Ceuta, 23 de septiembre de 2015.
Aquí, en este lugar conocido como el Cortijo Moreno, empecé hace dos años mi diario íntimo. Lo hice inspirado por Walt Whitman y su poesía de la totalidad. Han sido muchas excursiones que me han permitido vivir experiencias sensitivas y emotivas muy intensas. Lo considero un proceso de autodescubrimiento muy enriquecedor y gratificante. El contacto con la naturaleza ha facilitado despejar mi visión, afinar mis oídos, paladear el aire fresco, sentir el tacto siempre caluroso de los árboles y pájaros, recuperar el olor a mar, a tierra húmeda o las fragancias de las flores que se abren en primavera.
Mi sentimiento de amor a la naturaleza se ha incrementado de manera notable. Cada día siento una emoción más profunda cuando me acerco a ella y dejo que hable a través mía. Me ha permitido atisbar algunos de sus secretos. Ahora sé que la naturaleza de Ceuta fue objeto de culto en tiempos remotos. Otros antes que yo supieron apreciar el carácter sagrado y mágico de esta pequeña y estrecha península que se asoma por igual al Mediterráneo y el Atlántico. Es, como supo ver mi querido amigo Diego Segura, un punto de encuentro entre dos continentes, dos mares, dos corrientes dominantes de aire y dos dimensiones multifacéticas de la realidad: la razón y el inconsciente, la vida y la muerte, el día y la noche, lo masculino y lo femenino. Todos los días, cuando amanece comienza el gran espectáculo de la naturaleza. Los cielos se tiñen de rosa y amarillo, las aves emprenden su vuelo y cantan libremente sin importarles quién les escucha. Son las poetas del cielo. Los de la tierra escribimos también para expresar nuestros sentimientos y pensamientos, y compartirlos con los demás. Somos generosos con nuestras riquezas. Queremos que nuestros semejantes puedan disfrutarlas para enriquecer la vida y renovarla.
Todos los seres vivos están cargados de bondad, verdad y belleza. Cada uno encuentra su modo de expresión Los pájaros trinan, los perros ladran, los gatos maúllan y los lobos aúllan. Sin embargo, somos los seres humanos quienes contamos con el repertorio más amplio de medios de expresión. Podemos hablar, cantar, bailar, escribir, gesticular, mirar….Pero no siempre hacemos un uso adecuado de estas capacidades. Son medios muy potentes, pero inútiles si no están dirigidos hacia un fin acorde a la dignidad humana. Poco o nada de valor puede expresar aquel que está vacío. Aquel cuya vida interior apenas late. Aquel que tiene sus sentidos aletargados y sus sentimientos ahogados en un profundo mar de desesperación y frustración.
Nuestra vida interior plena requiere de ideales espirituales, sociales, económicos y políticos que permitan el desarrollo integral de nuestra identidad. Las civilizaciones más avanzadas han sido aquellas que más tiempos han dedicado a cuestionarse sobre cuál es el ideal de una Vida Buena. Los griegos entendieron que la bondad, la verdad y la belleza son los ingredientes fundamentales de una vida plena que debe ponerse al servicio del bienestar común, el cultivo de la sabiduría y el fomento del arte. La belleza es tan necesaria para la vida como el aire que respiramos, el agua que bebemos y los alimentos que consumimos.
La belleza es el alimento de nuestra alma. Su ausencia en nuestros pueblos y ciudades constituye, al mismo tiempo, un síntoma y una causa de las graves patologías que presentan nuestras sociedades. Maltratamos o destruimos la naturaleza porque nos hemos insensibilizado y nos somos capaces de entender su belleza y su bondad. Nuestros montes y playas están llenos de basura, dejadas allí por personas inmorales, ignorantes y sin educación estética.
Yo, y otros como yo, en el pasado, en el presente, -y estoy seguro que en el futuro-, hemos encontrado paz, serenidad, amor e inspiración entre los mismos árboles que hoy cimbrean agitados por el viento. He elegido este relicto bosque de alcornoques en el Monte Hacho para sentarme a pensar y escribir. Un mullido colchón de hojas secas me sirven de asiento. Sentado en este bello lugar diviso un paisaje espectacular y observo atento los cambios que el otoño trae a la naturaleza. Las cortezas de los árboles se desprenden del tronco como signos de renovación.
El otoño es la estación ideal para dejar atrás lo antiguo y superfluo. Volvemos la mirada hacia el interior y emprendemos el camino que nos lleva al mundo de adentro.
En este mismo instante una hermosa hoja cae encima de mi libreta. Quieren unirse a las hojas que forman parte de este cuaderno lleno de anotaciones y cargado de sentimientos de amor por la naturaleza. La introduzco al azar entre las páginas y viene a dar con unos de los relatos más intensos que he escrito en estos años. Un tiempo que ha sido más de introspección y retiro.
Ahora ha llegado el momento de reconectar pensamiento y acción. Mis sentimientos y pensamientos han sido sembrados y cultivados en esta tierra privilegiada por la naturaleza. Es hora de que empiecen a brotar los primeros tallos y que pronto den frutos. Espero recolectar dulces frutos de iniciativa cívica, de investigación y de expresión poética.
Seguiré elevando mi voz para defender nuestros bienes culturales y naturales y para promover la cooperación ciudadana, la comunicación cultural y la comunión de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Desempeñaré lo mejor que pueda el papel que me ha tocado en el poderoso drama del cosmos siguiendo el ritmo y la inspiración de las Musas. Intentaré ser un digno adorador de la Gran Diosa Madre antes de mi disolución en el cosmos.
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