El 2016 ha sido un año extraño para mí. La primera parte del año lo dediqué a preparar unas oposiciones, lo que motivó que mis salidas a la playa y al mar fueran escasas. No obstante, aproveché alguna que otra ocasión para hacer lo que más me gusta: escribir en la naturaleza. Llegado el ecuador del año pude regresar a la naturaleza. Una de las primeras cosas que hice fue realizar mi ansiado proyecto de recorrer la geografía de Ceuta acompañando al sol desde el alba hasta el ocaso. El resultado de esta actividad fue el libro “El Día de mi vida”.
El resto del verano lo pasé en casa de mi familia política en Armilla (Granada). Por las mañanas leía y escribía sobre el “Espíritu de Ceuta” y por las tardes paseaba por la Vega de Granada. Tengo aún fresco el recuerdo la sinfonía de colores de los campos granadinos, el olor a la tierra mojada por las acequias llenas con el agua procedente de Sierra Nevada, el tacto fresco de las hojas de tabaco o el sonido de las numerosas aves que se alimentan de las semillas arrojadas por los agricultores. Disfrute este verano de la lluvia de estrellas desde el mirador de los Patos, caminé bajo el influjo de la luna llena y contemplé un limpio y claro firmamento plagado de planetas y estrellas.
A principios de septiembre volví a Ceuta. El mismo día de mi regreso me fui al mirador de Benzú para contemplar el atardecer. Echaba de menos las maravillosas caídas del sol sobre el Estrecho de Gibraltar. El cielo estaba plagado de aves rapaces que regresaban a las cálidas tierras de África para pasar el invierno. De igual modo, no tardé mucho en bajar a la playa Hermosa para pasear entre las rocas y escuchar, de nuevo, el sonido del mar.
Despedí, como se merece, al verano. Fue un día muy intenso de sensaciones, emociones y señales en el cielo. La llegada del otoño coincide con mi cumpleaños, un día que aprovecho para reflexionar sobre mi vida. Este año tuve una visita muy especial. Cuando el día estaba a punto de acabar, un ruiseñor entró por la ventana del estudio de mi casa y llegó hasta el salón donde me encontraba con mi mujer. Se dejó que lo cogiera con la mano y puede acariciarlo antes de devolverle su libertad. Tengo claro que no fue un hecho casual, sino una señal clara para que prosiga en la consecución de mi misión.
El otoño, al que le queda poco, ha sido una estación de estudio sobre mis últimos hallazgos arqueológicos. Casi todas mis salidas han sido bajo la luz de la luna llena, ya sea sólo o acompañado con algún amigo. Puede que el influjo de la luna sea el responsable de mi melancolía. No puedo alejar de mi corazón cierta tristeza por ciertos aspectos de mi vida. Tengo muchos motivos para ser feliz: una mujer y unos hijos maravillosos, una adorable familia, una casa grande y confortable, una vida intelectual rica y fructífera,… Sin embargo, no he conseguido encauzar de manera adecuada mi carrera profesional. Con cuarenta y siete años sigo sin trabajo, y ya llevo más de cuatro años en el paro. No conseguí que mi proyecto de Ceuta Dreams, -una iniciativa para ofrecer visitas guiadas en Ceuta-, funcionara ni logré aprobar las oposiciones de secundaria.
Mi mayor deseo sería que mi regreso a la naturaleza fuera definitivo. Quisiera que mi único oficio fuera el que también anhelaba Henry David Thoreau: “¡Cómo vivir!¡Cómo lograr una vida plena! Cómo extraer la miel de la flor del mundo”. Ser testigo y cronista de los amaneceres, de las lluvias y tormentas, de los cambios de humor del mar, de las caprichosas formas de las nubes, del movimiento de la luna, del firmamento plagado de estrellas, de las hojas caídas de los árboles en otoño y del regreso de la primavera, esto es lo que anhelo.
…La lluvia aprieta mientras escribo. El cielo está gris oscuro y la ciudad duerme. Es domingo, día cuatro de diciembre de 2016. Son las 8:21 h y llevo una hora escribiendo en el ordenador. Las lluvias de las últimas semanas vienen a renovar la vida de los montes de Ceuta. Todo está volviéndose de un intenso color verde, incluso las zonas quemadas a finales de septiembre. Este verdor es absorbido por el Monte Hacho para luego rezumarlo, en forma de óxido de cobre, por los acantilados del Sarchal. Siento que la renovación de la vida va a ser fuerte esta primavera. Los arroyos volverán a llevar agua, las plantas ofrecerán sus bellas flores, los árboles recuperarán su vigor y los vencejos y golondrinas poblarán de nuevo los cielos de Ceuta. Todo se prepara para mi regreso a la naturaleza.
Aprovecharé este invierno para ordenar mis ideas, revitalizar mis emociones, reforzar mis cimientos éticos y morales, despertar mi adormilada imaginación y planificar mis próximos proyectos personales y profesionales. He plantado muchas semillas, en forma de libros, en este final de otoño. Puede que emerjan en la próxima primavera o que queden latentes para una primavera alejada en el tiempo. Contaba Henry David Thoreau en la última página de su conocida obra “Walden” la historia que circulaba en su tiempo de “un fornido y hermoso insecto que salió de la tabla seca de una vieja mesa de madera de manzano y que había estado en la cocina de un granjero durante sesenta años, primero en Connecticut y luego en Massachusetts, de un huevo depositado en el árbol vivo muchos años antes, como se vio al contar las capas anulares a su alrededor. Lo oyeron roer durante semanas, tal vez empollado por el calor de una cafetera. ¿Quién no siente fortalecida su fe en la resurrección y la inmortalidad al oír esto? ¡Quién sabe qué hermosa y alada vida –cuyo huevo ha estado sepultado durante años bajo muchas capas concéntricas de rigidez en la seca vida muerta de la sociedad, depositado al principio en la albura del árbol verde y vivo, gradualmente convertido en la semblanza de su tumba acondicionada, una vida a la que tal vez la asombrada familia del hombre, sentada a la mesa festiva, haya oído roer durante años –podrá salir inesperadamente del mobiliario más trivial y usado para disfrutar, por fin, su perfecta vida de verano!”.
…La lluvia ha terminado para dejar paso al viento. Las nubes se mueven con rapidez, como si llegarán tarde a algún sitio. La luz del sol penetra entre la espesa capa nubosa. Los árboles se agitan como si fueran a quebrarse de un momento a otro. Toda la naturaleza, en esta mañana dominical, transmite inquietud. La misma que siento yo por mi futuro y el de mis libros. Puede que se disipen como una niebla veraniega o terminen arrinconados en cualquier estantería. Mi mayor esperanza reside en mis hijos. Ellos tendrán la oportunidad de conocer, gracias a estos libros, al ser humano que fue su padre. Sabrán de mis trabajos, de mis experiencias y los pensamientos que he dejado plasmados en mis libretas, de mis anhelos y proyectos, de mi lucha en pro de la conservación del patrimonio natural y cultural de Ceuta. Tendrán plena conciencia de que su padre ha vivido de manera intensa y plena, que hizo todo lo posible para defender, potenciar y renovar la vida y que, por encima de vida, vivió una vida que merecía ser vivida.
Vuelve la lluvia con las lágrimas a mis ojos. No puede evitar emocionarme al hablar de mi vida como algo perteneciente al pasado. Una vida vista de manera retrospectiva es siempre una mezcla de felicidad y tristeza. Felicidad por los momentos vividos y por las experiencias gratificantes. Y tristeza por los desengaños personales, las pérdidas de familiares y amigos, por las esperanzas frustradas y las palabras nunca dichas. Dicen que en los instantes previos a la muerte asistes a un pase de las imágenes más importantes de tu vida. Yo me imagino a algunas de estas imágenes: mi primer recuerdo en un parque infantil, la sonrisa de mi madre, los ojos azules de mi padre, el juego con mis hermanos, el día en que me quedé sólo en Granada para comenzar mis estudios universitarios, el primer beso a Silvia, el día de mi boda, el nacimiento de Alejandro y Sofía, el descubrimiento del talismán con la Gran Diosa, mis amaneceres en la playa Hermosa, el día que acompañé al sol en su recorrido por Ceuta, puede que también este mismo instante quede grabado en mi memoria. Nadie sabe cómo ni por qué ciertos acontecimientos quedan inmortalizados en nuestra mente.
Me siento afortunado por contar con un soporte tangible para mis experiencias y recuerdos. Mis libros son el principal legado que dejo para mis hijos, familiares, amigos y las generaciones futuras. No siento ninguna inquietud por las críticas literarias. Me importan poco las valoraciones que puedan hacer de mi estilo. Lo único que deseo es expandir el alma de mis lectores, conseguir emocionarles, remover su alma y hacerles valorar el extraordinario don que es la vida. A lo largo de mi vida he aprendido mucho de los libros. Gracias a la lectura de las obras de autores como Emerson, Whitman, Thoreau, Geddes y Mumford he modelado mi alma y me he abierto a lo infinito y eterno. Pero llego un momento en la vida de todo hombre y mujer en el que debe abandonar el nido y renacer a una nueva vida. Una nueva vida inspirada por las Musas y la Gran Diosa en la que llegamos a saber realmente quieres eres y para qué estás aquí. Emprendes un viaje a terra incognita, a tu propia y desconocida alma.
…El viento se ha calmado de manera súbita. La tranquilidad vuelve a la naturaleza y también a mi interior. Han sido un par de horas muy intensas en sentimientos y emociones. He expresado con toda la sinceridad posible lo que siento y pienso. Sé que no lo hubiera conseguido sin la inspiración de las fuerzas profundas que impulsan mi vida. La misma que, si prestas atención, querido lector o lectora, podrás sentir cuando leas los relatos que contiene este libro. “¿Qué es un relato?”, se preguntaba Thoreau en los párrafos finales de su libro Cape Cod. Puede que la respuesta sea la que yo he encontrado: el regreso a la naturaleza.
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