Ceuta, 22 de septiembre de 2016.
7:10 h de la madrugada. Me levanto y lo primero que hago es abrir la ventana para contemplar el firmamento. Orión y sus dos perros ocupan el escenario en este magnífico espectáculo celestial. La luna hace la función de luz indirecta resaltando la silueta de Orión y sus fieles canes. El conjunto es bellísimo, digno del día en el que despedimos al verano. En apenas unas horas alcanzaremos el equinoccio de otoño.
La sombra luminosa del sol comienza a asomarse por el horizonte marcando, en esta particular ocasión, el Este exacto. El cielo vuelve a lucir su matutino manto azul. Sin duda éste es mi color favorito.
Vuelvo a percibir la tierra como un enorme globo suspendido de manera milagrosa en el cosmos. Comprobado con su infinitud, la biosfera es una delgada y frágil sabana de vida que, en cualquier momento, puede ser arrastrada por el viento.
Me siento en este instante conectado a una conciencia divina que me permite observar el mundo desde una perspectiva poco habitual. Todo lo veo diminuto, excepto a mi mente. Es como si esta habitación se hubiera convertido en el balcón desde el que un rey contempla sus posesiones. Sin embargo, no tengo la sensación de que sean mismas, sino de los poderes superiores que dominan mi existencia. Yo no soy más que un privilegiado escriba que toma nota de los mensajes procedentes de las estrellas.
Miro, de manera alternativa, a Oriente y Occidente. En este día de equilibrio entre la noche y el día soy capaz de observar el globo terráqueo en toda su esfericidad. Los edificios que interrumpen mi visión no me impiden ver, con los ojos interiores, la totalidad del paisaje ceutí.
Es difícil explicar con palabras lo que experimento. Una sustancia transparente, azul y eterna envuelve a la tierra: el anima mundis. A pesar de su intangibilidad puedo tocarlo con los dedos y sentirlo en mi cuerpo en forma de fresca brisa marina. En pocos minutos el anima mundis es absorbido por la tierra y asciende por las raíces de las plantas y los árboles, devolviéndoles sus colores. Algo similar ha sucedido en mi alma. Esta sustancia eterna ha penetrado en mi interior dotándole de una fuerza espiritual extraordinaria.
El cielo y su reflejo en la tierra adquieren un apreciable color blanco. Es el color del lienzo que en pocos minutos será pintado por la magistral paleta del sol.
…Después de dejar a los niños en el colegio, he regresado a casa para desayunar. Dudé entre salir o quedarme en mi hogar y dejé la decisión en manos de la intuición. Ella me ha animado a preparar las cosas y emprender la marcha. Mi destino lo tenía claro. Quería volver al lugar en el que, hace tres años, empezó todo: el Cortijo Moreno.
La distancia que separa mi casa del Cortijo Moreno es de 1,65 Km y el tiempo que me lleva llegar hasta aquí es de una media hora.
He accedido a este templo de la naturaleza por una escalinata trazada por las raíces de los árboles.
Siento el carácter sagrado de este lugar y, en señal de respeto, me quito el sombrero. Mi entrada es tan respetuosa como el que realizamos al entrar en un santuario. El único ruido que hago es el de las hojas secas que crujen bajo mis pies.
Los bancos de este templo están abandonados, pero su interior está ocupado por una gran variedad de árboles con formas sugerentes.
Uno de ellos presenta los brazos abiertos y levantados, en actitud oferente. Ora a la Gran Diosa Madre.
Hoy la oración está dedicada al verano que se va y al otoño que vuelve. Para esta especial ocasión todos los árboles visten con túnicas de color verde claro, la tonalidad propia de la naturaleza.
Me siento participe de esta comunidad de feligreses formada por plantas, árboles y aves. Yo soy el más extraño de los seres vivos que participan en esta eucaristía. Aún así me siento bien recibido. Creo que incluso les gusta que haya venido a participar en este evento sagrado y a escribir mi particular crónica.
El acto está presidido por la Gran Diosa. Habla a través de un susurro que la mayoría de las personas confunden con el viento. Para entender sus palabras hay que cerrar los ojos y afinar el oído. Su homilía está dedicada a la renovación de la vida. Se dirige principalmente a los árboles y les dice que manda su aliento para desprender sus hojas y agrietar las cortezas de sus troncos. “No os preocupéis”, comenta a los árboles, “lo que parece decrepitud es renovación de la vida. Vuestras hojas volverán con mayor fuerza en primavera y daréis frutos en verano. El otoño es tiempo de preparación para el frío invierno, momento de calma y reflexión”.
Tomo nota en mi libreta de las palabras de la sabia Gran Diosa con el objetivo de aplicarlas en mi vida. Las leyes de la naturaleza son universales y sirven igual para un árbol que para una persona.
Mi renovación comenzó hace tres años en este mismo templo en el que hoy me encuentro. Ya no soy esa persona temerosa ante naturaleza que empezó a escribir bajo este mismo laurel que me da sombra. Me he desprendido de mis hojas marchitas y de la dura corteza que impedía el crecimiento de mi alma. Vuelvo a sentir la lentitud del tiempo que experimentaba cuando era niño. Entonces los años parecían eternos porque todo eran nuevas vivencias y descubrimientos.
En esta segunda etapa de mi vida vuelvo a ver las cosas con la misma admiración y curiosidad que tenía cuando era niño. Todo ha adquirido una nueva dimensión mágica y sagrada. Ahora observo las estrellas, que antes ignoraba; contemplo el vuelo de las aves; me fijo en las plantas y en los árboles, de los que siento su calor y compañía. Las puertas del entendimiento se han abierto para mí. He llorado más veces de emoción ante la belleza de la naturaleza que en los cuarenta y tres años anteriores de existencia.
La aprehensión del tiempo y del espacio es completamente diferente. En mi mente toda la tierra y el tiempo se expanden y estrechan segunda la voluntad de las Musas. Una hora escribiendo en la naturaleza equivale a un segundo según el reloj celestial. Vivo entre dos dimensiones temporales. La más cotidiana me recuerda que debo volver al centro de la ciudad para recoger a los niños del colegio, pero antes quiero conocer y retratar a algunos de los asistentes a este oficio sagrado en el templo de la naturaleza.
Los árboles dibujan caminos que recorro de manera placentera. Me detengo para contemplar, a unos metros de distancia, el laurel bajo el que he instalado mi improvisado escritorio.
Al fondo diviso la ruina del Cortijo Moreno. Sus puertas y ventanas han sido cegadas con ramas y cuerdas. Su único habitante es una lagartija curiosa que se asoma por uno de los vanos para ver quien se acercaba a su casa. Los dos nos hemos asustado al cruzar nuestras miradas, pero cada uno ha seguido su camino.
Los bancos, ahora destrozados y abandonados, me hacen pensar en los dueños de esta finca. Situaron estos asientos de piedra mirando al mar Mediterráneo. De lo que vieron no ha quedado testimonio. Tan sólo permanece el recuerdo de unas miradas perdidas en un horizonte infinito.
Sigo hasta el final de la arboleda y al asomarme a la vaguada del Fuente Cubierta emprende su majestuoso vuelo el Ratonero Moro que vive en este lugar. Apenas me da tiempo para fotografiarlo y verlo como da vueltas por el cielo.
Asciendo unos metros hacia la fortaleza del Hacho para perderme en los árboles de un pequeño, pero mágico bosque de alcornoques y castaños. Son los únicos que quedan del original bosque que antaño cubrió el Monte Hacho. Reconozco al más viejo y sabio de los árboles de este bosque. Es un vetusto castaño que ha sido el preferido de los druidas que han paseado por aquí…
Un grupo de estilizados alcornoques dirigen sus ramas suplicantes y llenas de vida hacia el cielo. No dejo de admirar su belleza.
Entre las ramas de los eucaliptos asoma una garita de la fortaleza del Monte Hacho. Desde este cuerpo de guardia muchos soldados han visto estos árboles y los árboles los han observado a ellos. Desconocemos si en algún momento han hablado entre ambos.
Desde el punto más elevado que alcanzo contemplo a toda la cofradía de árboles con sus túnicas verdes. Es una procesión ordenada, pero inmóvil de árboles que salen a rendir culto a la naturaleza.
Voy mirando al suelo para no resbalar y al cielo para no perderme detalle de la belleza de la copa de los árboles.
Un precioso pino muestra su hospitalidad doblando su tronco para dar sombra a los peregrinos de este recorrido por las naves del templo erigido en honor de la Gran Diosa.
Emprendo mi salida del templo por la misma puerta que me recibió. A la vista tengo el castillo del Desnarigado.
Entre las ruinas de viejas edificaciones sigo mi camino de vuelta con la compañía en el cielo de la luna.
A pesar del que tiempo me apremia no puedo evitar tomar algunas imágenes del mar, las escarpadas paredes del Hacho y de las jaras con frutos rojos que dibujan estampas de gran belleza.
…El día aún no ha terminado. Son las 20:30 h. Ahora estoy sentado a pocos metros de la muralla norte de la ciudadela del Hacho. Sopla un fuerte viento de poniente. El aliento de Céfiro trae nubes y algunas rapaces. Tengo como referencia para saber la dirección del viento la bandera de España sobre el baluarte de San Amaro.
El sol, como era previsible en este día de equinoccio de otoño, cae justo por el Oeste, resaltando el rostro del Atlante dormido. La luz de la razón penetra en la cabeza del dios Atlas.
Siento una sensación extraña de soledad y tristeza. Es como si el tiempo se hubiera parado para rendir homenaje al verano que en este momento despedimos. Las nubes han cubierto el hueco por el que se ha ocultado el sol tras las montañas del Atlas. El astro rey desciende por la ladera occidental del Yebel Musa pintándola con una paleta de colores que va del dorado al rojo carmesí.
Pasados unos minutos el color rosa lo inunda todo.
..Una salamandra ha escapado de los muros de la fortaleza del Monte Hacho para pasear, en forma de nube, por el cielo vespertino.
A las 20:28 h aparece el firmamento la bella y brillante Venus. Tal es su brillo que aún siendo de día comienza a verse. Su presencia me deja desconcertado. No esperaba verla con tanta fuerza y claridad. Ha elegido un día muy especial para volver a mi vida, el del equinoccio de otoño. Intuyo que ha regresado para traerme suerte y guiar mi camino. Vuelve también para recordarme la importancia que ella, como Gran Diosa, tiene en mi vida.
Ha llegado el tiempo de la renovación y la culminación de los trabajos que tengo pendientes. No conviene avanzar sin consolidar lo alcanzado. El otoño y el invierno son estaciones ideales para el estudio, sin perder por ello el contacto con la naturaleza.
El equilibrio entre el día y la noche se romperá a partir de mañana. La oscuridad dominará sobre la luz en los próximos meses. Como dijo Henry David Thoreau “la noche es ciertamente más noble y menos profunda que el día…Cuán insoportable pudieran ser los días, si la noche con su rocío y oscuridad no viniera a restaurar el decadente mundo. Así como las sombras comienzan a reunirse a nuestro alrededor, nuestros instintos primitivos se despiertan y abandonamos nuestras guaridas, como los habitantes de la jungla, en busca de esos silenciosos y taciturnos pensamientos que son la presa natural del intelecto”.
A eso me voy a dedicar los próximos meses, a cazar mis pensamientos y encerrarlos entre las líneas de mi libreta para que no puedan escapar y, de esta manera, perderse en el infinito olvido.
Alfredo Herce dice
José Manuel, leo todas y cada una de tus entradas en tu blog, vía facebook; y he de decir que he llegado al punto de desear que actualices para leer otro de tus escritos. Me transmites fuerza espiritual y por ende tus palabras me renuevan, al ver la naturaleza de otra forma que antes no conocía. Me acercas un poco más a mi segunda ciudad, y a la niña bonita de mis pensamientos ocultos, Ceuta, cuando estoy lejos por desgracia.
Gracias de corazón.
Un enorme abrazo.
admin dice
Hola, Alfredo: Te agradezco de corazón tu interés en mis escritos. Para mí es un gran aliciente saber que los relatos que publico tienen efectos tan positivos en aquellas personas que los leen. No hay nada que motive más a un escritor que transmitir fuerza espiritual y abrir nuevos mundos a las personas que amablemente dedican su tiempo a leer sus escritos. Llegaste a esta ciudad por amor a una mujer y ahora es la ciudad la que te ha enamorado. Sigue pensando en Ceuta y no la olvides, como tampoco lo hagas con tus amigos hechos en esta ciudad, entre los que me encuentro. Muchas gracias por tu generoso comentario y un abrazo bien fuerte. Espero que mis escritos futuros sigan estando a la altura de tus expectativas.