Armilla (Granada), 25 de diciembre de 2016.
Son las 8:00 h del Día de Navidad. Suenan las campanas de la iglesia de Armilla. Hoy me he levantado temprano para poder escribir antes de que se despierte la familia. Llevo varios días queriendo hacerlo, pero por una cosa u otra no he podido sentarme antes delante del ordenador. De lo que deseaba escribir es sobre el significado que para mí tiene esta fecha. Como le ocurre a la mayoría de la sociedad, la navidad ha perdido para nosotros su significado y sentido verdadero. La navidad, como ha sucedido como muchas otras tradiciones, se ha profanado por culpa del mercantilismo y consumismo. Presas del actual pancismo, estas fiestas han quedado reducidas a comer y beber en demasía, y a gastar una enorme cantidad de dinero en regalos. El único beneficiario de esta manera de entender las fiestas navideñas es el vigente sistema capitalista.
Sin embargo, hay otro modo de sentir y vivir la navidad. La lectura del libro de Henry Corbin “Acerca de Jung. El buddhismo y la Sophia”, aunque no trate de la navidad, ha resultado muy enriquecedora para mí. Coincidiendo con la llegada del invierno he recibido claras señales de que debo fijar mi atención, de nuevo, en la figura de la Sophia gnóstica y en los trabajos de Jung sobre esta divinidad femenina. Ciertas ideas que no encajaban bien en mi mente han quedado perfectamente dispuestas ahora tras la lectura del mencionado libro. He entendido que el necesario matrimonio sagrado o hierogamia entre el principio masculino y femenino tienen lugar en nuestro interior, convertido en una acogedora morada para el espíritu una vez que hemos conseguido calentarlo gracias a la intensificación del nivel de la consciencia. Dicho de otra manera, cuando en nosotros se despierta la consciencia del carácter divino que poseemos es el momento para el recibimiento de Sophia. El Cristo que somos y la Sophia que llega a nosotros se unen para que nazca un niño espiritual “que garantiza al ser espiritual una duración fuera de toda medida y limitación temporal”. Es entonces cuando comienza la segunda parte de nuestra vida.
Sophia, por tanto, se revela como la Virgen del invisible niño místico. El mismo niño que de manera simbólica situamos en el centro de nuestros Belenes y del que hoy celebramos su nacimiento. Tengo que confesar que es la primera vez en mis cuarenta y siete años de vida que entiendo el significado profundo y trascendente de la navidad. Me siento identificado con el niño Jesús, ya que yo también soy un niño espiritual de corta edad. Un niño que ha nacido de la madurez de un hombre adulto (Filius Sapientiae). Nací espiritualmente hace apenas cuatro años y todavía estoy dando mis primeros pasos. Soy un nuevo ser dotado de unos sentidos perceptivos mucho más sensibles, capaces de ver, escuchar, oler, palpar y saborear la vida de una manera desconocida antes para mí. No quiero vivir otra vida que no sea ésta. Tengo delante de mí un camino por recorrer y una misión que cumplir. Es un camino solitario, alejado de ideas preconcebidas y dogmas oficiales. Mi única compañía es mi Anima caelestis, la Virgen Sophia. Ella me ayuda a avanzar en la conformación de mi alma, pues la siento dentro mí.
Al sentir que Sophia opera sobre mí reconozco su existencia y el importante influjo que ejerce en mi vida. A pesar de esta nueva dimensión de mi vida, sigo siendo el que soy, pues, como dijo Jung sobre el hombre iluminado “eso que es nunca deja de ser otra cosa que su yo, un yo limitado frente a aquel que en él habita, y cuya figura, carente de límites conocidos, lo rodea por todas partes, profunda como los fundamentos de la tierra y vasta como el cielo”. Efectivamente, yo siento a Sophia en mi interior, pero al mismo tiempo percibo su invisible fuerza a mi alrededor y encarnada en todo lo que mis sentidos interiores y exteriores captan: en los cielos, en los paisajes que observo, en el mar, en los árboles y aves, en mis seres queridos y en todas personas con las que me cruzo en mi camino. Frente a lo limitado de nuestro cuerpo y al inexorable paso del tiempo experimento el sentido de lo infinito y lo eterno, sin llegar nunca a aprehenderlo en toda su complejidad. Tal y como concluye Henry Corbin en la obra de la que venimos hablando, nuestro objetivo no debería ser otro que construir “un mundo en el que la socialización y la especialización no arrancaran las almas de su individualidad, de su percepción espontánea de la vida de las cosas y del sentido religioso de la belleza de los seres; un mundo en el que el amor precediera todo conocimiento, en el que el sentido de la muerte no fuera más que la nostalgia de la resurrección y uno seres humanos en que atendieran el llamado imperioso del Eterno Femenino: ¡Muere y transfórmate!.
PdM dice
Muy buenas reflexiones. Gracias por compartirlas.
admin dice
Muchas gracias por su comentario. Saludos,
admin dice
Muchas gracias por su comentario. He estado leyendo su artículo «El alma del mundo» y me ha gustado mucho. Siento una gran pasión por el anima mundi. Seguimos en contacto. Me interesa hacerlo. Saludos fraternales.