Granada, 12 de agosto de 2016.
Silvia y yo hemos salido de la casa sobre las 21:10 h. Nuestro destino es el Llano de la Perdiz, uno de los mejores lugares de Granada para contemplar el cielo nocturno. El Google Maps nos indica que la ruta correcta para llegar al Llano es por Cenes de la Vega. Sin embargo, una vez que hemos llegado a ese pueblo granadino nos hemos encontrado con una pista de arena intransitable para los coches. Menos mal que hemos cruzado con un vecino del pueblo que nos ha comentado que la mejor ruta para llegar al Llano de la Perdiz es tomando el camino del cementerio de Granada.
Una vez superado el cementerio, nos hemos adentrado por un camino estrecho, tortuoso y polvoriento. Como nos estábamos seguros de haber tomado la senda correcta hemos preguntado a los ocupantes de un vehículo que nos hemos cruzado, quienes nos han dicho que llegaríamos al Llano en unos diez o quince minutos.
Al llegar al Llano de la Perdiz hemos observado que hay muchos coches aparcados en este punto elevado de la ciudad. El ambiente es festivo. Varios grupos de personas comparten comida y bebida con música ambiental.
Silvia y yo hemos localizado las Perseidas y clavado nuestra mirada en el cielo estrellado. De pie y abrazados en la oscuridad hemos unificado nuestros cuerpos y nuestras almas disolviéndonos al mismo tiempo en el ancho firmamento. Las centelleantes estrellas fugaces caen como flechas fulgurantes lanzadas al azar en dirección siempre cambiante y sin una pauta constante. Una de las estrellas ha sido tan brillante que ha iluminado el cielo nocturno, como una cerilla caída de la mano de los dioses.
Me he quedado tan sobrecogido que he notado como la noche se extendía en todas direcciones, tan solo frenada por el intenso resplandor de las luces de Granada. Según la noche se apodera del cielo, empujando al día a su guarida, las estrellas se encienden una tras otra. Sólo en esta noche mágica, algunas de ellas caen sobre nosotros. Mientras esperamos pacientemente a ver más estrellas escapadas de las manos de los dioses, pienso en la semejanza de las estrellas fugaces y nuestros pensamientos más brillantes. Llegan sin esperar y cuando más nos empeñamos en que lleguen más esquivos se muestran. Unos son brillantes e intensos, otros más tenues y débiles, pero todos caen sobre nosotros cuando miramos con los ojos del alma. Ante su llegado podemos permanecer expectantes o distraídos, como los integrantes del grupo que a pocos metros de nosotros beben y comen sin enterarse de nada de toda la magia que rodea a esta noche estival.
La experiencia ha sido tan intensa que las luces de estas estrellas fugaces han quedado impresas en el fondo de mi retina, de modo que cuando cierro los ojos puedo seguir viéndolas. Ahora lucen esplendidas, junto a sus compañeras, en mi propio cosmos. Mi mundo de adentro es ahora más bello y rico gracias a ellas.
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