Ceuta, 5 de septiembre de 2016.
Me he levantado temprano, a las 7:30 h, para pensar y escribir en soledad. Necesito ordenar mis ideas y trazar una nueva ruta en mi vida. Aunque este verano he escrito algunos pasajes, siento algo de reparo en hacerlo. Parece como si la inspiración me hubiera abandonado o no encontrara la motivación interior de la que antes gozaba para escribir. El fracaso de las oposiciones me ha dejado huella. Mi autoconfianza ha sufrido un varapalo. Me veo a punto de cumplir cuarenta y siete años sin trabajo y con una situación económica que, poco a poco, se estrecha. Encontrar un trabajo ampliaría nuestra solvencia económica, pero, seguramente, dejaría poco margen para lo que realmente deseo hacer que es recorrer Ceuta describiendo su naturaleza y sus gentes. Esta vocación tardía en mi vida es la que más me satisface.
Delante tengo el “Diario Íntimo” de Ralph Waldo Emerson, en cuya portada figura una imagen del rostro del sabio de Concord con su mirada omniabarcante y su sonrisa de profunda satisfacción. La lectura de este libro ha actuado como un tónico para mi alma. Hay muchos pasajes con los que me siento identificado. La idea en la que insiste una y otra vez Emerson es la confianza en uno mismo. Dios no habla a través de intermediarios, sino directamente a todos y cada uno de nosotros. Yo, como Emerson, Whitman y Thoreau, consigo oír la voz de la Gran Diosa en mis paseos por la naturaleza. Ya sea a la orilla del mar, o entre árboles y arbustos, conecto con el alma del mundo y escucho atento a los mensajes que me llegan desde la eternidad. Mis sentidos, entonces, adquieren una capacidad extraordinaria para captar la totalidad y los más insignificantes detalles del entorno. Mi interior se expande abarcando todo el paisaje circundante. Siento la vida latir a mi alrededor tanto en el cielo, como el mar o en la tierra.
Sé que mi manera de ver y sentir a Ceuta es diferente a la de mis convecinos, amigos y familiares, pero semejante a la que tuvieron mis maestros, alejados en el tiempo, que son Emerson, Whitman, Thoreau, Geddes y Mumford. Cuando los leo me siento próximo a ellos, como si formara parte de la gran comunidad de seres sensibles que ha dado la humanidad. Con mi mirada creo una Ceuta diferente y doy vida a una naturaleza que otros ven muerta. Me complace observar que otras personas empiezan a captar esta Ceuta desconocida para muchos, para mí el primero. El espíritu de Ceuta me permite ver su espléndido rostro y yo intento describirlo con mis palabras. Nadie puede hacer esto por mí. Es mi misión y tengo que cumplirla. Un don, como el que se me ha concedido, no es legítimo malgastarlo. Esto es algo que he aprendido leyendo el diario de Emerson. La grandeza es un regalo que nos entrega la divinidad para que hagamos un buen uso de ella. No hay peor pecado que no corresponder adecuadamente a este presente dilapidando su riqueza y no confiando en el valor de lo que te ha sido entregado.
No debo buscar más respuestas en los libros. La solución del cuestionario está en mi interior. Puede que mi genio no sea comparable al de mis maestros, pero es lo único que tengo y, bueno o malo, estoy obligado a hacer un buen uso de él y aprovecharlo al máximo. Siempre he sentido, y lo sigo sintiendo, que lo que escribo está más dirigido a la eternidad que al presente. Aquí, en mi tiempo vital, mi misión es más mundana, pero igualmente importante: la defensa del patrimonio cultural y natural de Ceuta. Esta labor es la que me ha hecho merecedor de la amplitud espiritual de la que ahora disfruto. Lo mío es un amor correspondido entre mi alma y la naturaleza. Sin yo pedir nada, la naturaleza ha querido agradecer mi amor por ella desvelando parcialmente el velo que cubre su hermoso cuerpo. Gracias a este delicado gesto gozo de una alegría interior y de unos momentos de plenitud que dan significado y sentido a mi vida. Tengo todo lo que un ser humano necesita para ser feliz. Esta felicidad me permite contemplar el mundo en toda su majestuosidad y belleza.
Mi principal deber, ahora lo tengo claro, es cumplir con mi misión existencial. Mis canales de comunicación con lo eterno tienen que permanecer abiertos en todo momento. Debo transcribir en mis libretas todo lo que vea, escuche, oiga y toque. Cualquier distracción innecesaria es una pérdida de tiempo y una oportunidad desaprovechada para llegar a lo más profundo de mi ser. Debo, al mismo tiempo, comunicar el contenido de mis hallazgos. La humanidad está ansiosa por escuchar mensajes que le traigan esperanzas de alcanzar una vida plena y provechosa. De manera lenta, pero constante, voy ampliando el círculo de personas a las que nos une la misma inquietud por lograr un nivel más elevado y trascendente de existencia. Al unirse nuestras luces interiores conseguiremos ser un potente foco que, a su vez, ilumine el camino de otras personas que andan buscando su propia senda vital. El camino de la vida aparece entre penumbras. Más que verlo, lo intuimos, por este motivo dejarnos guiar por la intuición es la mejor manera de encontrarlo y seguirlo. Es posible que la intuición sin el acompañamiento de la razón nos haga extraviar el camino. Por eso es bueno que ambas siempre vayan juntas, aunque la intuición siempre esté un paso por delante.
Los pensamientos se encadenan unos con otros como los eslabones de la cadena de un ancla. Desde la borda de la conciencia tiramos de la larga cadena de los pensamientos para dejar sobre el suelo de la cubierta los eslabones hasta entonces sumergidos en el inconsciente. Es una cadena infinita, pues el ancla nunca llega a tocar fondo. Esto nos hace navegar por el inabarcable cosmos sin un rumbo fijo y durante toda la eternidad. Nuestra vida terrenal no es más que un limitado viaje entre Oriente y Occidente arrastrados por la incesante corriente de los acontecimientos y bajo la constante amenaza de un inesperado hundimiento. Lo mejor es hacer como los buenos marineros: disfrutar del viaje y guiarnos por las estrellas. Me gusta imaginar, a las personas que me han inspirado, -como Whitman o sus amigos Emerson y Thoreau-, semejantes a “orbes y sistemas de orbes moviéndose libremente por los espacios de este otro cielo, el intelecto cósmico, el alma” (Walt Whitman). Ellos son las estrellas de las que me sirvo para seguir mi viaje.
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