Ceuta, 2 de abril de 2017.
Llevaba muchos días sin hacer lo que estoy haciendo: salir un rato al encuentro de la naturaleza. Queda apenas un cuarto de hora para el atardecer. El mar está en calma y la elevación de la temperatura ha generado una tenue calima en el horizonte. El estado apacible del mar invita a las gaviotas a flotar serenamente sobre su superficie.
Una golondrina pasa justo encima de mí, lo que me hace levantar la mirada hacia el cielo. Cuando lo hago veo a la luna en fase creciente.
El paisaje transmite una agradable sensación de paz y tranquilidad. Hasta el mar habla en voz baja. Da la impresión de que no quiere despertar a las gaviotas, algunas de las cuales, situadas cercanas a los arrecifes costeros, rompen el silencio con sus graznidos.
Las nubes sobre el horizonte empiezan a tonarse rosas, reflejando sus colores y formas sobre un mar que hace las veces de espejo.
Escucho de fondo el agudo canto de los vencejos que sobrevuelan Ceuta a cientos. El cielo, al igual que la tierra, está pletórico de vida. Las escaleras que bajan a la playa Hermosa han sido decoradas por la naturaleza con flores de tonalidades violáceas, blancas y amarillas, como si por ella fueran a subir la Gran Diosa. El rosa del cielo se extiende como un manto de seda sobre el mar hasta llegar a la orilla. Nunca antes había visto una franja verde en el horizonte, sobre la que reposa una ancha banda azul que es preludio de la noche. Entre el mar y el cielo dibujan un impresionante arco iris de una belleza extraordinaria.
Por donde el sol muere las nubes se vuelven granate. La noche se aproxima y dejo que me envuelva con su oscuridad. La blanca luz de la luna cada vez es más intensa y no tardarán en hacer acto de presencia las estrellas.
Las gaviotas vuelan hacia Occidente huyendo de la noche. El día busca un desesperado refugio en la bahía sur de Ceuta, que se vuelve dorada como el bronce bruñido.
Empiezo a notar el frío de la noche y la imparable oscuridad. El azul del cielo cada vez es más intenso. Una pareja de gaviotas pasan cercan de donde yo estoy graznando de manera musical, con una melodía que suena a despedida.
La silueta de las montañas se disipa al mismo tiempo que se encienden las luces de Ceuta y de la vecina localidad marroquí del Rincón. Otro tipo de luces, las estrellas, se encienden en el cielo. La primera que aparece es la misteriosa y mágica Sirio. Me quedo admirado al contemplar el surgimiento de la figura de Orión con su cinturón de brillantes estrellas.
El aroma de las plantas y flores en cuanto cae la noche es muy agradable. Desprenden todas sus fragancias que atraen a muchos insectos. Es un momento importante para ellos. Disponen de pocos minutos para que la noche cubra completamente a la tierra y les resulte difícil alimentarse de los néctares florales.
De camino a casa no deja de mirar al firmamento con su oscuro azul que pronto será negro. El regreso del sol al inframundo permite apreciar la inmensidad del universo. Mi mente se expande tanto como el cosmos que tengo delante. Contemplo los dominios de la Musa Urania y logro acercarme al gran milagro que supone la vida. Todo gira y gira en forma de espiral, y nosotros estamos atrapados en este remolino eterno, pero, de vez en cuando, como yo lo he hecho esta noche, podemos pararnos y abrir los ojos ante el fascinante espectáculo de la naturaleza y el cosmos. Entonces te abres a la vida en toda su plenitud e inmenso poder y dejas que te atrape entre sus brazos para conducirte hasta donde ella quiere llevarte con la seguridad de que allí te espera la dicha.
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