El mundo de los actos es el del territorio y sus gentes. Estos lugares los percibimos a través de nuestros sentidos, los transformamos según nuestras ocupaciones y aquí desplegamos nuestros sentimientos. Enriquecer nuestros sentidos, ampliar nuestros conocimientos y fomentar sentimientos acordes a la condición humana son las misiones encomendadas a la escuela. Pero esta escuela no puede limitarse a las frías paredes de los colegios e institutos. Como dijo con rotundidad Patrick Geddes: “¡Pongamos a los niños a observar la naturaleza no con lecciones rotuladas y codificadas, sino con sus propios tesoros y fiestas de belleza, como son sus piedras, minerales, cristales, peces, aves y mariposas vivas, flores silvestres, frutas y semillas”. De manera clara y decidida debemos oponernos a la actual ausencia de la naturaleza en escuelas y colegios, con su verbalismo y su papelerío. Lo cual también implica inanición moral, de donde muy a menudo surgen perversiones de toda especie, así como la inhibición de los sentidos y los sentimientos.
Sin contacto con la naturaleza nuestro corazón se marchita, los ideales más elevados son sustituidos por el afán de poder y dinero, la ignorancia nos hace manipulables y la capacidad creativa no llega a desarrollarse. Sin naturaleza, en definitiva, no llegaremos a gozar de una vida plena, efectiva y lograda, ya que, como sentenció el sabio maestro japonés Fukuoka, “la verdadera belleza, la verdadera verdad y la verdadera bondad sólo existen en la naturaleza”.
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