Ceuta, 7 de junio de 2017.
Aprovechando que hoy tengo el día libre en el trabajo, he salido con dirección al campo. Hace algunas semanas me planteé el proyecto de ampliar mi zona habitual de exploración que es el Monte Hacho. En los últimos días he visitado en varias ocasiones el arroyo de Calamocarro y sus inmediaciones. También he estado en el camino entre los fuertes neomedievales. Hoy deseaba recorrer el entorno del embalse del Infierno.
He dejado el coche cerca del complejo del complejo rural “Miguel de Luque”. Justo al lado de sus puertas se abre un camino que conduce directamente al embalse por su lado norte. De esta primera parte de la senda lo que más me ha llamado la atención es un alcornoque centenario de una belleza fuera de lo común. A cierta distancia se inicia un estrecho sendero que sigue el camino del arroyo del Infierno. He seguido este camino hasta llegar a un apartado rincón al que he llegado atravesando un pasillo abierto entre las zarzas. Al final de esta senda me ha recibido un espléndido alcornoque y una hermosa adelfa. A los pies de este alcornoque discurre aplacible el arroyuelo.
Me he sentado en punto en el que, de manera más nítida, se escucha el sonido del agua. Un agua clara y transparente…La luz se filtra entre las ramas de los árboles creando un bello juego de luces y sombras enriquecidas con el propio reflejo inquieto del arroyo.
A pesar de la belleza de este lugar no puedo permanecer mucho tiempo aquí. Los mosquitos me están picando por todos lados y resulta muy difícil escribir en estas condiciones.
El camino de vuelta lo hago despacio, fijándome en todos los detalles. Un hermoso arbusto de flores rojas ha llamado mi atención. Al acercarme me he percatado de la presencia, unos metros más arriba, de un alto y extenso muro. Siguiendo un camino de cabras he podido llegar hasta este vestigio histórico y fotografiarlo de cerca.
Desde este punto se divisa la torre medieval de la loma del Luengo, así como algunas antiguas edificaciones que pronto iré a visitar. Todos estos barrancos, cercanos a cauces de agua, estuvieron ocupados en época medieval. Encuentro también cerca de una presa algunos fragmentos de cerámica y restos de algunas estructuras de difícil atribución cronológica y cultural.
Cuando faltan algunos metros para llegar a la pista que rodea el embalse del Infierno me he topado con una hermosa higuera, a cuyos pies hay una piedra que me invita a sentarme. No podía rechazar el ofrecimiento de la higuera. Tengo mucho aprecio a este tipo de árbol mágico. No hace muchos días he tenido un abierto enfrentamiento con el Consejero de Medio Ambiente a cuenta de la tala de una higuera con muchísimos años de antigüedad.
Esta higuera, con la que ahora converso, es de una belleza tremenda. No es muy alta. La rama más elevada no supera los dos metros. Unas ramas que se extienden hacia Occidente y Oriente, aunque con preferencia por esta última dirección, como si buscara con desesperación el agua que discurre por el arroyo cercano. Su piel es blanca con la luna nublada y sus hojas de un verde muy intenso. El tacto de las ramas es arenoso, mientras que el de sus hojas resulta rugoso…Acaricio a esta higuera como a un ser querido con el que uno se reencuentra después de un largo distanciamiento. Esta hospitalaria higuera ha dejado también una piedra en la sombra para que pueda escribir de ella con comodidad.
Me detengo a observar sus embriagadores frutos que tanto gustaban a los sincofantes griegos. Algunos de ellos ya están maduros. Me dice la higuera que me lleve algunos de sus higos para que pueda disfrutar de su sabor. Le agradezco el gesto y acepto su ofrecimiento. No quiero parecer desagradecido.
Me vuelvo a sentar en la piedra junto al camino para disfrutar de la dulce y fresca fragancia de la higuera y del canto de las aves. De fondo escucho el penetrante zumbido ocasionado por las abejas y otros insectos polinizadores. Veo pasar a mi lado diversas especies de mariposas, entre las que destacan las bellas monarcas.
…Una ligera brisa de levante penetra por el arroyo refrescando mi cuerpo y haciendo más agradable este rato en el que hemos estado conversando esta higuera y este humilde caminante. Estoy seguro que muchas personas han pasado delante de esta higuera, pero ninguna le ha prestado atención. A mí me complace ser uno de estos escasos afortunados que pueden mantener una conversación sincera con la naturaleza y, en especial, con los árboles. Ellos me acogen como uno de los suyos, y me hacen participe de la magia que me rodea. Experimento uno esos momentos en el que nada existe, excepto yo y la naturaleza. No hay diferencia entre mi interior y el exterior que me acoge. Apenas siento muy cuerpo y mi mente está limpia de preocupaciones.
El cielo está cielo y percibo la inmensidad del universo. Tras este cielo celeste se oculta una oscuridad impenetrable y un frio extenuante. Sin embargo, rodeando a la tierra es posible imaginar una aurea divina, una anima mundi cargada de vida que penetra hasta los más profundos estratos de la tierra. En este planeta podemos respirar aire puro; refrescarnos con el viento y calentarnos con los rayos del sol; beber agua y comer los frutos que nos regalan los árboles frutales, como la higuera a la que ahora acompaño. Podemos disfrutar de la belleza de los paisajes, de la fragancia de los bosques, del sabor de la fruta, del sonido de las aves, del tacto de las plantas y los árboles. Podemos sentir el amor hasta el punto de emocionarnos y trascender nuestra mortal condición humana. Podemos pensar, imaginar, actuar y dejar un legado imperecedero para las próximas generaciones. Una palabra escrita, una frase afortunada, un libro memorable, pueden alentar a los demás a completar y perfeccionar el plan divino ideado por los dioses y dioses.
Es posible también escuchar a las musas y seguir sus indicaciones. Es posible dejarse llevar por el momento de inspiración y agotar hasta la última gota del néctar que nos ofrece Ganímedes. Esta higuera me tiene hechizado y atrapado bajo sus ramas. No quiere dejarme ir. Me levanto y me vuelvo a sentar para descansar la espalda tensada por el ejercicio de la escritura.
Me pregunto si este mundo es real o, como defienden algunas teorías, un complejo holograma creado por una inteligencia superior. No tengo una respuesta para este cuestión, pero lo que sí sé es que cada uno creamos nuestra propia imagen del mundo. Por eso es importante que confiemos en nosotros mismos y expresemos, con libertad y sinceridad, la que percibimos, sentimos y pensamos. Si lo hacemos poco a poco iremos descubriendo por nosotros mismos que el amor por la vida y por la naturaleza nos abre la puerta a la verdad y nos hace dignos de apreciar y disfrutar de la belleza. Todo está contenido entre nuestro interior. No tenemos que ir muy lejos para hallar el amor, la sabiduría y la felicidad. Sólo hay que aprender a escuchar nuestra voz interior y ser leales a los que somos. Podemos vivir una vida larga y superficial, o una vida corta, pero profunda.
…..El viento de levante empieza a mover su rebaño de nubes blancas. Es posible que en poco tiempo todo el cielo esté cubierto de nubes. Así de cambiante es el tiempo en Ceuta.
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