Ceuta, 22 de agosto de 2018.
Cuando estaba aburrido en el colegio me entretenía haciendo pequeños dibujos en las últimas páginas de la libreta. Esta costumbre nunca la perdí, incluso en los tiempos de estudios universitarios. Un día, comiendo con unos amigos y estando ya casado, uno de los comensales se fijó en mis dibujos y me comentó: “No sabía que te gustaba dibujar mandalas”. No supe que decirle. Hasta entonces no había caído en la cuenta de lo que venía dibujando desde niño era este tipo de representación simbólica. Tiempo después descubrí las máquinas pensantes de Patrick Geddes. Me llamaron poderosamente la atención, en especial su diagrama de la espiral de la vida. Tengo que confesar que me costó entender su significado y utilidad, y aún tardé más en darme cuenta de que estaba ante una compleja y fascinante manera de representar un mandala o cuaternario. Una vez que me hice con ella lo apliqué a lo que desde hace años me ocupa: desvelar y liberar el espíritu de Ceuta.
Ayudado por la obras de Jung, -y especial por su fascinante “Mysterium coiunctionis”-, así como apoyado en las aportaciones de grandes mitólogos como Mircea Eliade y Joseph Campbell, traspuse el cuaternario a la geografía ceutí para conocer su significado oculto. En todo este proceso se han puesto a mi disposición una serie de hallazgos arqueológicos que me han permitido avanzar en mi camino de autodescubrimiento personal y del espíritu de Ceuta. El primero y más importante fue el descubrimiento de la gruta sagrada y del exvoto de la diosa depositado en su interior. Este santuario fue ubicado en el centro de la ciudad, en un punto en el que se cruzan los dos ejes que marcan la geomorfología de Ceuta. Era el sitio exacto en el que se apoyaba el simbólico eje del mundo o Axis Mundi que conecta los planos terrenales y celestiales. A partir de este centro es posible dibujar un mandala con sus cuatro cuadrantes. Coincide que los ejes principales de este cuaternario sagrado son los cuatro puntos cardinales. En general, los puntos cardinales constituyen referencias indispensables para organizar el espacio y orientarnos. Además de orientación espacial, los seres humanos necesitamos orientación espiritual y psíquica. De esta necesidad han surgido, desde lo más profundo del inconsciente humano, multitud de símbolos, ritos, mitos y expresiones artísticas y culturales.
La lectura del libro “La máscara de Dios” de Joseph Campbell ha renovado mi interés por conocer todas las lecturas posibles del cuaternario. El concepto de los cinco elementos tiene una antigüedad que todavía no se ha podido establecer con certeza. Campbell propuso que habría que buscarlo en las primeras civilizaciones mesopotámicas. La primera aproximación certera sobre los cinco elementos se encontró en los fragmentos de la obra de Anaximandro (ca.611-547 a.C.), en la cual se mencionan el fuego, el aire, la tierra, el agua y lo no-limitado (Campbell, 2017: 566). De manera simbólica, desde el origen del concepto de los cinco elementos, éstos se representaron con figuras de animales. La tierra es el toro; el agua es el águila; el aire el hombre y el fuego el león. Todos ellos juntos encarnan la totalidad macrocósmica y microcósmica unificada. Este ser unificado aparece bajo la apariencia del genio alado que defendía las puertas de la ciudad asiria de Khorsabab. Estamos a un toro alado con cabeza de hombre y cola de león. Una representación similar es la de la gran esfinge de Guiza.
Esta simbología cuaternaria se mantuvo en tradiciones posteriores, como la bíblica. Así en el Apocalipsis (4-7), San Juan se refiere a cuatro vivientes: “el primer viviente, como un león; el segundo viviente, como un novillo; el tercer viviente tiene un rostro de hombre; y el cuarto viviente es como un águila en vuelo”. Esta estructura mítica la veremos repetida en multitud de templos cristianos bajo la forma del tetramorfos. En sus representaciones pictóricas o escultóricas los cuatro elementos y sus figuras animales son asimilados a los cuatro evangelistas (San Lucas, el Toro; San Mateo, el hombre; San Juan, el águila; y San Marcos, el León). Y en medio de ellos el misterioso quinto elemento, simbolizado por el pantocrátor.
No sólo es posible relacionar los cinco elementos con las orientaciones geográficas, sino que la riqueza de este concepto permite enlazarlo con las estaciones, los colores, las virtudes, los cinco sentidos, las notas musicales o los dioses celestiales y terrenales. Esto fue lo que hicieron, por ejemplo, los filósofos del periodo Han chino (Campbell, 2017: 566-567). Nosotros hemos unido esta matriz de ideas y principios, la hemos adaptado a la tradición occidental y traducido a términos geográficos y, por último, la hemos aplicado a Ceuta. El resultado es el que pueden apreciar en la siguiente imagen.
Del Este es de donde procede el persistente viento de levante y el lugar donde nace el sol. Aquí, en el Estrecho, es donde la tradición clásica ubicaba el jardín de las Hespérides y la fuente del agua de la vida custodiaba por el célebre personaje coránico Al Khidr.
Del norte procede el frío que trae el invierno y aquí se encuentra el vasto continente euroasiático. Según nos adentramos en el interior de Europa la oscuridad se hace más patente. Los cultos mitraicos, en los que el toro era el protagonista, tuvieron una amplia difusión en Hispania y el resto de Europa. El toro sigue siendo el símbolo universal de España.
Del sur nos llega el asfixiante aire sahariano y su arena rojiza que, en determinadas ocasiones, mancha coches y fachadas. Este color rojo es el de las fortalezas almohades o mariníes, como el Afrag ceutí. Si hay un animal que representa a África éste es, sin duda, el león.
Al oeste se abre el inmenso Océano Atlántico y de allí proceden las copiosas lluvias otoñales. Cuando la noche se ha adueñado completamente de Oriente, en el extremo de Occidente, que es donde nos encontramos, la luz blanca del sol encuentra su último refugio.
Por último, el centro, donde se unifican todas las energías dualistas que gobiernan el cosmos y cuyo simbólico color, según la tradición china, es el amarillo o dorado. Ésta es la tonalidad del oro perseguido por los alquimistas. Primero se procede con la disolutio o separación de los elementos, que logramos a través de la inagotable simbología del cuaternario, y luego procedemos mediante un ejercicio consciente a la unificación de estos principios para encontrar la piedra filosofal o el ansiado oro. El centro es donde se apoya el aludido Axis Mundi, simbolizado como árbol de la vida, fuente de la eternidad juventud, santo Grial o Anima Mundi. En la filosofía china el centro está relacionado con la virtud de la sabiduría. Esta misma idea aparece perfectamente representa en el arcano XXI del Tarot, llamado “el mundo”. En esta carta vemos a la gran diosa bajo la forma de Isis-Afrodita-Venus-Sophia gnóstica. Como era esperable, en las cuatro esquina de la carta están representados los cuatros elementos simbolizados en sus característicos animales (hombre, águila, toro y león). En otras representaciones de esta carta el elemento central es un ser hermafrodita: aquel que ha logrado la unificación del principio masculino y femenino (mysterium coiunctionis).
Si vamos más allá de los símbolos y penetramos en el inconsciente humano es posible relacionar cada uno de estos cuatro cuadrantes con las funciones de la conciencia identificadas por Carl Gustav Jung (percepción, sentimiento, pensamiento e intuición). En este punto nos acercamos a la diagrama de la espiral de la vida de Patrick Geddes. El primer cuadrante de la máquina pensante geddesiana está articulado a partir de los conceptos de lugar (tierra), trabajo y gente. Es la cuerda que Geddes denominó “de la vida práctica simple”, y que tiene un concordancia clara con la función perceptiva. Estas percepciones, en el siguiente cuadrante (agua), pueden ser enriquecidas con la experiencia y despiertan sentimientos de afecto por el lugar y la gente. Hemos entrado en el mundo de adentro y estamos ejerciendo la función del sentimiento. Tales sentimientos pueden ser alimentos hasta alcanzar las emociones más elevadas o extáticas. A partir de este instante se abre las puertas del pensamiento y discurre el (aire) del pensamiento que se eleva hasta el siguiente y último cuadrante, el que Geddes llamó de la vida plena efectiva. El motor de este cuadrante es la sinergética, el (fuego) que mantiene vivo a los seres humanos y la sociedad. Es el cuadrante de la intuición, el de la inspiración de las nueve Musas que el genial Geddes relacionó con la bondad, la verdad y la belleza y marcó el camino para lograr una vida plena y rica tanto el mundo de afuera como el de adentro.
Todo esto puede parecer muy complejo y, sin duda, lo es. Cuando nos enfrentamos a un paisaje como el del Estrecho de Gibraltar (aunque yo reivindicó el original nombre de Estrecho de Ceuta) podemos ver simplemente una hermosa estampa constituida por tierra, agua, viento y fuego, pero si vamos más allá descubriremos la clave para entender el significado del espíritu de Ceuta y, en general, del sentido de la vida. No sólo encontramos el camino que conduce a la plenitud, sino que también hallaremos la clave para conducirnos por la existencia de una manera virtuosa. Si miramos al norte no sólo veremos a Europa. Allí estará igualmente el elemento tierra y la virtud que encarna el toro de pisar fuerte y ser paciente. Si miramos al sur, además del Mediterráneo y las playas de arena rubia de la costa tetuaní, veremos al valeroso y voluntarioso león. Constancia y esfuerzo es lo que nos permite cumplir nuestro destino y alcanzar la felicidad.
Si miramos al este y contemplamos el amanecer desde el Hacho comprendemos que la vida es un magnífico don y la bondad brotará en nuestro corazón como las flores se abren en primavera. El hombre verde, Al Khidr, será nuestro acompañante y nos guiará gustoso hasta la fuente del agua de la vida. El aire de levante descorre el velo que oculta la verdadera naturaleza del ser humano.
En los atardeceres ceutíes, en especial en verano, veremos al sol sumergirse en las aguas del Estrecho de Ceuta. Nuestros sentidos se despiertan y surge en nosotros intensos sentimientos que, como si fuéramos un águila, permite elevarnos a cotas indescriptible de emoción extática.
Finalmente, miráremos a nuestro interior, a nuestro centro, a lo que Jung llamó el sí mismo. Visualizaremos los elementos unificados en el núcleo más profundo de nuestro ser. Seremos con el toro alado egipcio o la esfinge de Guiza. Descubriremos nuestra dimensión divina. Cuerpo (tierra y agua) y alma (aire y fuego) se unirán. Así nos convertimos en un árbol, el de la vida, que hunde sus raíces en la tierra buscando nutrientes y agua para su alma, mientras que sus hojas buscan el aire y el fuego solar. Este árbol es el Axis Mundi que conecta el mundo terrenal con el celestial. Cuando está conexión la hallamos establecido sentiremos el Anima Mundi discurrir por nuestras venas y arterias.
BIBLIOGRAFÍA:
CAMPBELL, J. 2017. Las máscaras de Dios, Mitología oriental. Volumen II, Atalanta ediciones, Girona.
GEDDES, P. 1960. Ciudades en evolución, Ediciones Infinito, Buenos Aires.
JUNG, C. 2002. Mysterium Coniunctionis, Editorial Trotta, Madrid.
Apuntes sobre los cuatro elementos en blog de la Escuela Andalusí: https://escuelandalusi.blogspot.com/2015/12/apuntes-sobre-los-4-elementos.html
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