Ceuta, 16 de septiembre de 2016.
Esta mañana he bajado al Mercado Central a comprar algo de pescado. La mayoría de los puestos estaban cerrados, pero había suficiente género para elegir. Me he decidido por unos buenos filetes de rape. El puesto en el que he comprado está al lado de las escaleras que dan acceso al boquete de la Sardina. Un chico joven hacia fotos con el móvil. Este gesto me ha llamado la atención y me he asomado a ver que estaba fotografiando. Al hacerlo me he quedado asombrado. El mar estaba con un plato y la luz cegadora. Este cielo y el mar llenaban el paisaje de diversas tonalidades de azules. No deseaban perderme este espectáculo y decidí emprender mi paseo de regreso a casa por la empinada cuesta del Recinto.
Hoy, más que nunca, es fácil captar la belleza de la bahía mediterránea de Ceuta. Pocas ciudades pueden presumir de contar con dos bahías tan distintas e insinuantes. La extraordinaria transparencia del cielo permite contemplar las montañas y colinas que dibujan esta bahía. Su mar interior parece una gema de lapislázuli con los bordes verdes como el jade. Sobre esta sublime joya reposaban esta mañana un gran número de gaviotas. Me ha gustado captar su imagen entre los árboles de los acantilados del Recinto.
No he dejado ni un mirador sin visitar ni un detalle del paisaje que memorizar. Un grupo de gaviotas miran hacia Oriente como el que espera ansioso una visita. ¿Esperan, quizás, la salida de un nuevo sol? ¿O con su gesto dan la espalda a la muerte que llegará por Occidente? Un cernícalo hace lo mismo encaramado en las ramas de una higuera. Yo sigo su mirada que me lleva hasta mi casa.
Deja un comentario