Ceuta, 27 de septiembre de 2016.
Al regresar a casa después de dejar a Sofía y a Alejandro en el colegio he visto un extraño movimiento al lado de uno mis queridos árboles. Sabía que estaba enfermo, incluso puede que muerto, pero no esperaba ver su cuerpo desmembrado sobre el frío suelo. Ha sido un impacto emocional tan fuerte que me ha llegado a conmover.
He subido a la casa para coger mi máquina de foto. Quería escribir la crónica negra de este desdichado árbol. Según me ha comentado el jardinero, la causa de la muerte de este ficus ha sido una maligna especie de mosquitos. Han intentado distintos tratamientos, pero ninguno ha resultado eficaz. Ahora yace esparcido sobre el granito. En vida siempre lo ame y ahora lloro al verlo muerto. Formaba parte de mi paisaje urbano más íntimo y cercano. A su sombra me refugié del sol y en los días de lluvia me cobijé bajo sus tupidas ramas y hojas.
Al acercarme a la dramática escena he percibido el olor de su madera y el pálido gris en su tronco que presagiaba su muerte.
No se merecía morir así ni dejarlo tirado sobre el suelo como si fuera un vulgar residuo. Alguien tenía que llorarlo, mostrar signos de duelo. Si su vida ha sido desdichada, que al menos mis palabras le sirvan de consuelo. Su vida no ha sido en vano. Ha dejado huella en mi alma y estoy seguro que el de muchas otras personas.
Ahora este árbol existe, pues, como dijo Emerson, “lo que vemos es lo que creamos. No vemos más que esto. Todas nuestras percepciones, todos nuestros deseos son creaciones. Hay un destino para la percepción…”. Como nuestra mirada, con mi mirada, hemos dado vida a este árbol. Ha quedado inmortalizado en estas páginas que escribo emocionado y apenado por su anunciada muerte.
No, no me gusta ver a este árbol muerto tratado con tan poco respeto. Debía ser llevado a hombros por los niños y mayores que visitamos esta plaza hasta su última morada. El destino de su cuerpo tendría que ser alimentar el suelo donde crecerán otros árboles como él.
Una bella ninfa ha perdido su morada y sobrevuela, como un espectro fantasmal, la plaza de Azcárate. Yo le doy cobijo en mi corazón hasta que otro árbol sustituya al recién fallecido.
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