Me he levantado a las 9:00 h. La noche ha sido mala. La nueva almohada es demasiada alta y las sábanas demasiado calientes. Además los gases del cava me han producido molestias estomacales. Ahora estoy aquí sentado, frente a la mesa del estudio. En este preciso momento llegan hasta mí los primeros rayos de sol de este año que acaba de comenzar. Nubes blancas algodonosas son arrastradas por el viento de levante. Las gaviotas vuelan mostrando ciertos nerviosismos y la sombra de sus cuerpos entran en mi casa a través de las ventanas.
El único propósito firme que he tomado para este nuevo año es escribir mi diario. Quiero que quede constancia de los aspectos siempre cambiantes de los días de mi vida y de los millones de matices diferentes del paisaje. Deseo que mis libretas sean un verdadero diario donde quedan reflejados mis sentimientos, pensamientos y hechos. Pienso repetir todos los días el consejo del Padre Zossima, en los Hermanos Karamazov: “cada día y cada hora, cada minuto, camina a tu alrededor y obsérvate, comprueba que tu imagen es decente”.
Este diario recogerá los asuntos concernientes a mi segunda vida, la interior. Como dijo Lewis Mumford, debemos vivir unas veces en el mundo real, y otras veces en nuestras mentes; y aunque no podemos dedicar la misma cantidad de tiempo a la segunda que a la primera, podemos usar la economía de símbolos e imágenes, -como hacemos en los sueños nocturnos-, para concentrar parte de nuestras experiencias diarias en pocos minutos.
Pensamiento y acción tienen que ir de la mano, pues, como resumió en su lema personal mi maestro Patrick Geddes: “aprendemos viviendo”. “Sólo pensando las cosas a medida que se las vive y viviendo las cosas a medida que se las piensa, puede decirse de un hombre y de una sociedad que piensa o viven de verdad”. Sin este constante tejer entre la vida interior y la exterior la vida se detiene y estanca.
Es sólo por una constante reflexión y evaluación por las que nuestra vida llega a ser plenamente significativa y propositiva. A esto podría añadir que cuando prolongamos los buenos momentos, manteniendo su sabor en el paladar, alcanzamos un sentido de completitud y plenitud que no es posible lograr por ningún otro medio. En este sentido mi diario recogerá, como lo llevo haciendo de manera menos constante desde hace varios años, el testimonio de las experiencias significativas que me otorga la naturaleza cuando me acerco a ello con admiración y sincera reverencia. Dejar pruebas escritas de estas experiencias me permite recordarlas y volver a degustarlas, así como me permite ofrecerlas a todas aquellas personas que deseen disfrutarlas gracias a mis palabras.
La práctica diaria de la meditación y la reflexión nos permite comprobar que no hemos perdido el rumbo de nuestra vida y, en caso contrario, abre la posibilidad a que podamos corregirlo o tomar nuevos derroteros. Este autoexamen diario requiere una forma, un tiempo y un lugar. La forma que yo he elegido es este diario; el tiempo, el final de la jornada; y el lugar, el salón o estudio de mi cada, aunque estos dos últimos aspectos puedan variarse en función de las circunstancias. Lo importante es mantener vida esta segunda vida que da la posibilidad de transmitir lo que es valioso del pasado y dominar con éxito el futuro. Gracias a este esfuerzo seré capaz de traer a mi existencia toda la energía y el conocimiento que he ido adquiriendo a lo largo de mi vida. De igual modo, evitaré, por este sencillo método, dejarme llevar por la marea, “moviéndome impotente hacia arriba y hacia abajo como una botella cerrada con un corcho que contiene un mensaje dentro que nunca puede llegar a la costa” (Lewis Mumford, La conducta de la Vida).
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