Armilla (Granada), 18 de agosto de 2016.
Una vez más la intuición me ha llevado al sitio anhelado. Deseaba disfrutar de uno de estos mágicos días en los que el ocaso del sol coincide con el alba de la luna. El sitio elegido es el Cortijo del Pino. Unos metros al norte de este hermoso conjunto arquitectónico, rodeado de árboles frutales y coronado por centenarios tilos, he encontrado un vetusto secadero de tabaco.
Hacia el oeste se abre un camino delimitado por maizales que me ha conducido hasta un olivar. Sobre el muro que marca su límite occidental me he sentado a contemplar el atardecer. Tengo delante mía un ancho manto verde que acoge al sol en su lento descenso al inframundo.
El cielo está completamente limpio y celeste, excepto la franja del horizonte que es coloreada por el sol yacente. Aquí el cielo adquiere un intenso color amarillento. De la Critinita amarilla pasa en pocos segundos a la Rubedo rojiza.
Según desfallece el sol una delicada capa naranja se extiende por el horizonte.
Mientras esto sucede en Occidente, el cielo que reposa sobre Sierra Nevada se viste de rosa para recibir a la noche. Yo me siento pacientemente sobre el pedregoso cruce de camino para esperar a la luna.
Poco a poco va ascendiendo por la vertiente meridional de las montañas hasta que asoma su blanco rostro apoyándose sobre la cima del Mulhacén. No soy el único que la espera. Veo detrás de mía un brillante punto de luz que no tardo en identificar como mi amada Venus a la que acompaña a pocos metros su querido Júpiter.
Espero que la luna se alce en el firmamento para reinar en esta impresionante noche. Iluminado por la su tenue luz inicio el camino de regreso a casa. Al pasar por el jardín de árboles frutales del Cortijo del Pino disfruto de una agradable sinfonía de olores a peras, manzanas y tiernos higos. Mi mente se evade en este momento más allá del tiempo y del espacio y este viaje me permite contemplar a la Vega de Granada como el hermoso vergel que un día fue. Entiendo entonces a los sultanes nazaríes que desde la Alhambra se asomaban en noches de verano como ésta a los balcones de su palacio para absorber toda la belleza de este verde jardín rodeado de montañas.
Hechizado por la luna paseo entre los huertos y plantaciones de este Edén oliendo miles de fragancias y sintiendo en mi piel el frescor que desprenden los maizales y las hojas de tabaco.
Mi mirada se pierde en el firmamento y observo, como nunca antes, hasta el último de la constelación de Escorpio. Los ojos, fijos en la luna, miran de reojo a la serpenteante y angulosa Casiopea y a la bella cometa que dibuja la Osa Mayor.
Una familia de gatos se asoma al camino para observar a este adorador de las estrellas que camina extasiado por los caminos de la vega granadina. Cuando quiero darme cuenta he llegado a la puerta de mi casa. Creía que había pasado un rato, pero al mirar el reloj me percato de que mi caminata ha durado dos horas y media. Pienso que esta disfunción en la aprehensión del tiempo ha sido provocada por el hechizo de la luna. Un hechizo que tiene como efecto permanente en no volver a la Vega de Granada con los mismos ojos. A partir de ahora no veo más al contemplarla que un bello jardín del que puedo tomar las más hermosas estampas y escribir los más sentidos poemas.
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