Es increíble cómo la pseudociencia puede contribuir a la consolidación y difusión del pensamiento mecanicista. Lo que dice las conclusiones de este estudio dado a conocer en “El País” se encuentra a las antípodas de los planteamientos espirituales más elevados. Precisamente en lo que coinciden todos los grandes pensadores de la conciencia es en la necesidad de reencontrarnos con nuestra vacuidad interior. Alan Watts en su libro «Serenar la mente. Una introducción a la meditación» que «el arte auténtico de vincularse con el universo es dejar de pensar al menos de vez en cuando…Una vez que seamos capaces de dejar de pensar y empecemos a experimentar, estaremos volviendo a la cordura y a la realidad…Si no paramos de hablar, no oiremos lo que otros tengan que decirnos y, si no dejamos de pensar, nunca experimentaremos la naturaleza de nuestra existencia orgánica».
Esta vacuidad, que según este estudio no podemos soportar, es el dominio de los niveles supraconscientes más elevados, tal y como explica Ken Wilber en alguna de sus obras como «Breve historia de todas las cosas». El Testigo, la Conciencia en mayúscula, «no es una cosa, un proceso, una cualidad ni una entidad sino la Vacuidad pura última e incalificable». Alcanzar estos niveles de supraconciencia no es fácil ni se logra en un sólo paso. Es un proceso evolutivo que nos obliga a subir por los muchos peldaños de la espiral de la conciencia. La mayoría de nosotros no estamos preparados para enfrentarnos a la Vacuidad y por eso nos da un miedo terrible. Tampoco se trata de desvanecerse u ocultarse en el nirvana, sino a atravesarlo tanto rápido como nos sea posible, nos dice Wilber, para ayudar a todos los seres lo No Nacido en medio de la misma existencia.
Por experiencia propia puedo decir que cuando se enfrenta a la Vacuidad experimenta una terrible ansiedad. Un sentimiento de extracorporeidad inquietante. Sin embargo, cuando uno lo supera, disfruta de estos momentos con gran intensidad. Sientes una enorme paz interior y una apertura completa de los sentidos y los sentimientos. Tu mente se para, deja de hablar, pero a cambio escuchas y experimentas tu interior y tu exterior sin la sensación de la frontera corporal. Siempre que experimento esta sensación, cada día más frecuente, me acuerdo de las palabras de Goethe: «la naturaleza no tiene hueso ni cáscara, sino que lo es todo a la vez».
No tengas miedo a estar a solas con tus pensamientos. Vacía tu mente para que tu voz interior pueda hablarte. Vive en el «aquí y el ahora». Aprende a reposar, a guardar silencio, a cerrar los ojos…y esperar.
Comentaba mi cada día más apreciado y admirado maestro Lewis Mumford, en su libro “Arte y Técnica” que “uno de los espíritu originales del siglo XIX y un gran lógico, el Abate Graty, abogada como acto de higiene mental por dedicar media hora diaria –nada más que media hora-, a un completo retiro del mundo, sin siquiera usarlo para pensar en silencio, sino limpiando el espíritu de todas las cargas y presiones, de suerte que, como él mismo lo expresaba, Dios pudiese hablarnos o, si prefieren ustedes expresar tales cosas en términos naturalistas, de suerte que nuestras ocultas potencialidades, nuestros enterrados procesos inconscientes, tuvieran una oportunidad de salir a la luz. Ahora bien, Dios no habla a menudo; pero aunque no deriven de él resultados visibles directos, este acto de alejamiento es por sí solo uno de los primeros movimientos útiles para reafirmar la primacía de la persona. Mahatma Gandhi, que fue un santo así como un astuto político, solía dedicar un día de cada semana al completo retiro y silencio, y quizá ningún hombre de su tiempo llegó jamás a ejercer tanta influencia sobre sus contemporáneos con el apoyo de un aparato visible tan pequeño”.
Continuaba Mumford diciendo, “una vez formado el hábito de mirar hacia adentro, de escucharnos y de responder a nuestros propios impulsos y sentimientos, no nos permitiremos caer tan fácilmente víctimas de emociones y afectos incontrolables: en lugar de ser un boquiabierto vacío o una espectral pesadilla, la vida interior quedará abierta al contacto, y tanto en la conducta personal como en el arte nos hará establecer relaciones más fructíferas y más cariñosas con otros hombres, cuyas ocultas profundidades fluirán, a través de los símbolos del arte, hacia las nuestras. En este punto, también podemos volver a nutrir la vida más intensamente desde el exterior, abriendo nuestras mentes a todo toque, a toda visión y a todo sonido, en lugar de anestesiarnos continuamente a gran parte de lo que sucede en nuestro derredor, pues esto ha perdido todo significado, toda relación con nuestras necesidades interiores. Con tal autodisciplina, llegaremos con el tiempo a dominar la intensidad y el ritmo de nuestros días; a regular la cantidad de estímulos que inciden sobre nosotros, a controlar nuestra atención, de modo que las cosas que hagamos reflejen nuestros propósitos extraños y los valores de la máquina. En un comienzo, adelantaremos con lentitud y nos sentiremos perpetuamente frustrados, pues nuestra manera de actuar será un desafío –no solo un desafío sino una afrenta- a los demás miembros de nuestra comunidad. Pero aún las más pequeñas negaciones e inhibiciones ayudarán a devolver la iniciativa al espíritu humano, y a su debido tiempo podremos hacer elecciones más positivas, no limitándonos a rechazar lo que no viene al caso, lo trivial, lo repetitivo, sino afirmando con nuevo vigor todos los bienes significativos de nuestra época, pues aún cuando eses bienes nos lleguen sólo con ayuda de la máquina, serán nuestros y obedecerán nuestras órdenes, serán nuestros para reflejarnos en ellos y para gozar de ellos”.
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