Ceuta, 26 de mayo de 2017.
Después de dejar a Silvia en el instituto para la gala de fin de curso he venido hasta Benzú para tomar un buen té moruno. Me encuentro sentado en una terraza abierta a cuyos pies rompe el mar. La luz sigue siendo muy fuerte a esta hora de la tarde (19:07 h). Sopla un viento de poniente que refresca mi cuerpo.
Cierro los ojos y me concreto en el sonido de las olas rompiendo contra las rocas. Es una sensación muy placentera. A mi olfato llega el olor de las algas y el perfume de la hierbabuena. Cada sorbo de té deja en mi paladar un sabor amargo que me resulta delicioso. Precisamente esta mañana, durante mi visita al arroyo de Calamocarro, he restregado en mis manos algunas hojas de menta silvestre. Esta fragancia forma parte de la esencia de esta tierra sagrada y mágica. La mezcla con el té verde produce un cierto dulzor que fortalece el cuerpo y el alma.
…De camino a cada me paro un rato a escribir a los pies del cabo de Calamocarro. La marea ha comenzado a bajar. La arena aún conserva la humedad de la última crecida del mar. Un mar que acaricia la orilla con suma suavidad y tacto dejando una huella húmeda sobre la arena.
Contemplo desde aquí a Ceuta desde otra perspectiva. Una gran lengua de construcciones ocupa el istmo y la Almina, mientras que la imponente imagen del Hacho permanece inexpugnable. Algún bocado le ha dado el hombre, pero parece que este promontorio fue esculpido por los dioses para mantener incólume su majestuosa figura. Este monte está constituido por las rocas más antiguas de la región y presume con orgullo su veteranía. Lleva observando el paso de las naves por el Estrecho de Gibraltar desde tiempos inmemoriales. La diosa fortuna ha querido que nuestros destinos se cruzasen. Yo soy un simple mortal con una vida tan efímera en términos geológicos como un parpadeo de ojos. Pero estas microdécimas de segundo están siendo suficientes para percibir su carácter mítico, sagrado y su extraordinaria belleza.
Estas aguas que a estas horas se tiñen de plata forman parte de mi propia identidad. Este mar y esta luz son el mejor regalo que me han hecho en la vida. Es ahora, en la madurez de mi existencia, cuando he logrado apreciar los dones que ha otorgado la Gran Diosa. He sido elegido por ella para cantar las excelencias de esta tierra desconocida por sus propios habitantes.
El destino de mis escritos es incierto. Puede que le suceda lo mismo que decía Henry D. Thoreau sobre los apuntes de su diario:
“¿Y para qué todo este escribir? Contemplar lo que se garrapatea al albur del momento puede producirnos ahora cierta satisfacción, pero mañana, ¡ay!, esta misma noche, ¡ay!, es algo rancio, plano y sin provecho; algo, en fin, de lo que sólo nos queda la concha, como ese rojo caparazón de langosta hervida que te mira abandonado en el camino”.
Lo más probable es que les ocurra lo mismo que a las huellas que mis pies han dejado sobre la arena mojada. En apenas unas horas la marea volverá a crecer y las borrará sin dejar ni rastro de ellas. Nadie sabe a ciencia cierta cuán larga será la sombra que proyectará su existencia en el futuro. El afán de perpetuidad es algo que acompaña al ser humano desde que se despierta su conciencia. Deseamos la inmortalidad a toda costa. Sin embargo, sólo la obtiene quién se olvida del futuro y de la vanidad, y se concentra en vivir con intensidad y plenitud el presente.
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