Ceuta, domingo, 26 de abril de 2015
Lo he decidido a última hora. Sentado delante del ordenador he vuelto la mirada hacia la estantería y mis ojos se han fijado en un libro: “Cómo leer y por qué”, escrito por Harold Bloom. Este famoso crítico literario estadounidense comparte con Borges y con este humilde escritor una gran admiración por Walt Whitman, poeta fundamental en mi proceso de autoconstrucción. He ido al índice para buscar el capítulo que Bloom dedica a Whitman. Del más importante bardo que ha cantado a la naturaleza reproduce el siguiente fragmento:
“Tremendo y deslumbrante, qué pronto me mataría la aurora
Si yo no fuera capaz, aquí y ahora, de que de mí naciera la aurora.
Nosotros también ascendemos, tremendos y deslumbrantes como el sol,
Formamos nuestra propia aurora, oh mi alma, en la paz
y la frescura del alba”.
Transcribo este bello verso de Whitman en mi libreta sentado sobre una enorme roca entre los arrecifes del Sarchal. En este preciso instante el sol se ha elevado sobre las nubes que durante un rato impedían que sus rayos calentaran mi cuerpo preso de “la frescura del alba”. La dulce pugna entre el sol y las nubes ha resultado un espectáculo de gran belleza.
Mientras transcurría este combate entre el sol y las nubes todos andábamos inquietos. El mar rompía con fuerza bajo la roca en la que me encuentro y las gaviotas volaban en círculo sin decidir su rumbo. Yo mismo sentía un profundo desasosiego.
La luz del sol trae calor y calma a mi cuerpo y a mi alma. Los colores vuelven al paisaje. Entre ellos predominan el gris de las rocas, el verdiazul del mar, el verde intenso del manto vegetal que recubre las escarpadas paredes del acantilado y el azul de cielo, decorado con blancas nubes dispersas por el viento. Un viento que hoy corre intenso de poniente.
Escribo tranquilo y sereno con mis “armas” a mis pies: una cámara de fotos y un libro (“Hojas de Hierba de Walt Whitman”).
Pero no estoy del todo desarmado. Porto en mi mano derecha una bolígrafo con el que escribo en la libreta que siempre me acompaña.
Las palabras que aquí plasmo es mi mejor arma para expresar lo que soy y lo que siento. Al escribir esta frase las gaviotas graznan y el mar suena con algo más de fuerza bajo mí. ¿Me habrá escuchado la naturaleza lo que mi voz interior me dicta? ¿Acaso no es esa voz la propia naturaleza que habla a través de los poetas? ¡Oh, mi yo! ¡Oh, mi alma! ¡Oh, naturaleza! ¿Qué quieres decirme? ¿Por qué te apoderas de mí? ¿Qué he hecho yo para merecer que hables a través mía? Me emociono, sí. Lágrimas brotan de mis ojos al darme cuenta de lo afortunado que soy. Quiero corresponderte, ¡Oh, naturaleza!, defendiéndote aún más si cabe a través de la acción cívica, sustentada en el amor que te profeso.
Alzaré mi voz. Escribiré cuanto haga falta para defenderte, mostrar tu sabiduría y expresar mis sentimientos más íntimos que son los tuyos. Haré todo lo posible para ayudar a que otros descubran tu bondad, verdad y belleza. Trabajaré sin descanso para lograr tu restauración, al mismo tiempo que renovamos nuestros corazones y reeducamos nuestras mentes. Es lo mínimo que puedo hacer por ti, querida naturaleza. Solo te pido una cosa: que me sigas hablando e inspirando a través del canto de las Musass. Permíteme también compartir con los demás todo lo que tienes que decirme. Escuchar tu voz es la gracia más grande que un humano puede sentir.
El cielo se nubla. Mi mente también. Vuelvo a casa. Me espera mucho trabajo.
Antes de emprender el camino de regreso abro el libro de Whitman y leo: “Creo en ti, alma mía. No deseo palabras, música ni ritmo, costumbres ni lectura. Ni aún las mejores. Solo me place el arrullo, el susurro de tu voz valvada”. Mi alma eres tú, naturaleza amada.
[…] emocionante. Sentí una profunda emoción cuando tomé conciencia de que estaba escuchando la voz de la naturaleza. Llegué a un estado de meditación tan intenso que puede sumergirme hasta profundidades de mi alma […]