Ceuta, 11 de abril de 2017.
Hoy es Martes Santo y esta noche contemplaré la luna llena. Yo he venido hasta el Monte Hacho, a un cerro que se encuentra enfrente del faro de Ceuta. Son las 19:51 h. En poco menos de una hora el sol caerá hasta perderse detrás de la Mujer Muerta. Sobre un antiguo poste de la luz, en forma de cruz, reposan tres gaviotas. Este conjunto me recuerdan a los símbolos de la pasión y de la santísima trinidad.
Estoy sentado sobre un viejo tronco de un árbol muerto y cortado con una motosierra. Me ha llamado la atención los orificios de las termitas y las marcas que han dejado otros insectos xilófagos. A pesar de llevar mucho tiempo muerto, este árbol no ha perdido su belleza y su calor.
Cuando alzo la cabeza y fijo la mirada en Occidente observo parte de la bahía norte de Ceuta y la embocadura del Estrecho de Gibraltar. El levante ha dejado un delicado un delicado velo que cubre y difumina el paisaje. Noto en la espalda y en el cuello el húmedo aliento de Euro. La temperatura es muy agradable. La humedad del levante es compensada con el calor de los postreros rayos del sol. Me siento muy bien en este lugar que un día me enseñó mi padre. Cierro los ojos para concentrarme en el canto de las aves. Alguna que otra se deja ver, aunque sea sólo por un instante. En grupo de cinco o seis juegan en el aire al pilla pilla.
Al caer la tarde los árboles y las plantas respiran con más fuerza y puedo disfrutar de sus nutritivas y deliciosas fragancias. Paseo entre ellas con mucho cuidado para provocar el menor daño posible. A cada momento me paro para deleitarme con sus colores y olores. A los pies de un vetusto pino han nacido varios retoños que aseguran la continuidad de este bello bosque.
Un ejemplar solitario de cardota (galactites tomentosa) me recuerda a la zarza ardiente.
…Se acerca la hora del ocaso. Las gaviotas anuncian la retirada del sol con sus bramidos. La neblina tiñe de color tabaco el horizonte. Esta tonalidad pronto tiende al dorado y de ahí al rojizo intenso. Contemplo esta estampa con suma emoción mientras que, como si fuera un enviado especial, tomo cumplida nota de los pormenores de la despedida del sol. Éste, como una gran bola incandescente, se oculta tras las montañas. ¡Adiós, sol!, le digo. Gracias por ofrecernos tu luz y calor. Toda la vida en la tierra depende de tu majestuosa presencia. Ahora me voy a contemplar a tu amante, la luna. Ya empiezo a echarte de menos, querido sol. Siento el frío de la noche incrementado por el viento de levante.
El manto oscuro de la noche empieza a ser visible en el horizonte. Son las 9:01 h. Dentro de diez minutos emergerá la luna de unas aguas en las que se unen en matrimonio sagrado la masculino y lo femenino. Espero con enorme serenidad la llegada de la Diosa Blanca. Mientras, en el centro de Ceuta, la misma diosa, bajo el apelativo de la Virgen de la Esperanza, se encuentra con su hijo-amante Nuestro Padre Jesús de Nazareno. El famoso encuentro entre el Cristo y la Virgen sucede al mismo tiempo que el protagonizado por el sol y la luna. No podía estar en los dos sitios al mismo tiempo, así que he preferido acompañar a la luna rosada. Para el encuentro del Nazareno y la Virgen de la Esperanza hay cientos de personas en la Plaza de África, pero para presenciar la reconciliación entre el sol y la luna estoy yo solo.
El momento del amanecer de la luna se aproxima. Lo sé porque las gaviotas empiezan a lanzar sus graznidos y a volar de manera frenética. Llevo mucho tiempo saliendo a contemplar la salida de la luna y me conozco muy bien el ritual de estas aves emparentadas con la diosa blanca. Un momento antes de ver el rostro anaranjado de la luna se enciende, como el faro que tengo delante, el brillante Júpiter. Deseo ver el efecto de la luz lunar sobre la agitada superficie del mar, así que bajo hasta la playa del Desnarigado. Sirviéndome con la linterna del móvil llegó al espigón ubicado en el extremo occidental de esta hermosa cala. Sitúo la máquina fotográfica en el trípode e intento captar la belleza del momento.
La noche es mucho menos negra con la luz de la luna. Un dulce blancura lo inunda todo. El blanco de las olas se potencia con el reflejo de la luz emitida por la diosa blanca…Apago la cámara y miro a mi alrededor. La inmensidad del cosmos me acongoja. Reconozco a algunas de las constelaciones y estrellas más importantes de las noches primaverales. Orión y sus perros se dirigen hacia Occidente y pronto dejaremos de verlo, mientras que, por Oriente, llega Virgo con su brillante estrella Spica. La Osa Mayor sigue impertérrita indicándonos el norte y veo a Hydra reptando sobre el horizonte. Y yo, un simple mortal, aquí estoy, disfrutando de este momento mágico. Una sensación extraña y placentera recorre mi cuerpo. Todo se ensancha y adquiere una profundidad inusitada. Mi campo de visión interior se abre para abarcar un paisaje nocturno fascinante y misterioso. Más allá de esta negrura infinita presiento la existencia de una fuerza que mantiene el universo en orden y armonía. Me siento atraído por este poder proveniente de una fuente lejana que se acrecienta en las noches de luna llena.
Al deshacer el camino desde el espigón a las murallas de la torrecilla presto atención a la sombra de mi cuerpo sobre las rocas. Es una sombra muy distinta a la provocada por el sol. La luna dibuja a la perfección mi silueta, con unos bordes tan claros que podrían recortarse con unas tijeras de manera sencilla.
Doy gracias a la Gran Diosa Blanca por hacerme participé de su magia y de esta noche de encuentro con su amado hijo.
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