enero de 2017.
Cuando el otro día salí a pasear me quedé mirando los dragos existentes tras las Torres del Sarchal. Desconozco el motivo, pero sentí unas enormes ganas de ir a verlos y abrazarlos. Todo el día estuve pensando en este deseo que ayer hice realidad. Me acerque a la zona y hablé con los inquilinos de las casas en los que están situados los dragos. Amablemente me acompañaron hasta un abandonado y sucio jardín.
Todo el suelo está repleto de botellas, plásticos, latas y restos de madera. No sabía dónde pisaba, dado la altura de la hierba, así que fui con sumo cuidado para no tropezar y caerme, o lo que podría ser peor: cortarme con algunas de las oxidadas latas que había por toda la zona. Al llegar a la base de los dragos me detuve a contemplar y fotografiar sus copas. Sus ramas se asemejan a raíces culminadas en palmitos de frutos anaranjados.
Es como un árbol al revés que en vez de nutrirse de la tierra lo hace del cielo. Por este motivo crece tan lento y vive tantos siglos. El drago es un árbol enraizado en el firmamento, de ahí que aspire a la eternidad y no al tiempo. Al abrazarlo sentí su calor, su savia rojiza que lo une a los humanos y al resto de mamíferos. Su sangre era considerada sagrada, mágica y curativas para los griegos, romanos y muchas otras culturas.
Yo ayer me alimenté de la esencia de los dragos que se conservan entre basura en el Monte Hacho. Me hablaron de tiempos pasados. De las tumbas de los santos que existieron en este mismo lugar en época medieval. Incluso se remontaron mucho más atrás para hablar de un paraíso natural que ahora conocemos con el nombre de Ceuta. Con los ojos cerrados pude ver a un Monte Hacho repleto de árboles sagrados, con flores y plantas mágicas, y aves exóticas. También contemplé manantiales inagotables de agua, de los que todavía quedan huellas entre los muros de contención de las torres construidas en este lugar.
Estos árboles mágicos me hablaron también de un futuro posible. El de un jardín eterno y el regreso de la Gran Diosa. Este jardín ahora lleno de suciedad recuperaba su pasado esplendor y yo escribía entre estos árboles sagrados todos los días bajo su sombra e inspiración. Cumplía así mi misión de volver a darle vidas a estos dragos y a una Ceuta perdida debido a la insensibilidad de sus habitantes.
Miré en el suelo y tan sólo encontré dos frutos: uno para Alejandro y otro para Sofía. Por la tarde, después de la cabalgata de Reyes, compramos tierra vegetal y colocamos las semillas en el interior de dos envases de yogurt. En estas semillas, en mis hijos y el resto de niños, reside la esperanza para el mundo que vislumbre abrazado a uno de los dragos.