Entre los numerosos diagramas que dibujó Patrick Geddes para ilustrar sus ideas y planteamientos hay uno que me ha resultado especialmente interesante e inquietante. Digo esto último porque me ha costado encontrarle un hueco dentro del libro que estoy terminando en estos días sobre las ideas de Geddes. No obstante, como me ha sucedido con el resto de las piezas que forman parte del complejo puzle de las ideas de Geddes, al final he encontrado el sitio donde encaja. De alguna manera, el sabio escocés dejó marcado su lugar en el diseño de su Jardín de las Musas.
Cuando me di cuenta de este hallazgo tuve esa extraña sensación de que ese descubrimiento me fue revelado por las fuerzas profundas que han guiado mi mente para cumplir con mi misión de actualizar las propuestas de Patrick Geddes, en primer lugar; y de su discípulo y continuador de la obra, Lewis Mumford.
Sin más preámbulos entremos a describir el círculo de la vida de Patrick Geddes. Como podemos observar el centro de círculo lo ocupa el lugar, la tierra, nuestro medioambiente que se une en un eje vertical con el civismo, -en su defensa, recultivo y reconstrucción- y con la intuición profunda de una verdad inalienable que nos une con el cosmos. En torno a estos tres conceptos se establece una serie de relaciones que dan sentido y significado a nuestra vida y promueve nuestra bondad, sabiduría y creatividad.
Llegar a conocer el espíritu de un lugar se puede hacer por dos vías distintas y al mismo tiempo complementarias: una vía analítica y otra intuitiva. Geddes comentaba que una vez emprendido nuestro análisis cívico debemos abordar el mejoramiento de la ciudad de la ciudad y su entorno. Este análisis del lugar, según observamos en la gran superior del círculo, es una labor cívica en la que tiene que participar el conjunto de la sociedad: desde los niños en el colegio a los adultos ejerciendo su deber cívico de contribuir al diseño de su eutopía y su realización en el espacio físico y urbano. La elaboración del diseño de nuestra ciudad, de esta eutopía de la que hablamos, es una labor, como vemos representada en el círculo, en la que intervienen la síntesis y la imaginación. Lo objetivo, la síntesis; y lo subjetivo, la imaginación, son dos ingredientes básicos en el diseño de nuestros planes urbanos, ambientales y cívicos. A este respecto, decía Mumford que nuestro tiempo es uno de esos periodos en el que sólo los soñadores son hombres y mujeres prácticos. Por tanto, cada día es más necesario que surja una imaginación reconstructiva capaz de superar los grandes retos a los que se enfrenta la humanidad.
Más allá del análisis de nuestro territorio y nuestra ciudad, y por encima de ello, comentaba Geddes que debemos tener presente el alma o individualidad de nuestra ciudad y realzarla y expresarla para no borrarla o reprimirla más. Captamos este alma o espíritu del lugar, además de a través del análisis, gracias a nuestros sentidos. En nuestros paisajes; en los sonidos de las aves, del viento y del batir de las olas; en los olores del nuestro mar y nuestros bosques; en el tacto de las plantas y de los animales que nos acompañan; y en el gusto de los productos cultivados en nuestros campos reside también el alma del lugar.
Es necesario sacar a luz y expresar este espíritu o alma del lugar. Nuestro análisis puede contribuir al mejoramiento de la ciudad y a su correcta interpretación, pero, por encima de todo, la cultura y el arte, -combinadas y alimentadas por el amor-, deben contribuir a alcanzar la Epopeya del lugar. Entramos en un terreno en el que el análisis cívico es sustituido por la intuición. Una intuición que necesitamos para captar el cambio cívico que todo lugar experimenta a lo largo de la historia, en términos tanto local como global. Las ciudades, como la propia sociedad, están en continua evolución, transformación y en estado de fluidez. Es un proceso vital en el pugnan dos fuerzas antagónicas: el pasado y el ímpetu del futuro. No se trata de algo hecho en otra parte e inmutable. Las ideas, como bien enseña Bergson y nos recuerda Geddes (1960: 188), “son sólo fragmentos de vida: el movimiento es su esencia. Este movimiento vital procede con cambiante ritmo iniciado por el genio del lugar, proseguido por el espíritu de la época y acompañado por sus buenas y malas influencias. De no ser así, ¿Por qué escucharíamos en un momento la canción de las Musas y en otro las aullidos de las furias?”. Estos fragmentos de vida, estas ideas procedentes del pasado, están incorporados en nuestro presente y, a su vez, “enriquecidos por las nuevas influencias que pueden surgir o intervenir, determinan nuestro próximo futuro” (Geddes, 1960: 188).
La importancia y utilidad del Círculo de la Vida de Patrick Geddes es destacable. Gracias a su aplicación podemos conocer e influir en el devenir de nuestro pueblo o ciudad. No podemos olvidar las palabras de Patrick Geddes: «el que por lo menos quiera ser autor de obras que perduren, para no hablar de un artista en su labor, debe conocer verdaderamente su ciudad y haber entrado en su alma. En toda ciudad hay mucha belleza y muchas posibilidades. Y así, para el urbanista como para el artista, la peor ciudad del mundo puede resultar la mejor» (Geddes, 1960: 189).
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