Ceuta, 15 de septiembre de 2016.
He salido de casa pensando en completar mi relato sobre el cielo celeste. Al mirarlo he visto algo que caía movido por el viento. Es una pluma solitaria desprendida del cuerpo de una blanca gaviota. A su dueña no la veo por ninguna parte, así que decido guardar entre las páginas de mi libreta.
Sigo mi camino hasta la peluquería que es mi destino esta mañana. Al salir con la cabeza despejada de pelos y de ideas preconcebidas me siento en un banco de la plaza de Azcárate. Corre un agradable y fresco viento de poniente. Echo la cabeza hacia atrás y fijo mis ojos en el cielo. Aunque el sol está oculto tras la esquina de un edificio, su luz resulta cegadora. Incluso aquí, en la sombra, tengo que achinar los parpados para regular la entrada de luz que soportan mis ojos.
El sol asoma por la mencionada esquina y acaba con la sombra en la que me refugiaba de su luz y de su calor. Salgo huyendo del banco y me siento en el suelo. La postura no es tan cómoda, pero me permite contemplar el cielo con mayor facilidad…Hablar del color celeste del cielo es caer en una metáfora redundante. El resto de celeste no puede compararse con el del cielo en días despejados como éste. Con el único que me atrevo a compararlo es con el color del fondo del mar sobre un fondo de arena blanca. A la vista de ambos celestes mi impulso es zambullirme en ellos para bucear y nadar. En el caso del cielo esta experiencia es exclusiva para las aves, que flotan sobre este transparente e inabarcable mar de aire. Consciente de este hecho el cielo me ha enviado la pluma blanca. Con este gesto me ha querido decir que tengo una forma ideal para bucear en el cielo que es hacerlo con una pluma estilográfica como la que sostengo entre mis dedos. Con ella me dejo llevar por el mismo viento que ha traído hasta mí la pluma blanca: el viento de la imaginación.
…Cierro los ojos y comienzo mi vuelo. La plaza de Azcárate se vuelve diminuta y dirijo mi mirada al mar azul que luce en esta bella mañana. Me siento como la misma gaviota que me ha perdido su pluma. Vuelo a ras del agua graznando para llamar la atención sobre mi nuevo aspecto animal. Entre el celeste del cielo y el intenso azul del mar dibujan una cuerda curva sobre la que saltan alegres una manada de delfines. Me acerco a ellos y los acaricio con mis recién estrenadas alas imaginarias. Luego sigo mi camino, volando cara al viento, en dirección al vasto Océano Atlántico sin rumbo ni destino.
Deja un comentario