Ceuta, 28 de septiembre de 2015.
Hoy ha tocado madrugar para presenciar el espectáculo del eclipse total sobre una Superluna llena. El despertador sonó a las 3:30 h y a las 3:50 h estaba ya en el mirador de San Antonio. Cuando he llegado a este lugar un grupo de jóvenes miraban al cielo con enorme expectación. También estaba mi amigo José Antonio Sempere con su cámara fotografía dispuesto a tomar las mejores imágenes posibles de la luna enrojecida.
He montado mi trípode y colocado la cámara de vídeo. La cámara estaba fija, al igual que lo estaban mis ojos enfocados hacia la luna. La imagen se ha quedado grabada en el fondo de mi retina. Cierra los ojos y sigue viéndola. Era gigante y roja como un pomelo. Desprendía una luz tenue y majestuosa. Esta noche ha sido la reina indiscutible del cielo. Junto a ella, pero apenas perceptible, se encontraban Urano y Neptuno. El resto del firmamento estaba plagado de estrellas. Una de las más brillantes, como nunca la había visto, era Sirio: el hogar de Isis. La Gran Diosa Madre tenía que estar presente en esta noche tan especial.
Durante varios minutos me he sentado en el suelo del mirador y he escudriñado con la mirada un cielo plagado de estrellas. Mis sentidos, despiertos a pesar del madrugón, han captado el rumor de las olas y la humedad de esta noche levantina. Ya a última hora la niebla ha cubierto parcialmente el cielo y ha calado mis ropas y mi piel. Aún siento el frío de la madrugada en los huesos. Pero ha merecido la pena. Este tipo de fenómenos son excepcionales. Forman parte de esas experiencias sensitivas y emotivas que nos acompañarán toda la vida.
Al contemplar el eclipse he entendido la fascinación que debía provocarles a nuestros antepasados. Para nosotros todo o casi todo encuentra una explicación razonada y razonable en la ciencia. Los avances científicos han traído progreso y bienestar para la humanidad, pero también descreimiento, desencantamiento y desacralización. Los seres humanos nos hemos convertido en una especie desalmada. La luna, los planetas, las estrellas, los animales, el sol, el viento, el mar,…, todos ellos eran símbolos de un mundo suprasensible y la materia prima de los sueños y la imaginación.
Dándole la vuelta a una frase de Victor Hugo, “a cielo bajo, alma baja”. Las estrellas y los planetas son ahora contemplados como simples esferas de materia inerte que rotan y se trasladan por el cosmos siguiendo los dictados de fuerzas gravitaciones mecánicas. Por fortuna están surgidos trabajos serios y rigurosos como los de Richard Tarnas, -véase su obra “Cosmos y Psique”-, que vienen a demostrar que existe una innegable correlación entre el macrocosmos y el microcosmos. Nuestro interior, tal y como también supo ver y explicar Joseph Campbell, no es otra cosa que extensiones del espacio exterior. Hay una clara correspondencia entre lo que sucede en el cosmos y lo que sucede en lo más profundo de nuestro ser. En nuestro universo interior los planetas, que podemos correlacionar con ciertas tendencias psicológicas, se mueven alrededor del núcleo de nuestra alma, se alinean en conjunción u oposición entre ellos y, de este modo, influyen en nuestra percepción, nuestro entendimiento y nuestra acción. La mayor o menor aproximación de la luna afecta por igual tanto a los mares y océanos, como a nuestro propio mar interior. Lo mismo sucede como planetas más alejados de la tierra como Urano, Plutón, Saturno o Neptuno. Cada uno de ellos porta a nuestra vida individual y colectiva un sentido determinado que ha sido objeto de estudio de la astrología desde los inicios de la historia de la humanidad.
El cielo y la tierra, el cosmos y la psique funcionan en perfecta sincronía. «No existe la casualidad, y lo que se nos presenta como azar surge de las fuentes más profundas», decía Schiller. De esta fuente emana el agua de la vida que nutre la semilla que somos en un principio y el árbol que llegamos a ser cuando alcanzamos la madurez. Crecemos siguiendo la forma de una espiral que cada año que cumplimos se va haciendo más y más compleja. Aunque la forma básica de la espiral es para todos iguales, cada uno venimos al mundo con un plan de crecimiento específico y una misión que cumplir. Sin dedicamos el suficiente tiempo y esfuerzo podemos desarrollar nuestra innatas capacidades suprasensibles para percibir los mensajes escritos a la vez en el cosmos y en nuestra alma. Estos mensajes, que contienen la clave de nuestro destino, se nos revelan en momentos de epifanía e intuición. En estos sublimes instantes la verdad de lo que somos emerge desde las profundidades de nuestro ser y podemos transcribirla en palabras y hechos. Hoy ha sido uno de estos momentos de epifanía. Mientras iba desapareciendo la sombra que la tierra proyectaba sobre la superficie de una luna ardiente y gigante he presentido que este insólito amanecer lunar acontecido dos días después de mi cumpleaños anunciaba una nueva etapa de mi vida y, quizás, también para la humanidad. A pesar del cansancio por las horas que le he robado al sueño me siento cargado de energía y lleno de vitalidad. La luz de la luna ha iluminado mi mente y despertado mi corazón. Emprendo con esperanza e ilusión esta nueva etapa que emprendo en el camino de la vida.
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