Este año, por primera vez después de varios milenios, vamos a celebrar en Ceuta el solsticio de verano. Lo haremos en el mirador de San Antonio, un lugar donde es muy probable se celebraran ritos dedicados al dios Sol desde tiempos que se pierden en la memoria. El acto va a celebrarse en el propio Mirador de San Antonio entre las 21:00 y las 21:30. De este modo nos sumamos a un acontecimiento mundial al que ya han confirmado van a asistir 13 millones de personas repartidos por todo el planeta. Con este gesto se quiere hacer una llamamiento a favor de la conservación y la curación de la Madre Tierra.
Los solsticios (del latín solstitium (sol sistere), «Sol quieto») son los momentos del año en los que el Sol alcanza su mayor o menor altura aparente en el cielo, y la duración del día o de la noche son las máximas del año. La celebración de los solsticios, aunque no se sepa, tienen mucho que ver con el despliegue de la razón que se dio en la Grecia Clásica. La paralización del sol o solsticio fue provocada por el surgimiento del pensamiento direccional. Fue en aquel entonces “cuando Helios, indignado por el nacimiento de Atenea, interrumpió su curso; cuando el pensamiento, rompiendo el equilibrio de los fenómenos, rompió el círculo; fue entonces cuando nacieron tanto nuestro tiempo como nuestro espacio; en aquel entonces nació la orientación, de la que carece el círculo, ya que no tiene ni principio ni fin”.
Relacionado con el sol, en la cima del Yebel Musa, -la figura del Atlante dormido-, se celebraba en época romana, según nos narra Plinio el Viejo (H.N., V, 7), una festividad popular relacionada con los cultos solares. Así nos la describe Plinio: Durante el día no se veía a nadie: todo estaba en silencio como en el desierto. Un mudo temor religioso se apoderaba del espíritu al llega a la cima y contemplarla, bajo las nubes y en proximidad del círculo lunar. Durante la noche, se encendían miles de fuegos, mientras egipanes y sátiros ejecutaban sus danzas, al son de acordes de flautas, címbalos y tambores…”.
Esta festividad, si nos atenemos a la descripción que hace Plinio, debía celebrarse en verano, cuando las condiciones climatológicas permitían pasar la noche en la cima. La referencia al encendido de hogares y a los bailes en torno al fuego tiene mucho que ver con la actual celebración de la “Noche de San Juan”, muy relacionada con los característicos ritos de celebración del solsticio estival.
La etimología del nombre Atlas, que da nombre a la montaña en cuya cima se celebraban estos ritos solares, es incierta y sigue discutiéndose: algunos lo derivan de la raíz protoindoeuropea *tel, ‘sostener’, ‘soportar’, mientras otros sugieren que es un nombre preindoeuropeo. Dado que las montañas Atlas están en una región habitada por bereberes, podría ser que el nombre latín tal como lo conocemos fuese tomado del bereber. De hecho, el sol es llamado a menudo ‘el ojo del cielo’ (Tit), y dado que se pone por el oeste, el océano Atlántico puede ser llamado ‘el lugar de ocultación del sol’ o Antal n Tit. Los griegos podrían haber tomado prestado este nombre para el océano, y usado más tarde su raíz atl- para formar el nombre «Atlas».
La vida, -el amanecer-, y la muerte, -el ocaso o atardecer-, estaban unidos por un movimiento cíclico y circular en los mitos de las principales civilizaciones. Es un movimiento, nos explica Jean Gebser, “que conduce de una fase lunar a otra, de luna nueva a luna nueva, de nueve lunas a nueve lunas, del nacimiento a la muerte, de la primavera al invierno, de las mareas externas a las internas, que florecen, llevan frutos y completan su ciclo, al igual que el año florece, tras sus frutos y termina, o igual que las estrellas ascienden, alcanzan su cenit y desaparecen. Así se cierra el mundo en un círculo; así gira y obtiene de su misma polaridad la energía para seguir girando. Para el hombre mítico, (como los que idearon el mito de Atlas y sus hijas), el movimiento de su propia alma se hace visible en el espejo del sueño, del mito, y del mismo modo se hace consciente del movimiento efectivo del mundo”. De este modo, las civilizaciones míticas relacionaron la vida y la muerte con el amanecer y el atardecer, con el lugar donde nacía y moría el sol. Y como formaban parte de un movimiento circular allí donde moría el sol, en el extremo del mundo conocido, en el sitio donde se ubica el Atlante, tenían también que estar la fuente de la vida eterna.
Ceuta, precisamente, comparte este carácter de lugar de paso, de cruce de camino, de separación entre el mundo conocido y las tinieblas. No nos debe de extrañar, pues, que aquí se localizara el árbol de la vida y la fuente de la inmortalidad. Esta tradición continuó a lo largo de la historia. En el itinerario de Al Warrak, escrito en el siglo X, se cita un lugar llamado Ma` Al-Hayat (el agua de la vida). Según el investigador Ahmed Siraj, este sitio esta ubicado al este de la punta de Benzú, entre este punto y la ciudad de Ceuta. En un mapa que acompaña al estudio del profesor Siraj, éste lo sitúa en las inmediaciones del arroyo de Calamocarro. Una tradición relaciona a este lugar con un personaje coránico célebre, Al-Khidr. Según cuentan, Al-Khidr emprendió una expedición, junto a Alejandro el Grande, en la búsqueda de Ma` Al-Hayat, fuente que daba la vida eterna a todos aquellos que la probaban y bebían. Tal es así, que según esta tradición, Al-Khidr, que bebió de esta fuente, aún podría estar vivo.
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