Son las 8:00 h de la mañana. Me embarco en la nave de mi pensamiento sin saber a ciencia cierta el destino. Sé, como escribió mi admirado Emerson, “que nunca carecemos de piloto. Cuando ignoramos el rumbo que hemos de seguir y no nos atrevemos a izar una vela, podemos abandonar nuestra barquilla al curso de las aguas”. Y eso hago con plena confianza en que la travesía merecerá la pena. Cuento, además, con las indicaciones de mi voz interior que me va indicando el camino.
Las aguas de mi pensamiento están agitadas, debido al fuerte viento que sopla en el exterior. Debe ser levante. Los que somos del mar sabemos que el viento de levante remueve el fondo marino y enturbia las aguas. Devuelve a la orilla todo tipo de ideas que reposan sobre el lecho de nuestro inconsciente.
En este estado me encuentro. Sin embargo, ni ánimo está elevado. Buscando el otro día en la biblioteca de mi nave encontré las palabras que hace tiempo buscaba. Las escribió José Ortega y Gasset en la introducción a su obra “El Espectador”. Él también era un navegante del pensamiento. Uno de los mejores que ha dado este país. En este cuaderno de bitácora describe una tormenta similar al que yo y muchos otros hemos atravesado antes de confiar en nosotros mismos y en el destino de la humanidad. Decía el sabio marinero Ortega y Gasset:
“Pasaremos por dos horas de amargura individual y colectiva (la tormenta a la que me refería antes); pero en el fondo de nuestra conciencia hallamos como la seguridad de que, en suma, damos vista a una época mejor”.
Ortega, en medio de la tormenta, miro al horizonte y entrevió “una edad más rica, más compleja, más sana, más noble, más quieta, con más ciencia y más religión y más placer –donde pueden desenvolverse mejor las diferencias personas e infinitas posibilidades de emoción se abran como alamedas donde circular”.
Hace unos días describí en este mismo blog la tormenta de nuestro tiempo y también pude divisar entre las oscuras nubes a la esperanza. Una esperanza que, como sigue contando Ortega en su cuaderno de bitácora, “parte de la voluntad como la flecha del arco. Esa edad mejor sazonada depende de nosotros de nuestra generación. Tenemos el deber de presentir lo nuevo; tengamos también el valor de afirmarlo. Nada requiere tanta pureza y energía como esta misión. Porque dentro de nosotros se aferra lo viejo con todos sus privilegios de hábito, autoridad y ser concluso”.
Levanto la vista del cuaderno del sabio Ortega, tomo aire antes de sumergirme en mi pensamiento. ¿Dónde estará lo nuevo que tanto ansío? Respuesta de Ortega: “lo nuevo, lo nuevo que hacia la vida viene sólo podemos escrutarlo inclinando el oído puro y fielmente a los rumores de nuestro corazón”. Sí, ¡Cuánta razón tiene el maestro Ortega! Oímos nuestra voz interior, pero no la escuchamos. Hacemos todo lo que podemos para no atender a sus mensajes. Nos atamos como Ulises al mástil de lo establecido para no escuchar el Canto de las Sirenas. Pero a diferencia de Ulises, en el barco de la vida “nadie nos protege ni nos dirige. Si no tenemos confianza en nosotros todo se habrá perdido” (Ortega y Gasset).
Ahora sé que el destino de mi nave depende tan sólo de mí. En mi travesía por la vida he pasado y pasaré por mares plácidos y encrespados; por mares abiertos y peligrosos arrecifes; por días despejados y nieblas espesas; sentiré frío y calor;…, pero tengo confianza en mí mismo y esperanza en el futuro. Compartiré mis aventuras con todos vosotros, pues ésta es parte de mi misión.
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