Ceuta, 26 de mayo de 2017.
He pasado un par de horas con Patricia y Cristian del periódico digital Ceuta actualidad visitando los árboles centenarios localizados en el arroyo de Calamocarro (ver reportaje). Ha sido un paseo muy agradable en el que hemos disfrutado un buen rato de la naturaleza ceutí.
Una vez que he dejado a los periodistas cerca de su trabajo, he seguido hacia el Monte Hacho. Como tenía sed he parado en la barriada del Sarchal para comprar una Coca Cola. Ya que estaba aquí me ha parecido una buena idea bajar hasta la cala del Amor para sentarme a escribir.
Mientras bajo la escalera pienso en la amplitud del horizonte y en las ausencias que aprecio en los habituales elementos del paisaje de este mágico y sagrado lugar. La explicación hay que buscarla en la neblina que cubre el cielo. No obstante, noto algo raro en el mar. Me recuerda a un cazo de agua a punto de hervir. La superficie del mar se eleva y adopta una forma ondulante, como si alguien la estuviera removiendo desde el fondo. Y esto es lo que realmente ocurre. El levante de los últimos días ha dejado un notable mar de fondo.
Por lo demás, la luz es cegadora y el calor intenso, aunque atenuado por la brisa que llega de poniente. Me fijo en las manchas verdosas visibles en las paredes rocosas. El verde del cobre rezuma de entre las piedras de este santuario natural.
La sensación de paz que percibo es muy fuerte. Aquí el tiempo parece detenido y el espacio se ensancha delante de mis ojos para abarcarlo todo, incluido mi propio y diminuto ser. El batir de las olas me reconecta con la esencia de Ceuta y con el anima mundi que envuelve e impregna todo.
Estoy acompañado por las gaviotas que me sobrevuelan y por los ejemplares de limoniums en flor que tengo cerca de mis pies. Escribió Henry David Thoreau en su diario que sobre la naturaleza se había escrito mucha prosa, pero muy poca poesía. Yo me siento inspirado a escribir cuando observo con admiración las diminutas flores moradas del limonium con sus cinco pétalos y sus estambres de color crema. Estas bellísimas flores surgen de unas yemas de color violáceo. Los tallos delgados y altos nacen de un abigarrado núcleo de hojas verdes con forma cordiforme. Estas plantas crecen de manera milagrosa entre los resquicios de las rocas otorgándoles el toque de vida que les falta a los acantilados.
La brisa marina hace bailar a las floridas ramas del limonium al ritmo que marca la propia naturaleza. Todo aquí está en perfecta armonía. No hay ningún sonido extraño que perturbe la magia de este lugar. Yo estoy plenamente integrado en este espacio natural, como si fuera otro limonium que hubiera echado raíces en este saliente rocoso. Yo también siento que mi cuerpo es movido por un viento que me anima a bailar al ritmo que impone la Gran Diosa. Contemplo su blancura y la profundidad del abismo que ha abierto a mis pies…, pero no experimento ningún tipo de temor. Estoy bien fijado a estas rocas, como mis hermanos los limoniums. Recuerdos de mi infancia emergen de estas profundidades insoldables. Si hiciera el suficiente esfuerzo podría retrotraerme al principio de los tiempos, pues todo está grabado en mi inconsciente. Estas aguas son el testimonio fehaciente de estos tiempos remotos que unen el origen y el presente. Soy un náufrago, procedente de una terra incognita por la mayoría de los hombres, que ha recalado en este sagrado, mítico y bello lugar llamado Ceuta.
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