Ceuta, 14 y 15 de diciembre de 2015.
Son las 12:30 h del día 14 de diciembre del año 2015. Emprendo una empresa sin igual. He sentido la llamada de la Gran Diosa y avanzo confiado hacia el umbral de la aventura. Cuento con la ayuda de la Gran Diosa, que propició mi despertar y se me presentó en forma de ídolo y talismán. Mi propósito es favorecer la renovación de la vida. Ésta surge, como explica Campbell en su conocida obra “El héroe de las mil caras” (1984), “de una fuente invisible y su punto de entrada es el centro simbólico del universo alrededor del cual puede decirse que el mundo gira” (Campbell, 1984: 44).
Como ya explicamos en el artículo que titulamos “la esencia de Ceuta”, en este lugar conocido como “el ombligo del mundo” crece el árbol de la vida y la fuente de la eterna juventud discurre en sus proximidades. Este centro es el gran círculo de la renovación de la vida. Allí donde todos los días muere el sol renace al amanecer para devolver la luz portadora de sabiduría y vida. Como un misterio aún sin descifrar, el círculo de la renovación de la vida consigue su cuadratura apoyándose en los cuatro puntos cardinales de la tierra. Donde se cruzan las líneas que dibujan este “círculo cuadrangular” está ubicado “el centro de la rueda de la tierra, el vientre de la Madre Universal, cuyo fuego es el fuego de la vida. La abertura en el techo de la casa, o la corona, el pináculo o la linterna de la cúpula, es el centro o punto medio de cielo, es la puerta del sol, a través de la cual las almas regresan del tiempo a la eternidad, como el olor de las ofrendas quemadas en el fuego de la vida y elevadas en los ejes del humo ascendente del centro de la tierra al centro de la rueda celestial” (Campbell, 1984: 45-46).
En una ocasión anterior comentamos que Ceuta debía ser considerada una puerta a la eternidad. Desde esta ciudad milenaria se puede apreciar con nitidez los cuatro puntos sobre los que se apoya el círculo de la renovación de la vida, que en su ascenso pasa a ser una espiral. En su centro palpita con fuerza la vida. Aquí, en tiempos remotos, debió existir un templo dedicado al culto a la vida que “inspira el milagro de la centralidad perfecta porque éste es el lugar donde se inicia la abundancia. Porque alguien en este lugar descubrió la eternidad. Por lo tanto, ese sitio puede servir para una meditación fructífera” (Campbell, 1984: 46).
En este sentido, yo no estoy haciendo otra cosa a través de mis escritos que redescubrir un lugar mágico y sagrado que representa a la perfección la renovación de la vida y el sentido de la eternidad. Aquí el tiempo que percibimos gracias a los sentidos y la razón se detiene y es posible aprehender la inabarcable eternidad, aunque pueda parecer un contrasentido. Ante la contemplación de la exuberante naturaleza de Ceuta el alma se expande hacia todas las direcciones, sin perder la percepción del espacio. Desde lo alto del Monte Hacho percibimos las cuatro esquinas de la tierra. El alba y el ocaso marcan uno de los ejes de la tierra; y África y Europa, el otro. Pero si miramos al firmamento cada noche observamos a la Gran Diosa de cuyo vientre nace al amanecer un nuevo día.
Desde Ceuta uno puede experimentar el sentido de la eternidad sin disolverse en el cosmos. Aquel que llega a esta ciudad, a este santuario de la vida, “está imitando la proeza del héroe original”, cuya “finalidad es reproducir el modelo universal para evocar dentro de sí mismo el recuerdo de la forma que es el centro y la renovación de la vida” (Campbell, 1984: 46-47). Subido al promontorio del Hacho, o desde alguno de los miradores del monte de García Aldave, uno descubre que su alma no es otra cosa que una extensión del cosmos con su círculo inicial y su espiral ascendente. El mar que contempla ante sus ojos, con su conjunción de las aguas frías del Atlántico y templadas del Mediterráneo, es una metáfora de su propia alma en la que también dos corrientes se juntan: el animus y el anima. Esta mezcla de aguas diferentes son las que favorecen la continua renovación de la vida tanto en la naturaleza exterior como en la interior.
Después del héroe original han venido otros a esta tierra para descubrir su secreto. Uno de los más conocidos fue el mítico Ulises que residió en este lugar descrito por Homero como un verde bosque al contemplarlo hace que “un inmortal se hubiese admirado, sintiendo que se le alegraba el corazón”. Aquí estuvo Ulises siete años cautivado por la ninfa Calipso que le sirvieron para prepararse para su definitivo regreso a su tierra natal. Cada uno de estos años corresponde a los siete niveles que debemos superar para alcanzar la activación de nuestra glándula pineal y lograr la máxima perfección espiritual.
Yo debo ser el primero de los héroes conocidos, nacido y que vive en Ceuta, capaz de apreciar la esencia de Ceuta. Estoy convencido de que esta ciudad recuperará su condición de lugar sagrado y mágico. Hasta aquí llegarán miles de personas para celebrar la renovación de la vida, meditar sobre el significado de la vida y percibir el sentido de la eternidad. Porque Ceuta es algo más que un santuario de la vida y una puerta a la eternidad. Es el lugar de la reconciliación y conjunción de los opuestos: el nacimiento y la muerte, el bien y mal, el día y la noche, la verdad y la ilusión, el tiempo y la eternidad, la razón y la intuición, el principio masculino y el femenino, etc…
Aquí, en el Estrecho de Gibraltar, que es divisado con toda claridad desde Ceuta, se encuentra aquella mítica puerta, descrita por Nicolás de Cusa, “que está vigilada por el más alto espíritu de la razón que impide la entrada hasta que ha sido dominado” (Campbell, 1984: 87). Esta parejas de contrarios que hemos relacionado en el párrafo anterior, en palabras de Joseph Campbell (1984: 87), “son las rocas que chocan (Simplégades) y destruyen al viajero, pero entre las cuales los héroes siempre pasan”. Como es sabido, las Simplégades estaban situadas en otro Estrecho, el del Bósforo, y permanecen separadas desde que Jasón consiguió pasar entre ellas sin que aplastaran su nave. Nuestro Estrecho, el de Gibraltar, también está flanqueado por dos rocas: Calpe (Gibraltar) y Abyla (Ceuta). Ambas fueron separadas por otro gran héroe de la antigüedad, el célebre Heracles. Apoyando sus pies en los dos citados promontorios, y sirviéndose de su maza, separó las rocas de Calpe y Abyla y abrió el Estrecho de Gibraltar. De este modo, las aguas templadas y femeninas de Mediterráneo, -arquetípicas del inconsciente y la intuición-, se mezclaron en las orillas de Ceuta con las aguas frías y masculinas del océano Atlántico, representativas de la conciencia y la razón.
El gran héroe Heracles, con su acción de apertura del Estrecho de Gibraltar, posibilitó la comunicación entre la zona consciente y la inconsciente de la psique humana. Sin embargo, la razón ha impuesto su ley y el peso del pensamiento racional sumergió la mítica Atlántida. Según la describió Platón, en la Atlántida vivían unos seres “que no se equivocaban embriagados por la vida licenciosa, ni perdían el dominio de sí a causa de la riqueza, sino que, sobrios, reconocían con claridad que todas estas cosas crecen de la amistad unida a la virtud común.
Más cuando se agotó en ellos la parte divina porque se había mezclado muchas veces con muchos mortales y predominó el carácter humano, ya no pudieron soportar las circunstancias que los rodeaban y se pervirtieron (…) estaban llenos de injusta soberbia y de poder.
El dios de dioses Zeus (…) decidió aplicarles un castigo para que se hicieran más ordenados y alcanzaran la prudencia”, pero no le hicieron caso, así que, según narró Platón en su obra Timeo, “tras un violento terremoto y diluvio extraordinario, en un día y una noche terribles, la clase guerrera vuestra se hundió toda a la vez bajo la tierra y la isla de Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el mar”.
Vemos, pues, que el fin de la legendaria Atlántida, situada en las proximidades del Estrecho, se debió al “agotamiento de la parte divina” y el predominio del “carácter humano”. El espíritu abdicó y los instintos tomaron el control de los habitantes de la Atlántida conduciéndolos a una vida licenciosa hasta provocar su divorcio de los dioses.
La ciencia y el pensamiento han arrojado, como dijo Campbell, luz donde antes había oscuridad, “pero también donde había luz hay ahora oscuridad”. Por tanto, “la hazaña del héroe moderno debe ser la de pretender atraer la luz de nuevo a la perdida Atlántida del alma coordinada” (Campbell, 1984: 342).
Este es el gran secreto que guarda Ceuta en su espíritu dormido. Esta pequeña y hermosa península emerge de las aguas profundas para erigirse como la nueva Atlántida en la que los principales masculinos y femeninos se reconciliaran y nuestras almas volverán a estar coordinadas y equilibradas entre lo divino y lo humano.
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