Un nuevo amanecer ha llegado para Ceuta. Al acercarnos al sol, después de muchos siglos de un profundo sueño, abrimos los ojos para contemplar una epifanía: la epifanía ceutí. En 1415 se inició la era euroamericana, según la definió Rudolf Steiner, y próxima está la mutación hacia la conciencia integral que vislumbró Jean Gebser. En estos momentos de cambio de paradigma, nuestra tarea es el desarrollo de lo que Steiner llamó “el alma de la conciencia”: “combinar la conciencia clara de la mente científica con la percepción vital del mundo espiritual presente en nuestras encarnaciones más tempranas”. En estas encarnaciones iniciales quedaron fijadas lo que Adolf Bastian llamó “ideas elementales” o Carl Jung denominó “arquetipos del inconsciente colectivo”. Las ideas elementales o arquetipos son compartidos por todos los seres humanos, aunque expresados de formas diferentes por cada cultura o civilización en sus respectivos mitos y leyendas. La labor de investigadores como Joseph Campbell fue la de descubrir estas verdades que se ocultan tras la máscara del mito. Unas máscaras que no fueron puestas por las civilizaciones del pasado, sino por nosotros mismos debido a nuestra pérdida del sentido espiritual y nuestra ignorancia.
Los mitos son símbolos o metáforas de una realidad puramente interior, cuya primera función es la de “abrir la mente y el corazón a la maravilla suprema del ser”. La segunda de las funciones de los mitos, como dejó dicho Joseph Campbell, es de tipo cosmológica y consiste en “representar el universo y todo el espectáculo de la naturaleza del mismo modo en que ambos son conocidos por la mente y contemplados por el ojo, como una epifanía de tal grandiosidad que cuando se produce el rayo o el sol poniente tiene los cielos de rojo, surge de nuestra garganta un «¡Oh!…», en reconocimiento de la divinidad«. Si conseguimos esta apertura de la mente y el corazón a la maravilla suprema del ser que se manifiesta en todo espectáculo de la naturaleza, como una revelación del cosmos, cambiamos nosotros y de este modo también lo hace la realidad. A propósito de esta última afirmación, Steiner, en un trabajo sobre Goethe, escribió: “si el poseedor de una rica vida mental percibe mil cosas carente de significado para aquellos cuya vida mental es pobre, esto demuestra, como la misma claridad del sol, que el contenido de la realidad no es sino el reflejo del contenido de nuestras mentes”. El mismo Goethe, dijo sobre la Verdad “que es una revelación que emerge en el punto donde el mundo interior del hombre se encuentra con la realidad externa…Es una síntesis de mundo y mente, y genera la más dichosa certeza de la armonía eterna de la existencia”.
Cuando nos acercamos o alcanzamos esta síntesis de mundo y mente, del mundo de adentro y el mundo de afuera, como decía Patrick Geddes, todo lo que nos rodea adquiere una dimensión trascendente y una significación simbólica desconocida hasta entonces. En este estado, según Joseph Campbell, “todo el mundo conocido es experimentado como un prodigio estético. Animales, rocas, árboles son los rasgos de una Tierra Santa, radiante de eternidad. Aquí y allá se crean santuarios, lugares de especial fuerza o significado histórico; se otorga destacada importancia simbólica a ciertas aves y animales; y todo el orden social es llevado, en la mayor medida posible, hacia ese orden natural intuido, pleno de armonía y bienestar”.
La rica vida mental que algunos hemos tenido la fortuna de alcanzar nos hace contemplar la realidad de Ceuta de una manera totalmente diferente. Cada día nos asombra más la belleza de este lugar. Quedamos ensimismados ante los bellos amaneceres de Ceuta, la intensa luz que vemos y sentimos en nuestro cuerpo, la amplia paleta de colores que ofrece los paisajes ceutíes, el sonido de las aves, el olor y sabor de los productos del mar, y el tacto suave de esta tierra. Cada roca, cada ave que vemos surcando nuestro cielo, cada árbol con el que nos encontramos, cada fondo marino que contemplamos, cada persona con la que nos encontramos son para nosotros radiantes símbolos de la eternidad que nos elevan hacia planos desconocidos de pensamiento, sentimiento y voluntad. La combinación de estas tres dimensiones de nuestro ser nos hace vislumbrar la posibilidad de presentar a Ceuta como un lugar sagrado, de especial fuerza y significado histórico; como un santuario en el que honrar a la eterna renovación de la vida. Si conseguimos acercar a todos los ceutíes hacia este “orden natural intuido, pleno de armonía y bienestar” el futuro de Ceuta a buen seguro será diferente.
Ni el que escribe estas líneas, ni las personas que pueden estar de acuerdo con lo que en ellas expreso, somos unos iluminados. Como Steiner creía y sentía, -y yo también creo y siento-, esta percepción suprasensible “no era una anomalía sino una capacidad potencial de la conciencia normal en la que era posible educarse. Puesto que los únicos límites impuestos al conocimiento eran la pereza y la ignorancia, quienquiera que estuviese dispuesto a dedicar a dedicar el necesario tiempo y esfuerzo podría ser capaz de desarrollarla”. No obstante, completando la idea de Steiner, considero que no es sólo cuestión de tiempo y esfuerzo, sino también de la profunda transformación de un sistema educativo en el que, como ya denunciaba Patrick Geddes, “hemos sido más o menos hambreados o mutilados en las escuelas hasta que se nos convirtió artificialmente en retardados por falta de las imprescindibles observaciones de la naturaleza y no se despertó nuestra inteligencia con la labor y los juegos de la naturaleza”. Cada niño, en palabras de Geddes, “necesita su parcela en el jardín de la escuela y su banco en el taller; pero asimismo habrá que llevarlo a excursiones cada vez más extensas que, asimismo, fueran cada vez más de su propia elección”.
Patrick Geddes y Rudolf Steiner coincidían en señalar a la imaginación creativa como parte esencial del crecimiento espiritual. Así decía Geddes: “tenemos que darles a todos las perspectiva del arte, que comienza con el arte de ver; y luego seguiremos con lo de ver el arte, e incluso con lo de crearlo”. ¿Qué ver? Pues, -como dijo Geddes, rebosante de la alegría-, “la maravilla de las estrellas, la maravilla de la piedra y la chispa, la maravilla de la vida y de la gente, las puestas de sol y los amaneceres, la luna y las estrellas, las maravillas de los vientos, las nubes y la lluvia, la belleza de los bosques, la luna, los campos y el mar”.
¡Pongamos a nuestros niños, “a observar la naturaleza, no con lecciones rotuladas y codificadas sino con sus propios tesoros y fiestas de belleza, como son sus piedras, minerales, cristales, peces y mariposas vivas, flores silvestres, frutas y semillas!”. Y, por encima de todo, pongámoslos a observar, “las plantas cultivadas y los animales bondadosamente domésticos, que domesticaron y civilizaron al hombre en el pasado y que ahora nuevamente hay que volver para que lo civilizan y le den paz”.
La idea fundamental, como nos dice Gary Lachman, uno de los biógrafos de Steiner, “es crear un entorno de aprendizaje que pueda motivar el pensamiento vivo y la imaginación activa en el lugar de recompensar la mera repetición mecánica de la lección correspondiente con el propósito último de hacerse un hueco en la jerarquía económica y social”. Esta educación convencional, según Steiner, “reprime el crecimiento espiritual y aboca a un pensamiento muerto y abstracto y a las vidas atrofiadas que caracteriza a una sociedad basada en el materialismo”. Este planteamiento ha sido y sigue siendo defendido por otros filósofos y pensadores que han detectado las limitaciones del punto de vista materialista: Blake, Ruskin, Arnold, Emerson, Whitman, Thoreau, Melville, Dickens, Hugo, Zola, Goethe, Schiller, Mazzini, Tolstoi, Dostoieski, Ibsen, Eucken, Nietzsche, Bergson, Geddes, Mumford, Whitehead, Waldo Frank, Jean Gebser, Steiner, Joseph Campbell, por citar a algunos de ellos. Todos ellos denunciaron los resultados que para el ser humano ha tenido el proceso de mecanización, uniformización y automatismo que ha impuesto el pensamiento materialista. Todos ellos, como una sola voz, protestaron contra los sacrificios y brutalidades inhumanas, el grosero materialismo y el craso olvido de la personalidad humana, en la que la parte subjetiva resulta fundamental para lograr una vida significativa, plena y digna.
Los materialistas, los del pasado y todavía con mayor poder los del presente, les preocupa en exclusiva la satisfacción de las necesidades de subsistencia, cuando, como afirmó Lewis Mumford, “solo aquellos que se dan cuenta de las importancia de las necesidades superiores del ser humano serán capaces de proveer de manera inteligente aun de alimentos y abrigo”. La mayoría de nuestros gobernantes y políticos no se han dado cuenta de que la pobreza material es muchas veces consecuencia de una pobreza espiritual. No cabe duda de que nuestro principal objetivo tiene que ser, por tanto, el crecimiento continuado de la personalidad humana y el cultivo de la mejor posible. Si es así debemos crear un tipo de persona diferente del que constituye la norma en la actual civilización capitalista y mecánica: nuestro modo de educación y nuestro plan de vida, en palabras de Mumford, deben ser dirigido hacia fines más humano que los que hasta ahora nos han gobernado. Del convencimiento de esta necesidad es del que surge nuestro proyecto Escuela de la vida “vivendo discimus”.
El objetivo de nuestra Escuela de la Vida es precisamente formar a este tipo de persona diferente que mantiene la capacidad innata de asombro ante la naturaleza y la curiosidad que caracteriza a nuestros niños y niñas. Una capacidad que sólo es posible desarrollar en un entorno adecuado, capaz de motivar la percepción suprasensible, el pensamiento vivo y pleno y la imaginación activa y creativa. Este tipo de persona son las que harán posible la creación en Ceuta de un santuario, con su templo dedicado a las Nueve Musas, en el que celebrar la continua renovación de la vida que es posible apreciar en Ceuta. Como ha afirmado recientemente el profesor Mario Sabán, “dentro de cada ser humano existe un templo interior, por lo que cualquier sitio en el mundo puede ser un lugar de santidad; no es el lugar lo que hace santo al hombre, es el hombre quien santifica a este”. No obstante, -aún reconociendo que los mitos hay que entenderlos como imágenes metafóricas de estados mentales, y que, por tanto, no corresponde a lugares concretos-, hay lugares, como Ceuta, que tienen una fuerza especial. Su localización, su rica naturaleza, las formas de sus montañas, sus paisajes y su significado histórico han sugerido la localización de mitos que tienen que ver con la renovación de la vida, como son los del árbol de la vida o la fuente de la eterna juventud. Nosotros, -al igual que decían Joseph Campbell y Lewis Mumford-, creemos que en la próxima mitología, la de la vida, -que sustituirá al mito de la máquina-, la naturaleza volverá a ser considerada sagrada.
En el nombre de Ceuta, Cepta, Sebta, Septem Fratres, el número siete es omnipresente. Siete son las colinas que le dieron nombre en la ciudad y aún eran reconocibles en planos de finales del siglo XVIII. Siete son las esferas visibles (el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturnos) a lo largo de la ruta del Zodíaco a través del cielo. Siete son también las etapas de transformación que se representan como controladas por determinados centros de la espina dorsal llamados chakras (palabra que significa “círculos” “ruedas” o “espiral”). La espina dorsal es sustituida en el campo metafórico por el tronco del árbol de la vida, rodeado por dos serpientes que representan dos corrientes de signo opuesto: una fría y otra caliente. Sumando las siete espirales de la vida o chakras a las dos corrientes de energía que las alimentan obtenemos el número 9.
El 9 es un número, -como nos recuerda Campbell-, tradicionalmente asociado a la Diosa Madre del mundo y sus dioses. El mismo Campbell llama la atención sobre el hecho de que “en la antigua Grecia, 9 eran las Musas, diosas patronas de las artes, hijas de Mnemósine (memoria), la fuente de la imaginación, que es quien lleva las ideas elementales, arquetípicas, a su materialización artística en el ámbito espacio temporal. En otras palabras, el número 9 remite tradicionalmente a la Gran Diosa de los muchos nombres (Devi, Inanna, Ishtar, Astarté, Artemisa, Venus, etc…), como matriz del proceso del universo, en sus manifestaciones tanto macrocósmicas como microcósmicas”. Artemisa, la Diosa Madre del Mundo para los griegos, era la hermana gemela de Apolo, el jefe de las Nueve Musas.
Patrick Geddes, guiado por las mismas fuerzas ocultas que acompañaron a Rudolf Steiner, Goethe, Schiller, Eucken y muchos otros, descubrió que cada una de las sietes fases de la vida o Edades del Hombre adopta la forma de una espiral con cuatro divisiones, -que a su vez se subdividen en nueve subcuadrantes-, que representan a los hechos, los recuerdos, el pensamiento y los logros. La conclusión a la que llegó Geddes al dibujar su diagrama de la espiral de la vida es que “del muy sencillo acorde los actos de la vida cotidiana y de los Logros de su experiencia común, no sólo puede desarrollarse el acorde profundo de la vida interior y el pensamiento, sino también el de la vida en acción. Y no resulta una extraña coincidencia –en realidad, no buscada, pero a esta altura evidente- que en esta presentación continuamente razonada de la vida en términos cotidianos, modernos y científicos, primero como fenómeno geográfico, económico y antropológico, luego como fenómeno psicológico elemental y desarrollado, sugiera esta inesperada conclusión, que los griegos ya conocían y habían elaborado hasta estas mismas conclusiones, si bien a su modo, más noble e intuitivo. Pues nuestro diagrama resulta ahora ser el del Parnaso, la residencia de las nueve Musas; y sus mismos nombres y símbolos corresponden a los nueve recuadros de arriba y los conectan con los de abajo, con precisión cada vez mayor a medida que se estudia el esquema”.
Las Siete Edades del Hombre o fases de la vida, -las cuales podemos agrupar en las cuatro etapas o estaciones de la vida, la primavera, el verano, el otoño y el invierno-, fueron expresadas artísticamente o culturalmente como un hecho histórico por los antiguos griegos. Patrick Geddes, tal y como explica Volker M. Welter en su libro “Biopolis. Patrick Geddes and the city of life”, visualizó estos periodos en un medio círculo acompañado por la siguiente cuestión: ¿Cuál es el tiempo ideal de vida? La respuesta es que no hay un ideal simple de la duración de la vida, sino aquel que permite “el óptimo desarrollo de la óptima calidad de vida en cada etapa de la historia de la vida”. Los griegos expresaron los ideales de la humanidad como dioses. “Cada diosa, cada dios, es la expresión esencial y característica, lógica y necesaria, de la correspondiente fase vital de la Mujer y la del Hombre”. Geddes insistió en el retorno a los Olímpicos en la ciudad contemporánea. Para ello diseño un Templo de la Vida al cual Geddes llamó una “gruta sagrada”. En este templo las curvas masculina y femenina que dibujan los dioses y las diosas griegas se dibujan una enfrente de la otra. Las curvas de la vida se elevan hacia Apolo en una, y hacia Pallas en el otro lado; y ambas declinan hacia los lados. Las esculturas representan el ideal de la vida humana en sus fases individuales, las curvas elevándose y declinando simbolizan el curso ideal de esa vida.
Pero la representación de la vida en el templo intenta incluir también la realidad menos ideal de la vida humana que son representados en esl el plano del Templo de la Vida, donde se ilustran estas desviaciones.
Al igual que el Templo de la Vida, con sus diosas y dioses olímpicos, pretenden mostrar en la ciudad un recuerdo permanente del desarrollo ideal de cada ser humano a lo largo de su vida, Geddes desarrolló un proyecto de Jardín para las Nueve Musas. Su diseño más elaborado y complejo era el Parnassolympus, que incluía, para cada Dios, nueve jardines: uno para cada Musa. De este modo, en cada fase de la vida, simbolizada por un dios del Olimpo, se contaba con un espacio en el que desarrollar la ethopolítica, la cultura y el arte, tal y como figura en el cuadrante superior del diagrama de la espiral de la vida. En cada una de estas fases de la vida humana las Nueve Musas simbolizan las actividades artísticas y culturales que Geddes consideraba los medios apropiados para realizar la buena vida (hipervínculo), cuyos ideales, por otro lado, son representados por los dioses y diosas en el Templo de la Vida.
Para Geddes, las Musas son más que un adecuado símbolo para las actividades culturales. Ellas, -como hijas de Mnemósine, la diosa de la memoria-, hablan, como figura en la Teogonía de Hesiodo, “de las cosas que son, de las que serán y de las que fueron”. Representan, por tanto, una visión del tiempo en el que pasado, presente y futuro están estrechamente unidos. Un concepción del tiempo en la que, -como expuso el conocido matemático A.N.Whitehead-, “todo pasado se incorpora a lo actual, ya sea en forma positiva o negativa, por más indirecta que pueda ser la relación, y todo futuro es necesariamente referible a lo actual”. Un futuro que es incipiente porque está incorporado en el pasado y en el presente. Descubrir el futuro requiere recapitular la historia estudiando los bienes culturales presentes en la estructura urbana y conservados en los museos. Al igual que las Musas cantan sobre el pasado, el presente y el futuro, nuestros bienes culturales hablan sobre lo mismo. De este modo, la ciudad, considerada como un museo de vestigios históricos es un lugar de las Musas. Como nos recuerda V. Welter en su mencionada obra, la palabra “museum” deriva etimológicamente de Museion, una colina en Atenas, situada enfrente de la Acropolis y consagrada a la Musas.
Lo importante de los Dioses y Diosas del Olimpo y las Musas del Parnaso es que simbolizan los pilares de un nuevo orden, de una nueva cosmovisión, de un nuevo paradigma, de una nueva mutación de la conciencia, de una reeducación de nuestra mente y un sincero culto a de la Diosa Madre, Gea, matriz del proceso del universo y dadora de vida. Una vida que fluye de manera constante y cuyo proceso de renovación es especialmente observable en Ceuta, un lugar de especial fuerza, significado histórico y mitológico, donde los dos mares confluyen, como lo hacen los dos planos de la existencia, el terrenal y el espiritual. Este lugar sagrado y mágico está llamado a ser “una gruta sagrada”, un santuario dedicado a rendir culto a la vida, en el que se inicie la sustitución del mito de la máquina por el de la vida.
Queremos convocar desde Ceuta a todos los buscadores de la espiritualidad, pensadores y artistas para que, inspirados por las Musas, nos ayuden a expresar las ideas fundamentales del mito de la vida.
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