Ceuta, 19 de mayo de 2017.
Al acercarme al Atlante dormido he experimentado una profunda emoción. Me siento muy afortunado de poder disfrutar de la majestuosa estampa de esta divinidad petrificada. La luz que decora la mañana es asombrosa y deslumbrante. El azul del mar es de una hermosura indescriptible. El horizonte parece que ha sido trazado con un compás mágico por los dioses.
He parado a desayunar en el cafetín de Benzú. Me estoy tomando un delicioso té moruno con una macla de queso fresco y aceite. Es conveniente alimentarse bien antes de emprender un buen paseo por el monte de García Aldave. Paladeo el amargo sabor del té con hierbabuena. La teína hace su efecto y siento a cada sorbo cómo se despiertan mis todavía dormidos sentidos. No hay nada mejor que un té moruno para elevarte el ánimo y prepararte para la aventura. Recuerdo mis tiempos de niño en los que me encantaba perderme entre los barcos pesqueros abandonados en el muelle Alfau. Me ponía a mandos de sus timones creyéndome el mismo Capitán Ahab en su disparatada caza de la ballena blanca.
Apuro hasta la última gota del té y empiezo mi aventura…
…Ahora me encuentro en el mirador del Atlante dormido. Este espacio lo han convertido en un hermoso vivero forestal en el que están presentes las principales especies arbóreas y arbustivas de Ceuta. Lástima que el proyecto no esté acabado, ya que no hay ni un cartel que indique a los neófitos cuales son las especies que están observando.
Desde aquí el rostro y la figura del Atlante es mucho más visible que desde la playa de Benzú. Hoy el cielo está completamente despejado y el mar en calma. Sopla una ligera brisa de poniente, aunque al mirar al norte observo los primeros indicios de la entrada del levante.
Mi interés por la flora local crece cada día. En la punta de este mirador encuentro un ejemplar de jarguazo negro cuyas flores se resisten a salir de sus capullos. No obstante, algunas de ellas se muestran al día y son visitadas por los insectos polinizadores.
Según avanzo por la senda trazada en el suelo no pierdo de vista el bello rostro del Atlante. A esta hora de la mañana dibuja una marcada sonrisa. Su alegría es evidente, no tanto por mi visita, sino más bien por la compañía matutina de la luna en cuarto menguante. Lo masculino y lo femenino se dan la mano en esta mañana primaveral.
Me paro un instante a fotografiar un ejemplar de algarrobo con su particular fruto en forma de vaina coriácea.
Veo sobre el perfil de la montaña situada al otro lado del arroyo de las Bombas a un fuerte gemelo a los que voy a visitar esta mañana. Desconozco su nombre.
El ascenso hacia el fuerte de Aranguren no es demasiado exigente. Aún perduran, aunque descarnados por las lluvias, los peldaños realizados con troncos de madera durante los trabajos de la Escuela Taller “Itinerario entre fuertes”.
Mi desarrollada visión de arqueólogo me permite localizar algunos vestigios arqueológicos durante la subida, como un fragmento de ladrillo con el sello de los alfares de la maestranza ceutí del siglo XIX.
Ya en el último tramo de la empinada cuesta empiezo a contemplar la imagen del fuerte de Aranguren. No me detengo mucho tiempo a visitar este antiguo edificio militar decimonónico.
Fotografío las poéticas plantas que han colonizado sus paredes como símbolo de la imparable mano de la naturaleza que siempre tiende a recuperar lo que es suyo.
Me llama la atención un bello y solitario ejemplar de tagarnina que luce sus llamativas flores amarillas.
Con decisión y ganas comienzo el trayecto que me llevará al siguiente fuerte, el de Anyera. Mi emoción aumenta a cada paso que doy. Me siento muy feliz al encontrar un ejemplar de jara rizada con sus preciosas flores rosáceas. No es fácil dar con este tipo de planta. De hecho es la primera que veo en mis últimos paseos por Ceuta.
El camino abierto por los senderistas aún es visible en el rocoso suelo, pero según asciendo la vegetación se va cerrando. Tengo la impresión de que hace muchos meses que nadie toma esta senda. A mi paso vuelan cientos de mariposas de los más variados colores y mis ropas se van impregnando de los olores que desprenden las coloridas flores que rozan mi cuerpo. Penetro en esta espesura floral con veneración y respeto, haciendo el menos daño posible.
Los árboles aún muestran los efectos del incendio de hace unos años. Los troncos están ennegrecidos por efecto del fuego, pero de ellos brotan ya en sus troncos ramas nuevas que demuestran a las claras que siguen vivos.
La protagonista de esta bella estampa con la que ahora me deleito son las zanahorias silvestres. Miles de ellas coronan el horizonte vegetal con una hermosura indescriptible. El verde de las plantas, el rosa de algunas flores, el amarillo de los erguenes y el blanco de las zanahorias componen un cuadro divino que eleva mi ánimo y mi vitalidad.
Tengo que recurrir precisamente a este extra de energía para superar unos últimos metros de ascenso realmente duros y exigentes. Guiado por mi intuición prosigo mi camino hasta llegar al fuerte de Anyera. Cuando corono la cima estoy completamente sudado y con la respiración acelerada.
Merodeo por el entorno del fuerte mientras recupero el aliento. La puerta del fuerte está abierta, pero respeto el cartel de la Consejería de Educación y Cultura que advierte de que está prohibido el paso al interior de este inmueble protegido.
Prefiero pasear para disfrutar de las hermosas mariposas y de una singular imagen de Ceuta desde este elevado punto en el monte de García Aldave. Desde aquí el Estrecho de Gibraltar se observa en toda su magnificiencia y belleza. Ha merecido el esfuerzo de llegar hasta aquí.
…Dejo atrás el fuerte de Anyera y prosigo mi camino. Al verlo desde la distancia aprecio su carácter solitario. No vienen muchas personas a visitarlo, pero a él no parece importarle. El espíritu que alberga este edificio parece disfrutar de su soledad y de unas vistas espectaculares.
La anchura del camino y las dos bandas paralelas que dibujan el camino indican que esta senda fue transitada antaño por vehículos militares. Siguiendo el trazado dejado por las ruedas de los coches llego hasta una verja cerrada perteneciente al cuartel de García Aldave. Esta situación me obliga a deshacer el camino y tomar un sendero que dejé unos metros atrás. No cabe duda de que por aquí pasan con cierta frecuencia los senderistas y los aficionados a las bicicletas de montaña.
Me llevo una agradable sorpresa al dar una joven encina, uno de los árboles autóctonos de los bosques de Ceuta. Ha tenido la fuerza suficiente para sobrevivir entre tantos eucaliptos.
Paso al lado de un antiguo depósito de agua hoy en día abandonado. Seguro que si estuviera lleno las aves lo habrían colonizado.
Voy observando entre los árboles la imagen del Peñón de Gibraltar, una referencia ineludible para los navegantes que desde la antigüedad hasta nuestros días atraviesan esta puerta natural que conecta el Océano Atlántico con el mar Mediterráneo.
Accedo, sin lugar a dudas, al tramo con mayor espesura del camino. El color verde de los árboles y los helechos es el dominante. Desconozco quienes han abierto este itinerario, pero es claramente apreciable que un grupo de personas han trabajado duro para abrir un sendero entre los helechos. Estas típicas plantas del monte de García Aldave superan la altura de una persona. Disfruto del fresco olor de los helechos recién cortados y de este pasillo que atraviesa el corazón del bosque sin herirlo. Me alegra saber que no estoy solo. Me cruzo en el camino con un excursionista acompañado de su fiel perro. Intercambió unas amables palabras con este solitario caminante y le dejo atrás. A los pocos segundos escucho al perro ladrar y acto seguido pasan a gran velocidad dos ciclistas que saltan por las rampas que los aficionados a este deporte han instalado a lo largo de esta parte del camino.
Según avanzo por la senda observo que la espesura del bosque se diluye y se abre un amplio claro teñido de verde. Vuelvo a encontrarme con los árboles quemados en uno de los incendios forestales de los últimos años.
No pierdo de vista a la luna que viene acompañándome desde que emprendí mi excursión hace ya algo más de dos horas.
Me acerco de nuevo al fuerte de Anyera y al hacerlo disfruto del horizonte abierto de un mar cuyo azul lapislázuli contrasta con el blanco de las zanahorias silvestres y con el verde de los tallos que sostienen a estas bellísimas sombrillas naturales.
Al igual que el fuerte de Anyera me transmitió una sensación de soledad, éste de Aranguren me sugiere vitalidad y alegría. Al ser un sitio frecuentado por familias y niños el espíritu de este lugar está impregnado de vida, diversión y juego.
Desciendo por el mismo camino que tomé al comenzar esta pequeña aventura matutina. Con la visión puesta en el azul del Estrecho llego hasta el mirador de Beliunex. Aquí me paro unos minutos para escribir y disfrutar de la belleza de la ensenada de Beliunex, un refugio natural para los navegantes que osaban traspasar el misterio, mágico y sagrado límite del mundo conocido.
El Atlante duerme de manera placida y serena, observado por mí y por una luna en cuarto menguante que me ha acompañado todo el trayecto y que ahora se ha parado encima del cuerpo del titán. Sé lo que esta luna simboliza y a quién encarna. Ella y yo lo sabemos. Y eso basta.
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