Ceuta, 19 y 20 de diciembre de 2015.
Aún es de noche. Son las 7:00 h de la madrugada del día 19 de diciembre de 2015. Al asomarme por la ventana he contemplado los planetas y las estrellas. Venus está más hacia el oeste de lo habitual y algo más cercana al horizonte. Esta circunstancia me permite verla incluso sentado en mi escritorio.
Los gallos están especialmente inquietos esta mañana. Llevan un buen rato ofreciendo un recital de canto algo estridente, la verdad. Por lo demás, todo es silencio y calma. Una situación propicia para pensar y escribir. Además hoy es sábado, con lo cual dispongo de más tiempo. Entre semana tengo poco tiempo para aprovechar esa hora que, decía Thoreau, “despierta una parte de nosotros que dormita el resto del día y la noche”. Esa parte a la que se refería Thoreau es nuestro genio. Y necesitamos mucho de él para escuchar la débil voz de nuestra alma. Para escucharla necesitamos estar descansados: con el cuerpo relajado y la mente limpia. Lo único que me queda de la noche es el recuerdo de un sueño que me ha dejado algo inquieto.
Es cierto que en nuestros sueños se representan y dramatizan aquellas ideas que durante la vigilia ocupan la trastienda de nuestra mente. Una de mis principales preocupaciones en estos momentos es lo ajustado de mi presupuesto familiar. Necesito encontrar una forma de contribuir a los ingresos del hogar. Espero que el año 2016 me traiga esta fuente de recursos económicos que cada día se hace más perentoria. No hablo de trabajo, porque trabajo tengo. Mi oficio es el de pensador y escritor. A él me entrego con ganas e ilusión. El problema es que los pensamientos cotizan a la baja en el mercado capitalista. Para la mayoría de las personas los frutos del pensamiento elevado son poco apetecibles por su amargo sabor. Saben a verdad y dejan en el paladar de muchos un gusto agridulce. No obstante, en el jardín celestial que existe en el reino del pensamiento podemos encontrar una amplia variedad de árboles de los que cuelgan los más diversos frutos, ricos en sabores y fragancias.
La niebla que en estos instantes está apoderándose de Ceuta me ayuda a trasladarme al jardín celestial. Todo el espacio está plagado de bellísimos árboles y delimitado por un alto muro de piedra. Yo me encuentro ante una destartalada reja de hierro que se encuentra entreabierta. Entro sin problemas en el jardín y el primer árbol que veo es un precioso manzano del que cuelgan unas manzanas rojas y perfectas. Voy a coger una de ellas, pero al hacerlo una serpiente se asoma por encima del fruto. El cielo se oscurece y yo me quedo petrificado. Un frío interior recorre mi cuerpo. Siento que por mi columna vertebral discurren dos ríos de energía: una fría y otra caliente. A mí cabeza llega la sangre a borbotones y consigo recuperar el aliento para hablar con la serpiente.
- ¿Quién eres? Le pregunto.
- Bien lo sabes. Soy la serpiente que custodia el árbol de la Vida.
- ¿Quisiera probar una de estas apetecibles manzanas que cuelgan de este bello árbol
- Lo sé. Todos los humanos deseáis la inmortalidad que aporta los frutos del árbol de la Vida, pero sólo unos pocos son dignos de probarlos
- ¿A qué saben las manzanas que custodias
- Saben a eternidad. Su sabor te sería familiar
- ¿Seguro
- ¿Dudas de mí? No me extraña. Ya sé que tengo mala fama. Todos me acusan de haber engañado a la primera pareja de seres humanos que vivieron en este jardín, pero desconocen que en este lugar no existe la mentira. Cerca de aquí, como ya verás, se encuentra el árbol de la Verdad y su sombra nos protege de la falsedad
- Créeme, sigue diciéndome la serpiente, tú ya conoces a que saben estas hermosas manzanas. Coge una de ellas, dale un bocado y dime a qué sabe.
Así lo hago y mordisqueo una rojiza y perfecta manzana. Siento una enorme paz interior y una felicidad indescriptible. Mis ojos contemplan la eternidad. Entonces recuerdo que, como me había anunciado la serpiente, esta sensación me es familiar. Es el mismo gozo que había experimentado en muchas ocasiones mientras contemplaba la naturaleza de Ceuta y describía su belleza.
- ¿Qué te ha parecido? Me pregunta la serpiente.
- Llevas toda la razón, serpiente. Su sabor me es familiar. Pero quiero comer más.
- Tendrás derecho a ello cuando completes tu recorrido por este jardín celestial. Ahora sigue tu camino.
Hago caso a la serpiente y sigo mi camino. A pocos metros diviso un enorme olivo milenario. Su tronco es de una anchura descomunal y sus ramas están retorcidas por el paso de los siglos. Me acerco a él y toco su corteza. Es caliente y suave, a pesar de su aparente aspereza. En la mitad de tronco hay un orificio por el que me asomo, pero al hacerlo aparecen unos enormes ojos fijos. De la impresión casi pierdo el equilibrio y uno poco más hasta el pulso. Esos grandes ojos pertenecen a una lechuza que comienza a hablarme.
- No te asuste. Estás ante el árbol de la Verdad, que muchos llaman de la Ciencia. ¿Te ha costado llegar hasta aquí?
- No, le contesto. ¿Por qué me lo preguntas?
- Es que a muchas personas su pesada carga ideológica y doctrinaria les impide superar las pronunciadas pendientes de la colina en la que fue plantado el árbol de la Verdad. Si a ti no te ha costado llegar hasta aquí es porque estás libre del peso de los prejuicios.
- Observo que las ramas y el suelo llenos de aceitunas, le digo.
- Sí, lleva así mucho tiempo y me preocupa. Cada día el árbol de la Verdad da más frutos, pero nadie los recoge. Si continua en este estado sus ramas se troncharán y las aceitunas se pudrirán envenando las raíces del árbol.
- ¿Qué podemos hacer para evitarlo?
- Sólo hay una solución, dice la lechuza. Hay que recoger todas las aceitunas y prensarlas para extraer su esencia. Es imprescindible que los científicos y pensadores dejen de producir más “aceitunas” y se dediquen a sacar el aceite que contienen. Para que me entiendas, lo que estoy intentando transmitirte es que la producción científica y literaria tiene que limitarse y centrarse en la síntesis.
- Los seres humanos, sigue hablando la lechuza, tienen que entender que si bien esta montaña de aceitunas que tienes a tus pies representa el conocimiento, lo que realmente alimenta su espíritu y su mente es el aceite que contienen, es decir, la sabiduría. En vuestro mundo sobra mucha información y os hace falta más sabiduría.
- ¿Y qué me dices, sabia lechuza, de la tecnología?
- Buena pregunta. Ya veo el buen efecto que provoca en ti estar junto al árbol de la Verdad. Sobre este importante asunto te diré que vuestras máquinas constituyen un grave peligro en manos de quienes carecen de sabiduría, que son cada día más numerosos y poderosos. Si fuerais capaces de utilizarlas de manera de selectiva y restrictiva podrían contribuir al desarrollo integral de los seres humanos. De lo contrario, serán vuestra perdición y la nuestra ya que el árbol de la Verdad morirá y yo con él.
- ¡No puedo permitirlo! ¿Qué puedo hacer?
- No debes ignorar la primera lección de este árbol: la humildad. Nadie alcanza la sabiduría sin ella. Vuestra capacidad de influencia en los demás es siempre limitada, pero no por ello debéis dejar de ejercerla. Cada uno de vosotros debe hacer todo lo que esté a su alcance para compartir los principales frutos de este jardín: la bondad, la verdad y la belleza.
- Dicho esto, y ya que te preocupa, como a tu maestro Lewis Mumford, el papel de la técnica en el curso del mundo, debes saber que la solución estriba en sustituir las actuales máquinas idiotizantes por las máquinas pensantes diseñadas por tu otro gran maestro e inspirador: Patrick Geddes. Si has encontrado abierta la puerta de este jardín celestial es porque portabas este talismán y has aprendido a utilizarla esta llave mágica. Ahora te toca ti explicar a los demás su funcionamiento y animar a que la utilicen para que tengan la oportunidad que tú has tenido de gozar de una vida digna, plena y rica. Ahora me dispongo a ungir tu frente con el aceite de la sabiduría. En este momento, tanto en mi mundo interior como exterior, un rayo de luz me ilumina y me da la señal de que debo proseguir mi camino.
La luz es cegadora, pero al mismo tiempo cálida. Al fondo atisbo un alto chopo. La copa del árbol se pierde entre las nubes. Me acerco a él aprovechando que estas mismas nubes disminuyen la potencia de la luz y puedo seguir la senda que conduce al árbol de los Sueños.
El chopo es de un intenso color blanco, pero todo a su alrededor luce con una amplia gama de colores. Entre los matorrales diviso una estrecha vereda que lleva hasta la base del árbol de los Sueños. Al llegar siento que alguien me observa desde el cielo y de manera instintiva dirijo la mirada hacia las nubes. Allí veo a un elegante cernícalo que me mira fijamente. Nuestras miradas se encuentran y, sorprendentemente, el cernícalo inicia un rápido descenso hasta posarse en una roca que hay junto a mí.
- ¿Me recuerdas, verdad? Comienza a decirme el cernícalo.
- Sí, le contesto ¿Cómo podría olvidarte? Te he visto muchas veces cuando he bajado a la playa Hermosa de Ceuta para meditar y escribir. Recuerdo en especial una ocasión en la que mientras escribía sentí tu mirada y al volver mis ojos hacia el cielo vi con claridad cómo me observabas.
- Es cierto, yo también me acuerdo perfectamente de ese día. Todas las aves que frecuentamos esta zona estábamos muy intrigados contigo. No es frecuente ver personas en este lugar que, como tú, canten a la naturaleza en sus escritos.
- ¿Qué haces ahora aquí, cernícalo?
- Este es mi verdadero hogar. Soy el guardián del árbol de los Sueños. Mi misión es vigilar que este árbol mágico no sufra ningún daño e inspirar la imaginación de hombres y mujeres como tú. Como bien sabes, Ceuta es una puerta a la eternidad. Aprovechándola llegué a tu ciudad para cumplir una importante misión que me fue encomendada por la dueña y señora de este jardín: la Gran Diosa Madre.
- ¿Qué misión es esa?, le pregunto.
- Una vital para el futuro de la tierra y de la humanidad. Necesitamos conformar un ejército de guardianes de la vida. El ser humano, llevado por su codicia está matando a la Gran Diosa Madre y, si no hacemos algo pronto, morirá y con ella desaparecerá este jardín y la vida en la tierra. En esta misión tú tienes un papel importante.
- ¿Yo? Dije sorprendido.
- Sí, tú. Hemos cubierto a Ceuta con una espesa niebla estos dos últimas días mientras escribes para que nadie pueda ver la puerta que conduce a este jardín y que hemos abierto para ti.
- No hay tiempo que perder. Pronto aparecerá el sol y disipará la niebla que oculta la puerta a ojos indiscretos. La Gran Diosa Madre me ha pedido que te transmita el siguiente mensaje:
“Querido José Manuel, me siento muy contenta por tu renacimiento espiritual y el redescubrimiento que has hecho del espíritu olvidado de Ceuta. Ahora conoces el carácter mágico y sagrado de la tierra en la que naciste y vives. Te guie para que intuyeras los cultos que en mi nombre practicaron en la antigüedad en este lugar y para que hallaras la cueva sagrada en la que practicaron ritos dedicados a mí. Conoces mi imagen gracias al talismán que encontraste y también te deje al ídolo de piedra que mandé tallar en la misma roca que abundan en la playa Hermosa en la que te revelé tu misión. Este ídolo pétreo contiene en su propia forma la clave que puede asegurar el futuro de la humanidad y de la tierra. Es necesaria la reconciliación de los opuestos que con tanta claridad son visibles en Ceuta: el día y la noche, la vida y la muerte, el bien y el mal, el tiempo y la eternidad, ….Todas son parejas que deben aprender a convivir juntos en armonía. Confío en que serás capaz de transmitir este mensaje y hacerlo comprensible a tus congéneres”.
- Rápido, dijo el cernícalo, el tiempo se acaba. Tienes que regresar. Has probado el fruto del árbol de la Vida; has sido ungido con el aceite del árbol de la Verdad; y has contemplado el árbol de los Sueños. Yo ahora te entrego estas alas de la Imaginación con las que podrás volar con tu mente hasta alturas desconocidas. Con ellas, además, podrás llegar a este jardín todas las veces que lo desees.
Levanto la cabeza del escritorio. Son las 8:40 h del día 20 de diciembre de 2015. No ha quedado ni rastro de la densa niebla que cubría esta mañana a Ceuta.
Las gaviotas vuelan en espiral junto a mi ventana. La abro y me asomo para contemplar el cielo y escuchar el graznido de las gaviotas. Ya nada será igual después de mi visita al jardín celestial.
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