Ceuta, 15 de diciembre de 2016.
He bajado esta mañana a la playa Hermosa para leer a Thomas Carlyle. Mientras leo escucho las zambullidas de los charranes y cormoranes en un mar ligeramente erizado por el viento de poniente. Tiempo tendré para narrar todo lo que me ha enseñado este sabio inglés. De lo que ahora quiero hablarles es del paisaje que tengo delante de mí. Todo el orbe celeste está despejado, menos las cumbres de las estribaciones del Atlas. Son nubes blancas y algodonosas que le otorgan gran belleza a esta estampa matinal. Escucho de fondo el incesante rumor del mar, que me recuerda que este mundo está vivo y animado por el espíritu de lugar. Las estelas de tres aviones hacen de ellos mecánicas estrellas fugaces.
La luz es tan cegadora que utilizo la palma de mi mano como visera para poder contemplar el horizonte.
Siento el fresco olor de la hierba sobre la que estoy sentado. Han crecido sobre lo que fue el suelo de un casa. La naturaleza siempre recupera lo que una vez fue suyo. En este pequeño rincón se puede apreciare una agradable sinfonía de olores y colores. El rojo de los San Diegos, el amarillo de las margaritas, el violeta de las campanillas lucen son un tupido tapiz verde. Una hormiga corre a toda velocidad por la misma hoja en la que escribo para recordarme que los insectos merecen mi atención. Así que hablo de esta atrevida hormiga y de las abejas que polinizan las flores.
Una higuera seca colgada en el acantilado espera de manera paciente la llegada de la próxima primavera. Dará sus frutos, como todos los años, con la esperanza de que alguien disfrute de ellos. En esto se parece mucho a los escritores. Las aves seguro que lo harán, por este motivo vienen a cada rato para acompañar a esta triste higuera.
Las gaviotas van a lo suyo. Su oficio es otro. Sobrevuelan sobre el mar mientras permanecen atentas a cualquier cambio o suceso extraño. Si entendiéramos su lenguaje no necesitaríamos consultar los pronósticos meteorológicos. Nadie mejor que ellas saben el tiempo que hará.
Me complace disfrutar de la combinación de colores del paisaje. Observo con admiración el azul del cielo, el blanco de las nubes, el color ocre de la orilla de la playa, el intenso azul del mar, el marrón oscuro de las piedras de los acantilados y el manto verde que le ha traído de regalo las últimas lluvias. Veo la mano de la Gran Diosa en todo lo que mis ojos captan, escuchan mis oídos y percibe mi olfato. La naturaleza está aquí para el disfrute y veneración de los humanos. Yo sólo soy un humilde escribano que miro de manera reverencial a la naturaleza.
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