Ceuta, 10 de mayo de 2017.
Esta luna llena, las de las flores, es muy especial para mí. Bajo su influencia encontré hace dos años el exvoto con la representación de la Gran Diosa en la cueva sagrada cuya existencia había intuido unos meses antes. Entonces no le prestaba la atención que ahora me merecen los planetas y las estrellas.
Para contemplar la llegada de la luna he venido hasta la Sirena de Punta Almina. Un sol decadente ilumina con una intensidad moderada a esta antigua instalación sonora de aviso a los navegantes. Por su sonido la llamaban la Vaca, animal muy vinculada a la diosa blanca y a su atributo la luna.
Por el camino que lleva hasta la Sirena de Punta Almina me he ido parando a fotografiar algunas plantas. Un ejemplar de Thapsia sp., muy abundante en este sitio, está a punto de eclosionar. Me fascina ver el nacimiento de la vida.
Rodeo la Sirena aprovechando el pasillo externo que circunda a este edificio e instalo el trípode y la cámara fotográfica en el extremo meridional del saliente rocoso sobre el que se construyó este edificio.
El mar está en calma y no noto la presencia del viento. Unas hermosas nubes decoran un cielo herido por la noche. El síntoma más evidente de la muerte del día es el color rosáceo que van adquiriendo las nubes. Esta tonalidad aporta una extraordinaria belleza. Su reflejo sobre el mar ofrece una estampa sin igual. Mientras que esto ocurre una concentración de cientos de gaviotas giran en espiral sobre el mar imitando un torbellino de alas blancas. Sus graznidos resultan estremecedores y sus sombras inquietantes cuando me sobrevuelan a poca distancia.
De repente se hace el silencio, como si hubiera entrado en escena una reina y su séquito. De hecho es lo que sucede. La Gran Diosa blanca hace su aparición en el firmamento bajo un velo confeccionado con delicadas nubes blancas. El aludido silencio se rompe por un extraño sonido. Da la impresión de que alguien se está tirando de manera repetida al mar, pero no consigo ver a nadie entre las rocas. Escucho también un fuerte resoplido. Cuando busco con la mirada la fuente de estos sonidos localizo a poca distancia de la costa a una nutrido grupo de delfines saltando en el agua. Son el séquito real de la diosa luna blanca. Sé que no olvidaré este momento ni esta imagen de un cielo y un mar cobrizo en el que hizo aparición la luna llena acompañada de una manada de alegres y juguetones delfines. El sonido del paso de estos bellos cetáceos ha quedado grabado en mi memoria.
Sigo observando el ascenso de la luna por el nuboso firmamento. En lo alto brilla con especial intensidad al rey masculino de las noches de mayo. Es el mismo Júpiter que se ha asomado desde el Olimpo para acompañar a la Gran Diosa. No tardarán mucho en encontrarse y en pasear juntos por el cielo mientras en la tierra la mayoría de los hombres y mujeres ignoren sus majestuosas presencias.
Nosotros, los seres humanos, sin ser consciente de lo que voy a expresar, hemos hecho de la tierra un infierno. Lo veo claro cuando al mirar hacia el otro lado del Estrecho observo que las luces artificiales concentradas en la bahía de Algeciras ofrecían una imagen fantasmagórica e infernal. No es un color rojizo, similar al del fuego, creado por efecto del atardecer, sino una tonalidad resultante de la contaminación atmosférica y lumínica generada por los seres humanos.
Yo emprendo mi camino de regreso a casa. Paseo, con la única luz de la luna, por el camino que conduce hasta la Sirena de Punta Almina. Mi sombra es alargada y bien marcada. Levanto mi mirada y contemplo un indescriptible cielo nocturno. Su color es de una azul metálico bellísimo que resulta difícil olvidar.
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