Ceuta, 30 de noviembre de 2016.
Estando en casa he sentido la llamada de la naturaleza a través del huracanado viento de levante. Al refugio de la Torrecilla, que da nombre a la playa, me he puesto de pie a escribir. El viento no tiene piedad conmigo. Me zarandea con fuerza mientras intento mantener el bolígrafo pegado a la libreta. Las gafas están llenas de salpicaduras de agua marina y mi chaqueta se hincha con un globo. Temo en cualquier momento puedo echar a volar. Es imposible ponerme la capucha.
El mar está encrespado mostrando una energía incontenible. A duras penas me sostengo de pie. Hacía tiempo que no veía al mar tan enfadado, y a la vez tan salvaje y hermoso. Las olas toman varios metros de altura y deja sobre la orilla una densa espuma blanca.
Me empieza a doler el cuello por el empuje del viento. No podré aguantar mucho más rato en este lugar.
Las nubes se abren para que salga el sol. La naturaleza quiere que me quede y decide calentar mi cuerpo, pero sería mejor que dejara de azotarme de esta manera.
El ruido es ensordecedor. Suena con una cascada que se ha engullido los guijarros.
Las gaviotas no parecen inquietas. Aguantan de manera estoica el incesante empuje del viento. Parece que el oleaje les trae alimentos. No puedo menos que sentir admiración por ellas, y un poco de sana envidia.
El color del mar es verdiazulado con ligeros matices marrones que le aportan las algas que lleva en sus entrañas.
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