Ceuta guarda un secreto. Es un lugar sagrado, mágico y mítico. Es el símbolo de la unión del alma y el cuerpo, del espíritu y de la materia. Es una puerta de la eternidad. En su localización geográfica es reconocible el tetraktys pitagórico o “triángulo perfecto de la cuadralidad”, formado por nueve puntos, cuatro por lado, encerrados ambos un décimo punto que representa el centro generativo (“el punto inmóvil alrededor del cual gira el mundo” y del cual los otros derivan su fuerza).
Esta representación, según Joseph Campbell, estaba presente en el imaginario de la antigua Grecia. Para los griegos, los nueve puntos circunferenciales del tetraktys pitagórico fueron identificados con las Musas, y el punto central con Apolo, alrededor de cuya forma radiante bailaban aquéllas.
La materia en el paisaje de Ceuta está representada por los cuatros puntos cardinales que son tan claros y apreciables en Ceuta: norte, sur, este y oeste. Aquí tenemos la base del tetraktys.
En el siguiente peldaño encontramos el número tres, que es un número perfecto, considero como el primer número verdadero y origen de la pluralidad, puesto que posee principio, medio y fin. Representa el principio de armonización de contrarios. De ahí que Ceuta sea un lugar de encuentro y convivencia entre distintas culturas con diferentes visiones y concepciones del mundo y de la condición humana.
Si sumamos las dos primeras hileras del tetraktys obtenemos el siete, el número que le da el nombre a Ceuta. El siete representa el crecimiento, las etapas en las que se completan los fenómenos y el propio crecimiento espiritual de las personas a través de la espiral de la vida. Es el número del progreso, de la armonía, del movimiento perpetuo, que da la misma secuencia repetitiva cuando se divide la unidad. Ceuta, por tanto, es una ciudad para la elevación espiritual a partir de la contemplación trascendente de la naturaleza y la meditación.
En el siguiente peldaño, rozando la eternidad, nos encontramos con el número dos. Este número simboliza la dualidad. Ceuta se sitúa en “la confluencia de dos mares”, en el lugar donde los dos planos de la existencia, el terrenal y el espiritual, se unen para propiciar la continua renovación de la vida.
Siete, el nombre de Ceuta, y el dos, los dos mares que confluyen ante nosotros, suman para dar el número nueve. En el tetraktys pitagórico, los nueve puntos que aparecen en su circunferencia corresponden a nueve Musas, y el punto central a Apolo, alrededor de cuya forma radiante danzan alegremente las Musas. Gracias a su canto inspirador podemos encontrar la puerta por la que salimos y retornamos a la Eternidad. Una puerta que se abre con “la llave, el signo que abre cada uno de de los cuatro mundos –el de afuera y el de afuera, el activo y el pasivo en cada uno-“. Una llave que nos abre la puerta a la vida con sus múltiples aspectos o posibilidades. Esta llave es la espiral de la vida y sirve para abrir las siete puertas correspondientes a cada uno de las fases de la vida plena, rica y significativa.
Ceuta representa, como supo ver de manera intuitiva Amar Agarwala, una puerta a la Eternidad.
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