Ceuta, 6 de mayo de 2016.
Las gotas de lluvia caen casi verticales. No hay viento que las desplace de su natural trayectoria. Unas suceden a las otras formando hilos discontinuos de agua. Al impactar contra las persianas y el poyete de la ventana repiquetean como si fueran el badajo de una campana. Su sonido es relajante e invita a la meditación.
La lluvia parece inodora, pero no lo es. Huele a limpieza y claridad. Al humedecer la tierra desprende uno de mis aromas preferidos: el de tierra mojada. Este olor penetra en mi habitación y me trae recuerdos de mi niñez. Vienen a mi memoria aquel lejano día en el que fuimos todos los primos a recoger leña después de una tormenta para calentar el salón del chalet de nuestros abuelos “Rubios”. Al levantar los troncos humedecidos llegó hasta mis glándulas olfativas ese olor tan agradable a tierra mojada. Han pasado muchos años desde ese instante, pero aún no ha perdido este recuerdo su frescura.
Fresco es también el que siento al escribir con la ventana entreabierta. Es un frescor húmedo que agradecen mis pulmones. Inspiro e expiro degustando entre aire fresco y limpio, y absorbiendo su esencia que sabe a nubes viajeras. Por encima de estas nubes imagino a los vencejos que han volado hasta allí para huir de la lluvia No se dejarán caer de nuevo por la tierra hasta que la lluvia no haya cesado. Creo que pasará un buen rato antes de que vuelva a verlos haciendo acrobacias en el cielo.
Esta lluvia constante y saltarina moja los cristales de mis ventanas y nutre los suelos del jardín que observo enfrente de mi casa. Los árboles que lo delimitan están alegres por esta lluvia que rejuveneces sus hojas y sus ramas.
La lluvia ha terminado al mismo tiempo que mi inspirada crónica. Transcurridas unas cuantas horas de la redacción de mi relato, mis amigos de Pepitas de Calabaza nos han recordado que hoy hace ciento cincuenta y cuatro falleció Henry David Thoreau. Ahora entiendo que el cielo llorara de manera tan desconsolada. Con la muerte de Henry la naturaleza perdió a una de sus criaturas más amadas.
Por fortuna, las semillas que él dejó sembrada en sus escritos empiezan a florecer en el alma de miles de personas repartidas por todos los rincones del planeta. Cada día que pasa tiene más lectores y seguidores. Por todos lados están surgiendo cronistas de la naturaleza que anuncian un Mundo Nuevo, similar al que imaginaron el propio Henry David Thoreau, Walt Whitman, Patrick Geddes o Lewis Mumford. Esta noticia no figura en ninguna portada periodística, pero empieza a correr de boca en boca entre miles de personas por todo el mundo. Pronto este rumor se convertirá en una realidad incontrovertible y alegrará el corazón de los hombres y mujeres de buena voluntad.
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